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No me llames

La mujer justa

Aviso para los que me leéis: empiezo a escribir este post segundos después de poner el la sartén dos cuartos de pollo que en teoría van a cocinarse sin percances y a fuego lento, pero esto sólo es en teoría; así que cualquier alteración en la lógica de la parrafada que pienso elaborar a continuación achacádsela al pollo y a los imprevistos con los que pueda perturbar mi tranquilísima mañana de domingo.

Es domingo, sí, ayer salí con la gente de mi ex ex empleo después de trabajar durante seis horitas y media vendiendo libros en EL DÍA DEL LIBRO. La tienda era un caos, parecía un hormiguero. Nos dicen que es el día de "Algo" y nos lanzamos a la calle como si se tratara de la jungla, corriendo a comprarlo no sea cosa que nos lo vayan a quitar. Somos un poco cerriles. No me creo que todos los que me pidieron libros del reciente Cervantes Ferlosio los vayan a leer ni a asimilar, ni que todos los que me hicieron buscar en el ordenador por "Ratzinger" para gastarse unos euros en algun librito escrito por Benedicto XVI antes de su ascenso a Papa vayan a empaparse con embeleso de lo que este ecuménico ser pensaba cuando no era más que un pequeño cardenal sin aspiraciones... uhhhmmm... el caso es que el género quedó diezmado y la planta arrasada por las fieras. No pasa nada, contábamos con ello.

Concluida la obligación, como decía, llegó el placer: cena en la pizzería Cervantes con los compañeros teleoperadores. Nos reímos y además D., el minúsculo aunque adulto estudiante de Bellas Artes, se sentó a mi lado y estuvo toda la noche insinuándose (o al menos eso quise pensar yo, con lo que para el caso es lo mismo), culminando su inesperado ataque con alguna que otra caricia a mi cintura ya en el pub La Galería, donde el dueño, como siempre, nos invitó a un chupito de crema catalana después de la primera copa y puso en mi honor La Sopa Fría. A las dos y media D. se fue y yo, típica y tópica para no variar, perdí todo interés por la fiesta. No tardé nada en irme a casa A PIE, lo que significa que anduve, en compañía de J. y L., desde Huertas al barrio de Salamanca... caí rendida.

No he dormido bien. A las once y media ya iba por la casa como un alma en pena, pensando en encender el portátil para ver qué tal había pasado el fin de semana mi amigo el Troyano. Eso he hecho, pero antes me he terminado a golpe de café con leche "La mujer justa", de Sándor Márai, un escritor hungaro que nación en 1900 y en 1989 se quitó la vida.

Lo dejo aquí, el pollo me reclama. Luego vuelvo a ampliar y perfeccionar, si cabe, la información.

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