Nada de particular
Me levanto a las once y, después de hacer café y hablar con mi madre, enciendo el ordenador; una enumeración patética. Esta semana no ha pasado nada, aunque ese nada no equivale al vacío universal, sino a la sucesión de acontecimientos rutinarios y sospechosamente poco estimulantes que han llenado mi tiempo, la NORMALIDAD: bromas y visitas en el trabajo, llamada de A, cena con Diego, algo de Buenafuente y mucha lectura (terminada "Una mujer, una casa, una novela", empiezo "Azul casi transparente", de Ryu Murakami, el Welsh oriental).
La realidad no dice nada. Esa es la conclusión más interesante a la que llego. El lunes por la mañana escribo "Paréntesis" (véase post anterior) y lo llevo a la Fnac para que lo lean Helios y Pedro. Es lo primero que les dejo y el martes, cuando nos volvemos a encontrar en el cambio de turno, Helios me dice que no le ha gustado: "No me ha gustado", esa es su declaración literal; a continuación se ríe y empieza a darme un montón de razones bien fundadas por las que el texto le parece pobre, manido, poco original. Y a mí me toca defenderme.
En el "fragor" de la discusión, se me ocurre que el relato es un experimento, una especie de desafío literario (a pretenciosa no me gana nadie), un estudio frío de la realidad. La realidad no habla, es muda, se limita a transcurrir. Lo que hacemos cuando escribimos (o pintamos, o componemos...) es rascar en su superficie hasta sangrarla. No nos basta con su apariencia, que consideramos engañosa, y la trinchamos sin piedad abriéndonos paso por lo que narramos como si se tratara de una selva frondosa e intrasitable. Quizás no debería ser así.
Partamos de la base de que "Paréntesis" es malo. De acuerdo, sin embargo lo salvo por su intención. Es un relato que SÓLO mira, prescinde de explicar.
¿Y si me miro al ombligo? Puedo verme escuchando a Antonio Vega en la penumbra de un viernes por la mañana, después de haber trasnochado por rutina y sin demasiadas cosas que contar. A dice que quienes se reconocen felices o piensan y hablan de alcanzar la felicidad pecan de tontos...
Vuelvo a poner "Cómo hablar".
La realidad no dice nada. Esa es la conclusión más interesante a la que llego. El lunes por la mañana escribo "Paréntesis" (véase post anterior) y lo llevo a la Fnac para que lo lean Helios y Pedro. Es lo primero que les dejo y el martes, cuando nos volvemos a encontrar en el cambio de turno, Helios me dice que no le ha gustado: "No me ha gustado", esa es su declaración literal; a continuación se ríe y empieza a darme un montón de razones bien fundadas por las que el texto le parece pobre, manido, poco original. Y a mí me toca defenderme.
En el "fragor" de la discusión, se me ocurre que el relato es un experimento, una especie de desafío literario (a pretenciosa no me gana nadie), un estudio frío de la realidad. La realidad no habla, es muda, se limita a transcurrir. Lo que hacemos cuando escribimos (o pintamos, o componemos...) es rascar en su superficie hasta sangrarla. No nos basta con su apariencia, que consideramos engañosa, y la trinchamos sin piedad abriéndonos paso por lo que narramos como si se tratara de una selva frondosa e intrasitable. Quizás no debería ser así.
Partamos de la base de que "Paréntesis" es malo. De acuerdo, sin embargo lo salvo por su intención. Es un relato que SÓLO mira, prescinde de explicar.
¿Y si me miro al ombligo? Puedo verme escuchando a Antonio Vega en la penumbra de un viernes por la mañana, después de haber trasnochado por rutina y sin demasiadas cosas que contar. A dice que quienes se reconocen felices o piensan y hablan de alcanzar la felicidad pecan de tontos...
Vuelvo a poner "Cómo hablar".
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