Fuera de tiempo
No hay relojes ni tampoco ventanas, así no hay posibilidad de controlar el paso de las horas y el cliente pierde la noción del tiempo. Hasta que me lo explicaron ayer, nunca me había dado cuenta.
Las escaleras mecánicas suben y bajan en direcciones opuestas a las del metro y no hay ningún cartel que indique con una flecha como encontrar la salida. Entrar es fácil, salir no. Se pretende que el comprador en potencia recorra el mayor espacio posible y vea más mercancía... la tentación está por todas partes y la gente cae en la trampa y compra sin pensar.
Llevamos aproximadamente cuatro horas de visita formativa por el centro comercial, con la espalda hecha polvo y dolor en las piernas, cuando subimos con nuestro guía a la séptima planta, el almacén, las tripas de la tienda, como lo llamó A en su último correo. El techo es alto y el mobiliario, estanterias interminables llenas de libros y CD's, es gris. Hay un halo de humedad y refugio, y hace frío. Dos chicas trabajan a destajo llenando cajas con productos defectuosos para devolver al distribuidor. Nos explican en qué consiste su tarea y nosotras las escuchamos como bobas, fascinadas por lo que estamos viendo a la luz dura de un neón.
Cuando salimos, mientras esperamos el ascensor, descubrimos una ventana del tamaño de una almena desde la que se ve Madrid arañado por unas cuantas golondrinas. Está oscureciendo.
Las escaleras mecánicas suben y bajan en direcciones opuestas a las del metro y no hay ningún cartel que indique con una flecha como encontrar la salida. Entrar es fácil, salir no. Se pretende que el comprador en potencia recorra el mayor espacio posible y vea más mercancía... la tentación está por todas partes y la gente cae en la trampa y compra sin pensar.
Llevamos aproximadamente cuatro horas de visita formativa por el centro comercial, con la espalda hecha polvo y dolor en las piernas, cuando subimos con nuestro guía a la séptima planta, el almacén, las tripas de la tienda, como lo llamó A en su último correo. El techo es alto y el mobiliario, estanterias interminables llenas de libros y CD's, es gris. Hay un halo de humedad y refugio, y hace frío. Dos chicas trabajan a destajo llenando cajas con productos defectuosos para devolver al distribuidor. Nos explican en qué consiste su tarea y nosotras las escuchamos como bobas, fascinadas por lo que estamos viendo a la luz dura de un neón.
Cuando salimos, mientras esperamos el ascensor, descubrimos una ventana del tamaño de una almena desde la que se ve Madrid arañado por unas cuantas golondrinas. Está oscureciendo.
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