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No me llames

La mujer justa II

La mujer justa II Ya estoy aquí. He vuelto. Indico situación: delante del ordenador a oscuras (la bombilla del recibidor se fundió ayer y, ¡Atención!, no tengo dinero para reponerla). Me acabo de duchar, llevo una toalla en la cabeza, el bañador de N. y voy sin camiseta. Esta vez no hay pollo de por medio, pero no deja de ser una imagen patética. En este instante, para colmo, acaba de terminar "con el alma en pie", cantada a duo por Chenoa y Bisbal. Beth y "Dime" toman el relevo.

Primera duda que puede suscitar el párrafo anterior: ¿Por qué no tengo dinero? Respuesta: porque la Caja de Ahorros del Mediterráneo no ha validado el cheque del Banco Santander que ingresé ¡¡¡HACE YA CINCO DÍAS!!! con mi finiquito. Irónicamente, ahora que gano más se me funden las bombillas -ayer me dio un calambrazo tratando de resucitar a una que casi ni lo cuento- y tengo la cuenta en números rojos.

Segunda y última duda que tal vez os genere mi estado: ¿Por qué escucho a los ex triunfitos? Me guardo la respuesta para un post que lleve ese título.

Lo que importa es que en medio de este maremagnum de desgracias domésticas, como escribía ayer, he terminado "La mujer justa" y me ha gustado, aunque es una novela triste y Márai utiliza a uno de sus personajes para decir que la mediocridad reside en la práctica totalidad de los sentimientos y situaciones humanas.

¿Será eso verdad? Si lo es, no queda más escapatoria que reírse.

Ayer por la tarde estuve con L. Fuimos al cine, vimos "La intérprete", película casi con seguridad patrocinada íntegramente por la ONU, imposible de creer desde el principio hasta el final, en la que Nicole Kidman tiene pasaporte de un país imaginario, Matobo, y se convierte sin comerlo ni beberlo en la defensora mundial de la libertad de los matobanos. ¡Qué bonito! Menos mal que la perturbadora presencia de Sean Pen ayuda a pasar el mal trago. Por cierto, a su personaje no sólo le abandona la mujer, sino que además se le muere en el intento de abandono, con lo cual es un hombre doblemente atormentado y resulta doblemente atractivo para la espectadora común y, de forma transitoria, insatisfecha, o sea yo. ¡Dios! ¡Cuán salida estoy!

L se despidió de mí a las doce y media de la noche después de darme un masaje que nunca le agradeceré bastante. En la puerta, antes de empezar a alejarse por el pasillo de paredes verdes hacia el portal, puso cara de profesor de Latín y me dijo: "Hay que volver a follar", ya es el momento.

Así sea.

2 comentarios

mari -

yo también. me inquieta bastante.

T -

Espero ansiosa el porq d escuchar exriunfitos.