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No me llames

Literatura y libros

Kafka en la orilla

Kafka en la orilla

Empiezo Kafka en la orilla en año nuevo, después de ver con mi hermana Lo que el viento se llevó en un canal local. Cansadas de la televisión y sin ganas de salir, ella elige leer, quiere terminar cuanto antes una novela policiaca que no acaba de gustarle, Almas grises, de Claudel; y yo la imito.

En la portada de Kafka en la orilla hay un gato verde. En 1905, Soseki Natsume publicó en la revista Hototogisu el primer capítulo de una de las obras más importantes de la literatura japonesa, Yo, el gato. Cien años más tarde, Murakami, quién sabe si homenajeando a Natsume, se inventa a Kafka Tamura y a Nakata, un viejo extraño que tiene el don de hablar con los gatos y hacer que las cosas más absurdas caigan del cielo.

Comienzo la historia desde mi butaca, el primer día de enero: un domingo somnoliento en el que la tarde cae tejiendo en el patio de luces, entre las cuerdas de mi tendedero, un montón de sombras. Dentro de mi casa hace calor; la calefacción central del edificio siempre sobreactua. La lamparita de pantalla azul, que una amiga me dejó como recuerdo al abandonar la ciudad, ilumina a medias la salita minúscula. Y yo, con la resaca producida por el año que se ha ido, al llegar a la tercera o cuarta página leo: “Tu corazón es como un gran río crecido tras un periodo de lluvia. Los postes indicadores del camino están, todos sin excepción, sumergidos por la corriente, o tal vez hayan sido arrastrados a otro lugar oscuro. Y la lluvia sigue cayendo torrencialmente sobre el río. Y cada vez que veas en las noticias las imágenes de unas inundaciones pensarás: “sí, justo. Ese es mi corazón”.

Kafka en la orilla me engancha como hacía tiempo no me enganchaba una novela. La leo de un tirón. Araño horas para quedarme sola y olvidarme de lo que me rodea. Permito que me destruya con su tristeza y, posteriormente, vuelva a lanzarme al mundo. Estoy sola y sí, he estado triste, pero algo me dice que empiezo a curarme por dentro. Lo noto por las mañanas, cuando recorro andando el par de calles que me separan de la librería; cuando voy en el metro y observo a la gente mientras escucho Ojalá en el mp3. Lo noto cuando me enfrento a la realidad empujada por la alarma insistente de mi móvil, que pasa de mí y no hace concesiones a mi desánimo.

En la novela de Murakami, a través de las situaciones más surrealistas, todos los personajes, de una u otra manera perdidos, alcanzan la misma conclusión: Merece la pena vivir, sin necesidad de razones.

La afirmación

"Hay una verdad más profunda en la ficción porque la memoria es imperfecta".

Lo dice Christopher Priest en La afirmación, escrita en 1981 y publicada por Minotauro. Yo le creo.

Los días pasan iguales, llenos de acciones y encuentros repetidos; construyendo ciclos demasiado obvios para el que se moleste en mirar atrás. Y en los trayectos, mientras espero el verde del semáforo o la llegada del autobús, ahora que con la cercanía del invierno empieza el frío, pienso en volver a escribir y siento que no estoy preparada. No tengo ganas, aún no me han pasado suficientes cosas. Me basta con sentarme cerca de la ventanilla y adivinar el paisaje fugaz, jaspeado por culpa de la lluvia. Atravieso un periodo de letargo.

Peter Sinclair, el protagonista de la novela, reinventa su historia y empieza compartiendo con el lector su única certeza: "Me llamo Peter Sinclair, soy inglés y tengo, o tenía, veintinueve años".

Poco más sabemos. ¿Qué nos dice lo que hemos vivido, los recuerdos que no conservamos intactos, sino tamizados por el aura caprichosa del paso del tiempo y nuestra propia percepción? ¿Qué nos cambia?

Al construir un relato con personajes, circunstancias y espacios que no existen, hablo de mí. Nuestra identidad nos limita, nos hace prisioneros de nosotros mismos.

La espuma de los días

Vian escribió La espuma de los días en 1947, tenía entonces 27 años y sólo le falaban doce para morir. El miércoles pasado, Cain me regaló la novela al salir del trabajo. No la adornó con ninguna dedicatoria. Se limitó a dármela en señal de despedida. Intercambiamos un par de besos y cenamos una parrillada de carne en El Labriego. También estaban Albert y La Prima. Recuerdo que, nada extraordinario, fumamos y bebimos cerveza sin cesar; hablamos de la tienda y del sexo; de la eterna pantalla opaca que separa la mirada de los hombres y las mujeres. Nos reímos.

Acabamos en La Canela con un tequila, dos Mojitos y un Margarita. Seguimos riéndonos; seguimos mirando a otra parte, rendidos, permitiendo que el tiempo se diluyera por el agujero del retrete. De nuevo recorrimos de madrugada el centro de Madrid y, con pasos inseguros, volvimos a casa enmarañados en mil dudas, rompiendo la noche con nuestra conversación.

Al día siguiente, Albert, ciñéndose a su particular rito del Adiós, me regaló un cactus, el Cactus Alberto, y repetimos con él la misma operación de la noche anterior: más cerveza y más Mojitos; más charla intrascendente en La Canela, eso sí, protegiendo al cactus de toda agresión. Horas después, Ana, La Prima y yo, nos adentramos en la calle Fuencarral turnándonos para cargar con la minúscula macetita y, por un momento, pareció que sólo el portador del cactus tenía derecho a expesar su opinión. Quien llevaba a Alberto hablaba y los otros dos se dedicaban a escuchar. Era divertido, teníamos un largo trayecto por delante, ya era tarde y allí estábamos los tres, más felices que lombrices, mostrándole al cactus el lado oscuro de la ciudad.

Y sucedió la tragedia: La Prima lo sostenía cuando un escaparate detuvo su marcha. Había visualizado una cazadora verde y llena de cremalleras que la había dejado sin respiración. Todo fue muy rápido. Mientras La Prima permanecía inmóvil, hipnotizada por la belleza underground de la cazadora, un transeunte un tanto atolondrado, ajeno a nuestra historia, chocó con ella y Alberto cayó al suelo estampándose contra el asfalto.

- ¡Has matado a Alberto! -Gritamos al unísono Ana y yo.- ¡Asesino de Cactus!

El transeunte, un tanto atribulado -lo comprendo- se dio a la fuga mascullando un "Lo siento". La Prima, consternada, no dejaba de pedirme perdón. Nos arrodillamos para recoger al herido y de repente me sentí muy triste.

- Creo que voy a llorar. -Dije. Y entonces lloré.

Al final volvimos a casa en taxi. Alberto ha sobrevivido y yo empiezo mañana mi nuevo trabajo, lejos de la Fnac.

Lo que hemos compartido es tan fugaz e inconsistente que no lo olvidaremos nunca. Me gusta el título La espuma de los días; me hace pensar en la vida como en un rasguño; es leve y dolorosa a la vez.

Manga

Manga

Manga en japonés significa historieta.

En fin... a los pocos días de mi desembarco en Infantil y Cómic recibo la inestimable misión de ordenar la mesa y los paneles expositores de manga. Hay que decir que, hasta el momento en que me asignaron la sección, solía cruzarla corriendo porque

a) no me interesa

b) está llena de niños

y c) está llena de adultos jóvenes que no se lavan.

Esa es la fauna que me rodea cuando Ana, mi jefa, me anima a que nos pongamos manos a la obra. Son más o menos las diez de la mañana y no he desayunado, no he tenido tiempo de hacerlo en casa y la máquina de café de la sala de descanso se ha estropeado justo hoy. El aire acondicionado de la planta tampoco funciona y PF no me quiere por enésima vez, así que es mi estómago famélico y al borde de un espasmo el que recibe las incomprensibles intenciones de Ana, que parecen formuladas en otro idioma: "Quiero que busquemos al Capitán Tsubasa para ponerlo al lado de Fruit Basquet y Saint Seiya. ¿Te parece bien? ¿O prefieres que mantengamos Akira con el 23 de Naruto y Ranma? Eh, ¿qué prefieres?"

Prefiero morir.

Nos dirigimos al montacargas donde se apilan cajas y cajas de pequeños e indescifrables mangas con las sobrecubiertas de colores y las páginas en blanco y negro llenas de personajes con los ojos grandes y, por lo general, las extremidades largas. Ana busca y rebusca mientras yo la observo como si se tratara de un visitante recién llegado de otro planeta. No estoy allí. Ya no quiero estar allí. Quiero una historia nueva que no chirrie igual que un disco rayado; una canción que no vuelva a empezar, sino que suene por primera vez.

La tarde anterior, en el cine con S, comimos palomitas. Cuando terminó la película, el recipiente de cartón vacío tenía manchas de aceite. Haciendo gala de una ausencia completa de civismo, lo dejamos olvidado en la butaca a la hora de salir. La imagen del cartón manchado vuelve a mi mente revelándose como el soporte perfecto para dibujar lo que me pasa. Lo pienso, y Ana sigue extrayendo su selección de manga delante de mí.

Hace un calor que pesa, difícil de atravesar. Hablo, me río en el cambio de turno, salgo a las tres y media con Naoko y me tomo unas cervezas. Intercambio con PF algunos mensajes de móvil, trato de dormir. Frases cortas para acciones que podría realizar a tientas. Sólo el manga, único desconocido, me ha desafiado hoy.

Es una pena.

La piel fría

La piel fría

Termino La piel fría en la cama, la novela que Ana Mari me dejó para hacer más ameno mi viaje de regreso a Madrid. Es domingo por la mañana y T&T me esperan para comer Fideuà y compartir una botella de vino. Forman parte de mi familia, o al menos así los considero yo. Ir a su casa es como prolongar la mía hasta la avenida de la Paz. Me encuentro cómoda con ellos, entre nosotros no hay convenciones ni excusas, sólo una amistad que ha crecido rápido, como una planta exótica que ahora, con su traslado a Valencia, habrá que cuidar especialmente, para que no le afecte la distancia recorrida de golpe ni el cambio de clima. Los echaré de menos.

Los sentimientos tristes encuentran un abono especial en los domingos, que -seguro que hay estudios científicos que lo demuestran- son los días más propicios para llorar y lamentarse por las mil y una contrariedades de nuestras vidas. En La piel fría parece que siempre es domingo... a lo mejor porque en las islas desiertas del Polo Sur, sitiadas por monstruos azules, es muy difícil que cuaje la sensación de lunes o sábado, y sólo la melancolía de los domingos por la tarde es capaz de sobrevivir en condiciones tan adversas. Consecuentemente, los personajes viven inmersos en el abandono y el lector que se acerca hasta ellos se contagia un poquito, de refilón, de la apatía que transita por las páginas de la novela.

Al final nada ni nadie se salva. Todos, de una u otra manera, son condenados por el autor.

Salvarse es el objetivo. Pasan las horas y, sin darnos cuenta, invertimos nuestras fuerzas en permanecer a cubierto. Construimos refugios y buscamos a ciegas clavos ardiendo que nos permitan mantener latente una última esperanza; y a veces cometemos el error de creer que nuestra propia supervivencia pasa por salvar a otro. En él volcamos nuestros esfuerzos, por él avivamos cada noche nuestras ilusiones casi muertas... hasta que después de una larga lucha comprendemos que el otro no necesariamente quiere ser salvado.

Estoy de vacaciones. Ahora mismo escucho música acompañada de un café con leche y tecleo en el ordenador la palabra "palabra". Yo tampoco quiero que me salven. Prefiero nadar sola.

Cuando un escritor escribe

Cuando un escritor escribe

Cuando un escritor escribe, se supone que su habitación está vacía y que un cono de luz cae sobre la mesa ante la que se inclina la cabeza del maestro, la oscuridad y el silencio realzan el movimiento de la mano en el papel y el espacio se aureola para engrandecer la escena.

Así empieza el post de Alejandro Gándara sobre Contra Natura, la reciente novela de Pombo acerca de la homosexualidad. Descubro el blog de Gándara y me gusta, si bien me prometo estudiarlo con más detenimiento no sea cosa que esté impregnado de ese tufillo tendencioso, característico de los medios de comunicación que se reparten hoy las escasas perspectivas informativas de nuestro país y proyectan su maniqueismo incluso sobre el "inocente" y "virtual" mundo de la Literatura. Ya veremos, por el momento le doy un voto de confianza.

El principio de su artículo me interesa porque me arrastra inevitablemente a la comparación. ¿Soy escritora? ¡¡¡Sí, sí, sí!!! Me dice una vocecita interior que gana fuerza en cada una de las palabras archivadas en el disco duro de mi ordenador y no enviadas NUNCA a editorial alguna. ¡NO! No si trato de encajar mi perfil de creadora un tanto sui generis en esa descripción idílica con que Gándara abre su texto.

Atravieso una época de caos. Ahora estoy escribiendo y en la salita la tele continua encendida. Es como si la tuviera aquí al lado. Parece que Jesús Vazquez me esté jaleando a gritos... tengo la sensación de que en cualquier momento una de las cajas del "Allá tú" me va a dar en la cabeza, pero me da igual. Yo sigo escribiendo tan alegremente en este cubículo de paredes de papel. Oigo al portero avanzar por el pasillo con el contenedor. Es domingo y a partir de las ocho va recogiendo puerta a puerta la basura de los vecinos. Y yo sigo escribiendo.

Una tarde cualquiera de la semana pasada, al volver a casa después del trabajo, me crucé en la acera con GR, el ESCRITOR. Llevaba gafas de sol y andaba muy rápido. Debía tener prisa, a lo mejor temía que le reconocieran. Aún así se detuvo a saludarme. Se interesó por mi libro de relatos y me obligó a enfrentarme a la realidad.

- Ahí sigo. Un poco perdida de la vida, todavía con el último cuento.
- ¡Termínalo! -Me dijo casi a gritos, y a continuación siguió su camino confundiéndose con la multitud. Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón y una cazadora de ante marrón con la cremallera subida hasta el cuello. ¡Pufff! Desapareció.

¿Soy una escritora? GR cree que sí. ¿Lo creo yo? Esta mañana, mañana de domingo, he abierto los ojos exactamente a las 13.49 pm. Me he arrastrado hasta la cocina y me he llevado a la mesita de noche un tazón de café con leche (¿Cómo no?), un plato con un par de trozos de pan y una tableta de chocolate puro (70% de cacao) y dos libros: El infuble Segundo sexo de Beauvoir y El club de lucha. Cuando llevaba unas cien páginas leídas de este último, ya sin provisiones, me he levantado por fin. He encendido el portátil y llena de remordimientos he abierto el documento "Trabajando en La verdad". He escrito esto:

Sigue lloviendo. En esta tarde que transcurre dos años y medio después, llueve igual que entonces. Los colores de la casa son los mismos, el curso de mi historia acuífero, ya acabada, no ha alterado la calma familiar ni el contenido de las horas. Desde la ventana, detrás del ordenador, veo el aparcamiento de la urbanización. El asfalto gris recoge el agua y la hace invisible. Todavía es temprano. Hay muchas plazas vacías; rectángulos delineados en blanco, identificados por un número. Algunas hojas muertas, rígidas, salpican la explanada. No hay ni rastro de vida humana, a no ser por el tenue resplandor que se escapa de otras ventanas próximas, iguales a la mía.
Cuando Pedro regrese de la editorial y vea la luz de la habitación encendida, tocará el claxon y yo levantaré la vista de la pantalla para verle aparcar. Después saldrá del coche y, mientras recoja su maletín del asiento trasero, guardaré el texto en el disco duró, dispuesta para recibirlo y ultimar la cena. Estaré en la cocina cuando la puerta se abra, un instante en el que quizás, no siempre me pasa, los nervios de mi estómago se encogerán repentinamente para convertirse en un estropajo compacto y ácido. Si eso sucede, me invadirá de inmediato una sensación de agujero negro y temblaré. Pienso que el temblor lo provoca todo lo que nadie sabe, pero aún así me callo. Convierto mi cuerpo en un muro de contención hasta ahora indestructible, en una presa. Pedro ignora que cada vez que me abraza, si me besa al llegar, al acariciar mis brazos pálidos, el tacto de mi piel inevitablemente viva le está engañando. Me he convertido en piedra. Cada uno de mis miembros encierra la rigidez de una construcción de ladrillos de hormigón sobre los que toda muestra de afecto deja una marca nula.

A las 17.00, después de un par de horas de dedicación semiexclusiva a mi "trabajo", salpicadas de visitas al blog y actualizaciones de mi buzón de correo electrónico, me ha vuelto a entrar hambre y lo he dejado estar para hervir unos tallarines y agotar una bolsa de papas.

Extenuación. Ya seguiré. Acabaré esa historia. Como aspirante a "Escritora de verdad", sueño siempre con que me pasen cosas del tipo "amanecer que me sorprende tras una noche en vela escribiendo cual posesa" o "taquicardia en la cola de cajas del Champión al comprender repentinamente que mi personaje está sentenciado a ser víctima de un enjambre de abejas asesinas"... pero nunca me pasa eso... mis periodos creativos se parecen más a las horas que los niños dedican a una redacción en el colegio que al trance de una medium.

Vivo en un vertedero de mediocridad, pero trepo por él, que conste. Brokeback Mountain... A lo mejor algún día llego hasta la cima y desde allí atisbo un paisaje nuevo.

Momento de lucidez

La vida, al fin y al cabo, consiste en esperar algo distinto de lo que hacemos; y la muerte es lo único en lo que justamente podemos confiar.

Leo esto en la página 82 de mi edición de Drácula, la que en su día regalaban con el periódico, y no lo puedo subrayar porque, aislada en la butaca, descalza y tapada con el batín azul, no encuentro ningún lápiz a mi alcance ni conservo fuerza suficiente para levantarme a buscarlo.

Cuando me incorporo ya sin remedio, segura de que voy a llegar tarde a la cena con los compañeros de la librería, me acerco al portátil para poner música mientras me ducho y acabo escribiendo esto, perdiendo el tiempo sin explicación. Me voy a arreglar, es posible que hasta me pinte los labios; y no estoy triste, sólo cansada y con ganas de que las cosas den un vuelco.

Vivir intensamente.

Que viva el bestseller!!

Que viva el bestseller!!

Relación inversamente proporcional: a menos sexo, más lectura. Ayer, por la línea interna de la librería, le comenté a Sprima que la muerte de P puede haber dado pie al nacimiento de PN, Pequeña Ninfómana, que sería yo un poco más lasciva de lo habitual y con una actitud más abierta al género masculino; es decir, sin excluir a los guapos e inteligentes a la hora de considerar un posible encuentro sexual. Todo se andará... el caso es que, mientras me transformo cual crisálida en una "devorahombres" al uso, leo más; en concreto, leo La historiadora. Ya lo sé, ya lo sé... más de uno se llevará las manos a la cabeza y con los ojos inyectados en sangre gritará con aprensión: ¡Dios, no! ¡Es un bestseller! ¡Era fronteriza y no nos habíamos dado cuenta!

Nada más lejos de la realidad, respirad dentro de una bolsa y recuperad la calma para asimilar lo que voy a escribir a continuación: La historiadora vale la pena. Leed esto:

"Aferré su mano para impedir que le temblara y el la cerró, todavía ausente, sobre la mía. Era demasiado joven para hacerse viejo. En el interior, las siluetas de las montañas bailaban casi hasta hundirse en el agua, se cernían sobre las playas, casi sobre nuestra isla. Cuando estálló la guerra civil en aquellas montañas costeras veinte años después, cerré los ojos y las recordé estupefacta. Era incapaz de imaginar que sus pendientes albergaran suficiente gente para combatir en una guerra. Parecían absolutamente vírgenes cuando las vi, desprovistas de viviendas humanas, hogar de ruinas desiertas, guardianas sólo del monasterio sobre el mar."

Hay que reconocer que este párrafo rescatado al azar e irrelevante para la trama, no está nada mal; no es ni de lejos sucesor del estilo adolescente, propio de redacción de colegio, de El código Da Vinci que, lo reconozco, en su momento también leí.

Una vez, charlando con G sobre bestsellers, llegamos a la conclusión de que, más allá de la calidad del texto, tienen algo bueno: que cuentan una historia, algo que los autores de novela "seria" olvidan muchas veces. Les encanta reflexionar, sumergirse en el alma de los personajes, abrirlos en canal y analizar sus emociones, cada uno de sus gestos... pero a menudo se olvidan de que les pasen cosas y, por muy inteligentes que sean, sus disquisiciones aburren al lector.

La historiadora es un relato de vampiros. Me quito el sombrero.

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¿Votas?

Una lámpara de tortuga para 84, Charing Cross Road

Una lámpara de tortuga para    84, Charing Cross Road Ayer llovió. Cuando salí de trabajar a las nueve y media Pequeño friki me esperaba en la puerta para volver a casa. No hacía frío, la lluvia se imponía sobre la bajada de las temperaturas, pero el tiempo era desapacible y el suelo resbaladizo de la calle del Carmen, inseguro para alguien tan torpe como yo, que siempre se está cayendo. Nuestro regreso fue triste, con una conversación entrecortada. Buscando un tema, le hablé de la novela que él mismo me había recomendado tiempo atrás y que había empezado a leer en el metro esa misma tarde, 84, Charing Cross Road. En aquel momento no había pasado de la página 25. Le dije que me gustaba.

Llegué a casa, cené pasta, vi Intermezzo por obra y gracia de Garci, y me fui a la cama después de hablar con mi madre pasadas las doce. Activé la alarma del móvil para que sonara a las diez y media. Me he despertado a las 8.40 con dolor de cabeza y cierta desazón: demasiado pronto para levantarse, demasiado tarde para volverse a dormir.

En mi mesita de noche tengo una lámpara con forma de tortuga. Las patas, la cola y la cabeza son de hierro; el caparazón está hecho de cristalitos de colores. Mi padre me la regaló una vez por Reyes y recuerdo que entonces(aún vivía en Valencia) me decepcionó; cosa que le hice ver claramente, dado el tacto que me caracteriza. Sin embargo al venirme a Madrid me la traje conmigo. Ha sobrevivido a mis dos mudanzas y ahora la tengo al lado de la cama. Su luz es suficiente para facilitarme la lectura. Eso es lo que he hecho: me he arrastrado hasta la cocina para preparame un café con leche y con la taza del Starbucks he vuelto a la habitación donde, tras confirmar que el polvo sigue en su sitio, protegiendo la cómoda y el marco del espejo, he doblado el almohadón, he encendido la tortuga y he abierto 84, Charing Cross Road por la página 25. La he leído de un tirón.

Es una historia de libros y cartas entre una escritora de Nueva York y un librero de Londres. Su correspondencia empieza en 1949 y termina 20 años después... he recorrido 20 años en hora y media!! Tapada hasta la barbilla con la sábana, la colcha y el batín azul; aliméntandome exclusivamente de sorbos cada vez más fríos de café con leche y escuchando los pasos de los vecinos que se marchaban a trabajar. Y he pensado que por fin me sentía bien después de la noche anterior. Luego he escrito todo esto intentado explicar por qué me gustan tanto los libros.

Termino con un fragmento de una de las últimas cartas de Helen, la escritora de la novela, en la que reflexiona acerca del hecho de no haber estado nunca en Londres. Sustituid Londres por alguno de vuestros deseos no satisfechos. Ya hablaremos.

"Interrumpo la tarea de limpiar mis estanterías y me siento en la alfombra, rodeada de libros por todas partes (...) no sé... tal vez sea mejor que nunca haya estado allí. Soñé tanto con ello y durante tantísimos años... solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un muchacho al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: 'Está allí'.

Tal vez sea cierto o tal vez no. Porque ahora, al mirar a mi alrededor en la alfombra, siento una certeza: está aquí."


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¿Me votas?

Importancia de la ciudad

Importancia de la ciudad Conozco tres grandes novelas cuya protagonista absoluta es la ciudad: Contrapunto, de Huxley; Manhattan Transfer, de Dos Passos; y Berlín Alexanderplatz, de Döblin. Seguro que hay más, pero para mí estas son las pioneras en su género. En ellas los personajes no tienen otra función que la de trasladar la acción de un espacio a otro, de una situación a otra, para mostrarle al lector el peso del escenario urbano, su presencia como un ente vivo que influye y condiciona la historia.

Ayer pasé la última tarde de convalencia en compañía de T, que vino a visitarme a cambio de dos tazas de helado de chocolate y un ratito de conversación. Con la tele apagada y la lámpara de mesa encendida, sentadas cada una en una de las butacas antilujuria de la salita, hablando de Valencia y de Madrid concluimos que existen dos tipos de personas: seres con una día a día que bien podría tener lugar indistintamente en Albacete o en Pekin y seres para los que la ciudad que habitan es insustituible, ya que forma parte del complejísimo entramado que constituye su vida (la vida siempre constituye un entramado complejísimo). Sin duda yo me incluyo en el segundo grupo.

Todos deberíamos tener la oportunidad de buscar nuestra ciudad. Cada vez estoy más convencida de que no tiene por qué ser aquella en la que nacimos. Hay ciudades que nos hablan y nos miran con complicidad, que nos reservan un lugar en el que refugiarnos cuando nos falla el ánimo. En otras, en cambio, tenemos la sensación de estar paseando por encima de un cadáver al que no le puede importar lo que nos pasa por la cabeza. En ese caso hay que huir, está claro que ese no es nuestro sitio. ¿No os lo habéis preguntado alguna vez? Creo que Huxley, Dos Passos y Döblin piensan lo mismo.

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¿El voto nuestro de cada día?

El diario de Adán y Eva

En 1893, Mark Twain publicó su primera versión de El diario de Adán y Eva, incluida en The Niagara book, una especie de guía turística para promocionar las cataratas del Niagara. En 2005, Valdemar ha sacado una edición de bolsillo de la obra. Así ha llegado a mis manos y hasta aquí la traigo hoy, después de haberla terminado la tarde del pasado domingo, cuando todavía me quedaba en el cuerpo algo de resaca de Pequeño friki. No creo que en conjunto sea un texto genial, pero sí hay fragmentos capaces de sobrecoger al lectorcito de a pie. A continuación rescato uno, la última entrada del Diario de Eva. Espero que os guste:

Es mi oración y mi anhelo que muramos juntos... un anhelo que jamás perecerá sobre la tierra, sino que se alojará en el corazón de todas las amantes esposas hasta el fin de los tiempos. Y llevará mi nombre. Pero si uno de nosotros tiene que irse primero, rezo porque sea yo, porque él es fuerte y yo débil, yo no le soy tan necesaria como él lo es para mí... la vida sin él no sería vida, ¿cómo podría soportarla? Esta oración también es inmortal y no dejará de ofrecerse mientras mi raza continúe. Soy la primera esposa y la última me repetirá.

Ayer la versión teatral de El diario de Adán y Eva volvió a los escenarios madrileños de la mano de Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza. Podéis disfrutar de ella en el teatro Reina Victoria.

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¿Un mísero votillo? Que ya vamos los quintos en la categoría de Mejor Ciudad... y hay que ser los primeros... uhmmm

Ciencia Ficción imprescindible

Ciencia Ficción imprescindible Ayer llegué al trabajo demasiado pronto, me pasa con frecuencia, así que me dediqué a pasear por la planta para disimular mi ansia de acercarme a Pequeño friki, recluido en el punto de información. La intención era darme una vuelta rápida y volver con él para "hacerle compañía", pero me encontré con A en Bolsillo y nos quedamos charlando hasta las tres de la tarde. La excusa: acatar sus indicaciones para convertirme en una lectora aceptable de Ciencia Ficción.

A es especialista en el género y estos fueron los títulos (editados en bolsillo) que me recomendó como imprescindibles: La trilogía de El señor de los anillos, La guerra de los mundos, Hyperion, Matadero Cinco, Solaris, El juego de Ender, la saga de Dune, El final de la infancia, La naranja mecánica y Crónicas marcianas.

Me llamó la atención que no incluyera nada de Asimov, que campa a sus anchas por las mesas y las estanterías, ni tampoco de Gibson, al que A calificó de creador de un estilo, el Ciberpunk, que según él no iba a gustarme. Después de escucharle con la modestia propia del ignorante, aporté un insignifacante granito de arena: me quedo con Bradbury y, más allá de sus archiconocidas Crónicas..., tengo la intención de leer El país de Octubre, un compendio de relatos editado por Minotauro en el que se incluye El lago, joyita literaria que he leído a ratos, en mis vagabundeos por la librería.

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Vótame en el concurso 20Blogs del 20 Minutos.

Negro al diez

Negro al diez En 1983 Cortázar escribió Negro al diez, una obra inspirada en las serigrafías de Luis Tomasello que, según Geocities, fue publicada por una editorial de París, Galerie Maximilien Goiol, y traducida al francés por Françoise Campo. Interesada en el texto, mi amiga argentina lo está buscando.

Me lo cuenta mientras comemos en un Cañas y Tapas de Argüelles y, entre las habitas con jamón y los pimientos del piquillo rellenos de verduras, consigue llamar mi atención. Ha preguntado por él en la Cuesta de Moyano y en el pasaje de San Ginés; también en algunas librerías de Buenos Aires. No ha tenido ningún éxito.

Esa misma noche, durante la improductiva cena con Pequeño friki, hablamos de Negro al diez. Aprovechando las pausas de OT, le hago partícipe de los desvelos de mi amiga (ahora también míos) y Pequeño friki, que no se percarta de mi salidez pero de libros sabe un rato, me sugiere consultar Iberlibro y el ISBN. Me explica que, si en este último no aparece ni siquiera como edición agotada, significará que no se ha publicado en España después de 1972.

No aparece.

Sin embargo mi fascinación por Negro al diez, inversamente proporcional a la infructuosidad de su búsqueda, crece más y más, y me lleva a escribir este post. Dar con él se ha convertido en un desafío que bien podría servir de argumento a alguno de los relatos de Cortázar. ¿Hay alguien al otro lado que pueda ayudarme?

Seguiré informando.

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¿Votito?

Autores conflictivos

Autores conflictivos Es mi objetivo del mes: hacer una lista de los "autores conflictivos" que habitan la sección de bolsillo. O sea, ir anotando en hojas que invariablemente acabo perdiendo los nombres de los escritores mal colocados en las estanterias o mal dados de alta en la central... "autores conflictivos".

Gracias a eso me paso las tardes paseándome y haciendo pausas para, sentada en la moqueta, cazar títulos de Machado de Assis, Chesterton, Lodge o Ling Yutang, ese chino locuaz que escribió la inubicable La importancia de vivir. Vituperio y yo siempre discutimos por su culpa; nunca sabemos dónde colocarlo.

Mientras tanto, en la tienda el tiempo continua sin hacer acto de presencia. Podría ser agosto, sí, pero también podría ser febrero: el mismo caudal de gente; la misma elasticidad de las horas y la ausencia de luz natural para pautar el día. Fuera está Madrid, eso creo.

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¿Votillo?

500 palabras

500 palabras Graham Greene, autor de "El tercer hombre" y "El americano impasible", escribía 500 palabras nada más levantarse de la cama. Era lo primero que hacía cada día: incorporarse y escribir 500 palabras, ni una más ni una menos. Después dejaba que los acontecimientos discurrieran con normalidad a lo largo de la jornada y se olvidaba de la novela de turno hasta el siguiente despertar. Curioso; me lo cuenta mi padre la mañana del domingo en Valencia. Lo ha leído en "Editar la vida".

Después de semejante apunte, pasa a preocuparse en voz alta por su planta, que agoniza; y yo me quedo pensando en la posibilidad de empezar a escribir una frase a diario, al levantarme, por hacer el experimento y ver qué sale, nada más... por lo pronto, si fuera al revés, si tuviera que escribir antes de irme a dormir, hoy escribiría una pregunta: ¿Se puede elegir querer a alguien?

Pequeño friki y yo acabamos de despedirnos en el metro. Durante el trayecto hemos recordado fragmentos de grandes éxitos del Duo Dinámico y Eurovisión. Hay que tener fuerza de voluntad y ponerse las pilas.

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Vótame en los premios 20blogs del periódico 20 Minutos.

Sobre el amor. C. G. Jung

La editorial Trotta, en su colección "Minima", ha publicado "Sobre el amor", un librito de 84 páginas que recopila las reflexiones del psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung acerca del tema. Jung vivió entre 1875 y 1961.

Leo en el metro. Algunas citas me escandalizan; otras me parecen inteligentes y les doy mil vueltas. Aquí os dejo un ejemplo de cada tipo:

- La "escandalosa":
La concepción que tiene todo hombre respetable es que con la mujer la cosa marcha sola, que el matrimonio se desarrolla solo. Lo único que no marcha por sí solo es el negocio. Para la mujer lo único que no marcha por sí solo es el matrimonio, pues ese es su negocio. ¡Una considerable diferencia en los puntos de vista!

- La interesante:
El amor libre solo sería posible si todos los seres humanos fueran capaces de los máximos esfuerzos morales. Pero la idea del amor libre no se ha inventado con esta finalidad, sino para hacer parecer fácil lo difícil.

¿Qué os parece? Ya me diréis. Mientras tanto...

votito, por favor... ¡votito, votito, votito!

Buenafuente y El amante de la China del Norte

Buenafuente y El amante de la China del Norte Ayer me fui a la cama a las tres de la madrugada por culpa de Buenafuente, ese ser. Esta "temporada" se me ha pasado muy rápido y ha sido, en parte, por su culpa. Ver a Buenafuente en Madrid me recuerda a mis años en Valencia, a las noches en El Puig, en casa de J, viendo "Sense títol" y jugando al Pictionary. Aquí podría ponerme a cantar "Y cómo hemos cambiado", pero creo que no lo voy a hacer. En este momento no estoy tarareando nada.

Establecer lazos de afecto con un ente televisivo es peligroso, también lógico. La carga de memoria que dejo descansar sobre los programas de El Terrat no es ligera. Buenafuente, cercano, volverá en septiembre ya sin Sardà y acabará de meterse a la audiencia nacional en el bolsillo.

¿Dónde estaré yo entonces? Pues no lo sé. Por lo pronto, ayer cené por Chueca, rodeada de homosexuales y heterosexuales más felices que lombrices con la reciente y definitiva aprobación de las bodas gays (por la mañana me vi inmersa al salir del metro en la manifestación contra la ley). Por la tarde, en la librería, descubrí con un cliente que "El amante" (1984) y "El amante de la China del Norte" (1991) no son la misma novela. Marguerite Duras amó mucho. Como debe ser.

Leyendo Solaris en Usera

Leyendo  Solaris en Usera Stanislaw Lem publicó "Solaris" en 1961, pero yo no supe de su existencia hasta algunas decenas de años después. En febrero de 2002 se estrenó en España la segunda versión cinematográfica de la novela, dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por George Clooney. La vi un domingo en Madrid, en los Acteón, la tarde anterior media ciudad se había manifestado contra la guerra con Pedro Almodóvar como portavoz. Había discutido con mi novio dominicano y me fui sola al cine. Es curioso, pero recuerdo hasta lo que llevaba puesto: el peto vaquero y una camisa a cuadritos grises y blancos que me confería un aspecto extraño, de granjera. Quizás tal precisión por parte de la memoria se deba a que yo estaba verdaderamente enamorada de aquel ser y de ahí se deriva la minuciosidad con que puedo recuperar semejante "momento trágico"... no lo sé.

El caso es que vi la película estando triste y la olvidé nada más salir. Era una tarde nublada que C, mi ex enfadado y cinéfilo, aprovechó para encerrarse sin mí en la filmoteca y digerir un clásico infumable de la Nouvelle Vague. Cuando salió, entrada la madrugada, yo le estaba esperando con pretensiones de reconciliación. Hicimos las paces y le hablé de "Solaris" con cierta ingenuidad y bastante desconocimiento. Fue él quien me explicó que Soderbergh se había inspirado en el clásico literario de ciencia ficción y que existía una primera versión cinematográfica del texto de Lem, la del ruso Andrei Tarkovsky, estrenada en 1972.

Ahora saltemos en el tiempo: C forma parte del pasado y llevo un par de semanas trabajando entre libros. "Solaris" es mi primera tentación. Doy con ella por casualidad, convertida en un facing de una de las últimas estanterias dedicadas a Literatura fantástica y de ciencia ficción. En formato bolsillo, publicada por Minotauro, la atracción que siento por la novelita es casi física. Hasta que me la compro transcurren unas 48 horas muy largas, durante las que me detengo con frecuencia a hojearla y hablar de ella con quienes la han leído. Cuando finalmente cae en mis manos, leo con avidez. La termino en tres días y no me defrauda.

La segunda de las jornadas dedicadas a la lectura de "Solaris", mi amiga peruana K me invita a comer en el piso que ha alquilado con su marido en Usera. Hace calor, 33 grados según el termómetro urbano de una parada de autobús. Salgo del metro y, mientras espero que K venga a buscarme, me siento en un banco y abro la novela: Kris se despierta y Harey ha vuelto; eso es lo que me cuenta Lem muy lejos de imaginarse que alguien iba a leerlo alguna vez entre las tres y las cuatro de la tarde, en un barrio repoblado por inmigrantes al sur de Madrid. K llega y caminamos charlando hasta su casa en el tercer piso de un edificio sin ascensor. La puerta del apartamento es azul; ella está contenta. Lo noto mientras me enseña los menos de 60 metros cuadrados en los que convive con su marido y dos realquilados, un Erasmus griego y una rumana sin papeles. El sol entra por todas las rendijas, la música suena en la radio y K está preparando Carapulcra en mi honor, un plato peruano con papas secas, cordero y arroz.

Pasa de las seis cuando la hermana de K se une a nosotras. Las conocí a las dos en una de las mil empresas de teleoperadores para las que trabajé. La hermana de K, casada con un camarero español, sueña con ser cantante. Es la clase de chica que engancha la mirada de los hombres que viven en Usera. Lleva unos vaqueros ajustados y una camiseta de licra sujeta al cuello por un cordoncito mínimo. Nos reímos. Les hablo de "Solaris" y K me cuenta que está leyendo la serie "Caballo de Troya", de J.J. Benítez. Saca el libro de su habitación y comentamos el surreal argumento en voz alta. La hermana de K ha decidido que va a tintarse el pelo como Britney Spears. Ya no lee, antes sí lo hacía, pero nos dice que se cansó.

Son más de las ocho cuando nos despedimos de K de nuevo en el metro.

Fue una tarde agradable. Cada vez estoy más segura de que nos hemos hecho amigas. Literatura aparte, les he hablado de mi encuentro con A. Lo tengo en la cabeza.

La mujer justa II

La mujer justa II Ya estoy aquí. He vuelto. Indico situación: delante del ordenador a oscuras (la bombilla del recibidor se fundió ayer y, ¡Atención!, no tengo dinero para reponerla). Me acabo de duchar, llevo una toalla en la cabeza, el bañador de N. y voy sin camiseta. Esta vez no hay pollo de por medio, pero no deja de ser una imagen patética. En este instante, para colmo, acaba de terminar "con el alma en pie", cantada a duo por Chenoa y Bisbal. Beth y "Dime" toman el relevo.

Primera duda que puede suscitar el párrafo anterior: ¿Por qué no tengo dinero? Respuesta: porque la Caja de Ahorros del Mediterráneo no ha validado el cheque del Banco Santander que ingresé ¡¡¡HACE YA CINCO DÍAS!!! con mi finiquito. Irónicamente, ahora que gano más se me funden las bombillas -ayer me dio un calambrazo tratando de resucitar a una que casi ni lo cuento- y tengo la cuenta en números rojos.

Segunda y última duda que tal vez os genere mi estado: ¿Por qué escucho a los ex triunfitos? Me guardo la respuesta para un post que lleve ese título.

Lo que importa es que en medio de este maremagnum de desgracias domésticas, como escribía ayer, he terminado "La mujer justa" y me ha gustado, aunque es una novela triste y Márai utiliza a uno de sus personajes para decir que la mediocridad reside en la práctica totalidad de los sentimientos y situaciones humanas.

¿Será eso verdad? Si lo es, no queda más escapatoria que reírse.

Ayer por la tarde estuve con L. Fuimos al cine, vimos "La intérprete", película casi con seguridad patrocinada íntegramente por la ONU, imposible de creer desde el principio hasta el final, en la que Nicole Kidman tiene pasaporte de un país imaginario, Matobo, y se convierte sin comerlo ni beberlo en la defensora mundial de la libertad de los matobanos. ¡Qué bonito! Menos mal que la perturbadora presencia de Sean Pen ayuda a pasar el mal trago. Por cierto, a su personaje no sólo le abandona la mujer, sino que además se le muere en el intento de abandono, con lo cual es un hombre doblemente atormentado y resulta doblemente atractivo para la espectadora común y, de forma transitoria, insatisfecha, o sea yo. ¡Dios! ¡Cuán salida estoy!

L se despidió de mí a las doce y media de la noche después de darme un masaje que nunca le agradeceré bastante. En la puerta, antes de empezar a alejarse por el pasillo de paredes verdes hacia el portal, puso cara de profesor de Latín y me dijo: "Hay que volver a follar", ya es el momento.

Así sea.

La mujer justa

Aviso para los que me leéis: empiezo a escribir este post segundos después de poner el la sartén dos cuartos de pollo que en teoría van a cocinarse sin percances y a fuego lento, pero esto sólo es en teoría; así que cualquier alteración en la lógica de la parrafada que pienso elaborar a continuación achacádsela al pollo y a los imprevistos con los que pueda perturbar mi tranquilísima mañana de domingo.

Es domingo, sí, ayer salí con la gente de mi ex ex empleo después de trabajar durante seis horitas y media vendiendo libros en EL DÍA DEL LIBRO. La tienda era un caos, parecía un hormiguero. Nos dicen que es el día de "Algo" y nos lanzamos a la calle como si se tratara de la jungla, corriendo a comprarlo no sea cosa que nos lo vayan a quitar. Somos un poco cerriles. No me creo que todos los que me pidieron libros del reciente Cervantes Ferlosio los vayan a leer ni a asimilar, ni que todos los que me hicieron buscar en el ordenador por "Ratzinger" para gastarse unos euros en algun librito escrito por Benedicto XVI antes de su ascenso a Papa vayan a empaparse con embeleso de lo que este ecuménico ser pensaba cuando no era más que un pequeño cardenal sin aspiraciones... uhhhmmm... el caso es que el género quedó diezmado y la planta arrasada por las fieras. No pasa nada, contábamos con ello.

Concluida la obligación, como decía, llegó el placer: cena en la pizzería Cervantes con los compañeros teleoperadores. Nos reímos y además D., el minúsculo aunque adulto estudiante de Bellas Artes, se sentó a mi lado y estuvo toda la noche insinuándose (o al menos eso quise pensar yo, con lo que para el caso es lo mismo), culminando su inesperado ataque con alguna que otra caricia a mi cintura ya en el pub La Galería, donde el dueño, como siempre, nos invitó a un chupito de crema catalana después de la primera copa y puso en mi honor La Sopa Fría. A las dos y media D. se fue y yo, típica y tópica para no variar, perdí todo interés por la fiesta. No tardé nada en irme a casa A PIE, lo que significa que anduve, en compañía de J. y L., desde Huertas al barrio de Salamanca... caí rendida.

No he dormido bien. A las once y media ya iba por la casa como un alma en pena, pensando en encender el portátil para ver qué tal había pasado el fin de semana mi amigo el Troyano. Eso he hecho, pero antes me he terminado a golpe de café con leche "La mujer justa", de Sándor Márai, un escritor hungaro que nación en 1900 y en 1989 se quitó la vida.

Lo dejo aquí, el pollo me reclama. Luego vuelvo a ampliar y perfeccionar, si cabe, la información.