Ranking
Aviso previo a la lectura de este post: La crueldad es una cualidad intrínseca de todo ser humano (creo), muchas veces lo que opinamos en voz alta no lo sentimos de verdad y expresa realmente todo lo contrario de lo que, de forma explícita, quiere decir (ejemplo claro: "¡Ay mi niño! ¡Me lo comería!". No, no te lo comerías), así que no seais demasiado duros conmigo a la hora de juzgar el contenido de las conversaciones que mantengo durante mi tiempo libre... o sedlo... después de todo, crueles al fin.
Vuelvo a trabajar por la tarde y una serie de catastróficas desdichas se suceden sin remedio enturbiando nuestro ambiente laboral: la primera es que me veo abocada a hablarle a PF, porque me pregunta directamente qué tal me va con B en la sección. Le digo que muy bien e improviso cuatro gracias que provocan en él una serie de carcajadas tan poco naturales que me asustan. Cuando se va, me prometo volver a sumirme en el silencio al día siguiente, o sea hoy, aunque soy consciente de que eso puede desorientar un poco a su mediana inteligencia.
La segunda desgracia es que, mientras una de mis compañeras ordena las mesas de Literatura Extranjera, escucha involuntariamente la conversación de un par de treintañeros velludos con acento de Carabanchel alto; conversación que, un tanto perturbada, comparte conmigo y yo transcribo a continuación:
- ¿Conoces este libro?
- No, ¿y tú?
- Yo sí. Lo leí cuando era pequeño. Me lo regalo mi padre, que es amigo del escritor. De hecho el escritor se inspiró en mí para el personaje principal.
- Uhmmmm...
El libro es Momo.
Llegados a este punto de la jornada en el que todas y cada una de mis certezas infantiles se han estampado contra el suelo, decido parar y me subo con Palo a la sala de descanso en busca de mi merienda. Juntas generamos a nuestro alrededor una atmósfera friki que nos confiere glamour de antiheroinas de cómic. Sentadas frente a frente y con una mesa oval que huele a IKEA de por medio, parecemos imágenes en el espejo, las dos con el chaleco, un Kinder Bueno a nuestra derecha y un "café de avellana", -así lo identifica la máquina de cafés- a nuestra izquierda. Para que el relax al que aspiramos roce los límites de lo extrasensorial, nos ponemos serias y optamos por un tema antiestrés: elaborar un ranking de feos.
Empezamos la casa por el tejado y creamos la categoría máxima, a la que llamamos "Más feo que un pie". La lista de candidatos es extensa. A partir de ahí vamos bajando a "Feo de narices", "Muy muy feo", "Muy feo", "Bastante feo" y "Feo" simplemente. Sorprendidas ante la cantidad ingente de feos que conocemos, consumimos nuestros 15 minutos de asueto y volvemos a la tienda con la sensación de haber recibido un masaje terapéutico.
Como veis, día a día amplío mis horizontes intelectuales, gano en riqueza interior. Por lo pronto, esta noche toca excursión para visualizar por fin Brokeback Mountain. A ver qué me encuentro.