Cuando un escritor escribe, se supone que su habitación está vacía y que un cono de luz cae sobre la mesa ante la que se inclina la cabeza del maestro, la oscuridad y el silencio realzan el movimiento de la mano en el papel y el espacio se aureola para engrandecer la escena.
Así empieza el post de Alejandro Gándara sobre Contra Natura, la reciente novela de Pombo acerca de la homosexualidad. Descubro el blog de Gándara y me gusta, si bien me prometo estudiarlo con más detenimiento no sea cosa que esté impregnado de ese tufillo tendencioso, característico de los medios de comunicación que se reparten hoy las escasas perspectivas informativas de nuestro país y proyectan su maniqueismo incluso sobre el "inocente" y "virtual" mundo de la Literatura. Ya veremos, por el momento le doy un voto de confianza.
El principio de su artículo me interesa porque me arrastra inevitablemente a la comparación. ¿Soy escritora? ¡¡¡Sí, sí, sí!!! Me dice una vocecita interior que gana fuerza en cada una de las palabras archivadas en el disco duro de mi ordenador y no enviadas NUNCA a editorial alguna. ¡NO! No si trato de encajar mi perfil de creadora un tanto sui generis en esa descripción idílica con que Gándara abre su texto.
Atravieso una época de caos. Ahora estoy escribiendo y en la salita la tele continua encendida. Es como si la tuviera aquí al lado. Parece que Jesús Vazquez me esté jaleando a gritos... tengo la sensación de que en cualquier momento una de las cajas del "Allá tú" me va a dar en la cabeza, pero me da igual. Yo sigo escribiendo tan alegremente en este cubículo de paredes de papel. Oigo al portero avanzar por el pasillo con el contenedor. Es domingo y a partir de las ocho va recogiendo puerta a puerta la basura de los vecinos. Y yo sigo escribiendo.
Una tarde cualquiera de la semana pasada, al volver a casa después del trabajo, me crucé en la acera con GR, el ESCRITOR. Llevaba gafas de sol y andaba muy rápido. Debía tener prisa, a lo mejor temía que le reconocieran. Aún así se detuvo a saludarme. Se interesó por mi libro de relatos y me obligó a enfrentarme a la realidad.
- Ahí sigo. Un poco perdida de la vida, todavía con el último cuento.
- ¡Termínalo! -Me dijo casi a gritos, y a continuación siguió su camino confundiéndose con la multitud. Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón y una cazadora de ante marrón con la cremallera subida hasta el cuello. ¡Pufff! Desapareció.
¿Soy una escritora? GR cree que sí. ¿Lo creo yo? Esta mañana, mañana de domingo, he abierto los ojos exactamente a las 13.49 pm. Me he arrastrado hasta la cocina y me he llevado a la mesita de noche un tazón de café con leche (¿Cómo no?), un plato con un par de trozos de pan y una tableta de chocolate puro (70% de cacao) y dos libros: El infuble Segundo sexo de Beauvoir y El club de lucha. Cuando llevaba unas cien páginas leídas de este último, ya sin provisiones, me he levantado por fin. He encendido el portátil y llena de remordimientos he abierto el documento "Trabajando en La verdad". He escrito esto:
Sigue lloviendo. En esta tarde que transcurre dos años y medio después, llueve igual que entonces. Los colores de la casa son los mismos, el curso de mi historia acuífero, ya acabada, no ha alterado la calma familiar ni el contenido de las horas. Desde la ventana, detrás del ordenador, veo el aparcamiento de la urbanización. El asfalto gris recoge el agua y la hace invisible. Todavía es temprano. Hay muchas plazas vacías; rectángulos delineados en blanco, identificados por un número. Algunas hojas muertas, rígidas, salpican la explanada. No hay ni rastro de vida humana, a no ser por el tenue resplandor que se escapa de otras ventanas próximas, iguales a la mía.
Cuando Pedro regrese de la editorial y vea la luz de la habitación encendida, tocará el claxon y yo levantaré la vista de la pantalla para verle aparcar. Después saldrá del coche y, mientras recoja su maletín del asiento trasero, guardaré el texto en el disco duró, dispuesta para recibirlo y ultimar la cena. Estaré en la cocina cuando la puerta se abra, un instante en el que quizás, no siempre me pasa, los nervios de mi estómago se encogerán repentinamente para convertirse en un estropajo compacto y ácido. Si eso sucede, me invadirá de inmediato una sensación de agujero negro y temblaré. Pienso que el temblor lo provoca todo lo que nadie sabe, pero aún así me callo. Convierto mi cuerpo en un muro de contención hasta ahora indestructible, en una presa. Pedro ignora que cada vez que me abraza, si me besa al llegar, al acariciar mis brazos pálidos, el tacto de mi piel inevitablemente viva le está engañando. Me he convertido en piedra. Cada uno de mis miembros encierra la rigidez de una construcción de ladrillos de hormigón sobre los que toda muestra de afecto deja una marca nula.
A las 17.00, después de un par de horas de dedicación semiexclusiva a mi "trabajo", salpicadas de visitas al blog y actualizaciones de mi buzón de correo electrónico, me ha vuelto a entrar hambre y lo he dejado estar para hervir unos tallarines y agotar una bolsa de papas.
Extenuación. Ya seguiré. Acabaré esa historia. Como aspirante a "Escritora de verdad", sueño siempre con que me pasen cosas del tipo "amanecer que me sorprende tras una noche en vela escribiendo cual posesa" o "taquicardia en la cola de cajas del Champión al comprender repentinamente que mi personaje está sentenciado a ser víctima de un enjambre de abejas asesinas"... pero nunca me pasa eso... mis periodos creativos se parecen más a las horas que los niños dedican a una redacción en el colegio que al trance de una medium.
Vivo en un vertedero de mediocridad, pero trepo por él, que conste. Brokeback Mountain... A lo mejor algún día llego hasta la cima y desde allí atisbo un paisaje nuevo.