Leyendo Solaris en Usera
Stanislaw Lem publicó "Solaris" en 1961, pero yo no supe de su existencia hasta algunas decenas de años después. En febrero de 2002 se estrenó en España la segunda versión cinematográfica de la novela, dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por George Clooney. La vi un domingo en Madrid, en los Acteón, la tarde anterior media ciudad se había manifestado contra la guerra con Pedro Almodóvar como portavoz. Había discutido con mi novio dominicano y me fui sola al cine. Es curioso, pero recuerdo hasta lo que llevaba puesto: el peto vaquero y una camisa a cuadritos grises y blancos que me confería un aspecto extraño, de granjera. Quizás tal precisión por parte de la memoria se deba a que yo estaba verdaderamente enamorada de aquel ser y de ahí se deriva la minuciosidad con que puedo recuperar semejante "momento trágico"... no lo sé.
El caso es que vi la película estando triste y la olvidé nada más salir. Era una tarde nublada que C, mi ex enfadado y cinéfilo, aprovechó para encerrarse sin mí en la filmoteca y digerir un clásico infumable de la Nouvelle Vague. Cuando salió, entrada la madrugada, yo le estaba esperando con pretensiones de reconciliación. Hicimos las paces y le hablé de "Solaris" con cierta ingenuidad y bastante desconocimiento. Fue él quien me explicó que Soderbergh se había inspirado en el clásico literario de ciencia ficción y que existía una primera versión cinematográfica del texto de Lem, la del ruso Andrei Tarkovsky, estrenada en 1972.
Ahora saltemos en el tiempo: C forma parte del pasado y llevo un par de semanas trabajando entre libros. "Solaris" es mi primera tentación. Doy con ella por casualidad, convertida en un facing de una de las últimas estanterias dedicadas a Literatura fantástica y de ciencia ficción. En formato bolsillo, publicada por Minotauro, la atracción que siento por la novelita es casi física. Hasta que me la compro transcurren unas 48 horas muy largas, durante las que me detengo con frecuencia a hojearla y hablar de ella con quienes la han leído. Cuando finalmente cae en mis manos, leo con avidez. La termino en tres días y no me defrauda.
La segunda de las jornadas dedicadas a la lectura de "Solaris", mi amiga peruana K me invita a comer en el piso que ha alquilado con su marido en Usera. Hace calor, 33 grados según el termómetro urbano de una parada de autobús. Salgo del metro y, mientras espero que K venga a buscarme, me siento en un banco y abro la novela: Kris se despierta y Harey ha vuelto; eso es lo que me cuenta Lem muy lejos de imaginarse que alguien iba a leerlo alguna vez entre las tres y las cuatro de la tarde, en un barrio repoblado por inmigrantes al sur de Madrid. K llega y caminamos charlando hasta su casa en el tercer piso de un edificio sin ascensor. La puerta del apartamento es azul; ella está contenta. Lo noto mientras me enseña los menos de 60 metros cuadrados en los que convive con su marido y dos realquilados, un Erasmus griego y una rumana sin papeles. El sol entra por todas las rendijas, la música suena en la radio y K está preparando Carapulcra en mi honor, un plato peruano con papas secas, cordero y arroz.
Pasa de las seis cuando la hermana de K se une a nosotras. Las conocí a las dos en una de las mil empresas de teleoperadores para las que trabajé. La hermana de K, casada con un camarero español, sueña con ser cantante. Es la clase de chica que engancha la mirada de los hombres que viven en Usera. Lleva unos vaqueros ajustados y una camiseta de licra sujeta al cuello por un cordoncito mínimo. Nos reímos. Les hablo de "Solaris" y K me cuenta que está leyendo la serie "Caballo de Troya", de J.J. Benítez. Saca el libro de su habitación y comentamos el surreal argumento en voz alta. La hermana de K ha decidido que va a tintarse el pelo como Britney Spears. Ya no lee, antes sí lo hacía, pero nos dice que se cansó.
Son más de las ocho cuando nos despedimos de K de nuevo en el metro.
Fue una tarde agradable. Cada vez estoy más segura de que nos hemos hecho amigas. Literatura aparte, les he hablado de mi encuentro con A. Lo tengo en la cabeza.
El caso es que vi la película estando triste y la olvidé nada más salir. Era una tarde nublada que C, mi ex enfadado y cinéfilo, aprovechó para encerrarse sin mí en la filmoteca y digerir un clásico infumable de la Nouvelle Vague. Cuando salió, entrada la madrugada, yo le estaba esperando con pretensiones de reconciliación. Hicimos las paces y le hablé de "Solaris" con cierta ingenuidad y bastante desconocimiento. Fue él quien me explicó que Soderbergh se había inspirado en el clásico literario de ciencia ficción y que existía una primera versión cinematográfica del texto de Lem, la del ruso Andrei Tarkovsky, estrenada en 1972.
Ahora saltemos en el tiempo: C forma parte del pasado y llevo un par de semanas trabajando entre libros. "Solaris" es mi primera tentación. Doy con ella por casualidad, convertida en un facing de una de las últimas estanterias dedicadas a Literatura fantástica y de ciencia ficción. En formato bolsillo, publicada por Minotauro, la atracción que siento por la novelita es casi física. Hasta que me la compro transcurren unas 48 horas muy largas, durante las que me detengo con frecuencia a hojearla y hablar de ella con quienes la han leído. Cuando finalmente cae en mis manos, leo con avidez. La termino en tres días y no me defrauda.
La segunda de las jornadas dedicadas a la lectura de "Solaris", mi amiga peruana K me invita a comer en el piso que ha alquilado con su marido en Usera. Hace calor, 33 grados según el termómetro urbano de una parada de autobús. Salgo del metro y, mientras espero que K venga a buscarme, me siento en un banco y abro la novela: Kris se despierta y Harey ha vuelto; eso es lo que me cuenta Lem muy lejos de imaginarse que alguien iba a leerlo alguna vez entre las tres y las cuatro de la tarde, en un barrio repoblado por inmigrantes al sur de Madrid. K llega y caminamos charlando hasta su casa en el tercer piso de un edificio sin ascensor. La puerta del apartamento es azul; ella está contenta. Lo noto mientras me enseña los menos de 60 metros cuadrados en los que convive con su marido y dos realquilados, un Erasmus griego y una rumana sin papeles. El sol entra por todas las rendijas, la música suena en la radio y K está preparando Carapulcra en mi honor, un plato peruano con papas secas, cordero y arroz.
Pasa de las seis cuando la hermana de K se une a nosotras. Las conocí a las dos en una de las mil empresas de teleoperadores para las que trabajé. La hermana de K, casada con un camarero español, sueña con ser cantante. Es la clase de chica que engancha la mirada de los hombres que viven en Usera. Lleva unos vaqueros ajustados y una camiseta de licra sujeta al cuello por un cordoncito mínimo. Nos reímos. Les hablo de "Solaris" y K me cuenta que está leyendo la serie "Caballo de Troya", de J.J. Benítez. Saca el libro de su habitación y comentamos el surreal argumento en voz alta. La hermana de K ha decidido que va a tintarse el pelo como Britney Spears. Ya no lee, antes sí lo hacía, pero nos dice que se cansó.
Son más de las ocho cuando nos despedimos de K de nuevo en el metro.
Fue una tarde agradable. Cada vez estoy más segura de que nos hemos hecho amigas. Literatura aparte, les he hablado de mi encuentro con A. Lo tengo en la cabeza.
0 comentarios