Blogia
No me llames

Viviendo en Madrid

Balance

El año se termina. Cuantificar la calidad de lo vivido es imposible, al menos no ahora, cuando como mucho nos separan doce meses de la experiencia que queremos valorar. Pero yo, que vivo sola y en ocasiones, sólo en ocasiones, me aburro un poco, he hecho una lista con las cosas que sí se pueden contar, por si conseguía aportar alguna luz a la confusión que, por regla general, reina en mi cerebrito:

- CASAS EN LAS QUE HE VIVIDO: Dos, la alquilada en Madrid y la de mis padres, en Valencia.
- PERSONAS QUE SE HAN QUEDADO A DORMIR EN CASA: 17
- TRABAJOS QUE HE TENIDO: Dos, transcriptora de anuncios y librera.
- RÉCORD DE DÍAS SEGUIDOS TRABAJANDO SIN PARAR: 10
- BAJAS LABORALES: Dos, las dos de un día.
- SALIDAS AL EXTRANJERO: Cero patatero.
- LIBROS LEÍDOS: 41
- PELÍCULAS VISTAS EN EL CINE: Alrededor de 40.
- PELÍCULA VISTA MÁS VECES: Olvídate de mí.
- GENTE A LA QUE HE CONOCIDO (Entendiendo por "conocer" haber mantenido una conversación más o menos seria): Entre 35 y 50.
- SERES QUERIDOS QUE HAN MUERTO: Cero patatero. Toquemos madera.
- ACCIDENTES AÉREOS DE SERES PRÓXIMOS: Uno.
- PERSONAS CON LAS QUE HE DEJADO DE HABLARME: Dos.
- ENAMORAMIENTOS ABSURDOS: Uno.
- DINOSAURIOS ADOPTADOS Y POSTERIORMENTE DESAPARECIDOS: Uno.
- HOMBRES BESADOS: Tres.
- POLVOS: Entre diez y quince. Todos concentrados el último cuarto del año. ¡Qué poquitos!
- BORRACHERAS SERIAS: Una.
- BORRACHERAS INOFENSIVAS: Incontables.
- VECES QUE HE VISTO AMANECER SIN HABER DORMIDO: Dos.
- VECES QUE HE LLORADO: Sorprendentemente pocas. De hecho, sólo recuerdo dos.
- VECES QUE HE VISTO EL MAR: Dos. Una con Rafa y otra con Ana Mari y con mi padre.
- VECES QUE HE IDO A LA PELUQUERÍA: Dos. Así me va.
- COMIDA MÁS RECURRENTE: Pasta con atún, queso blanco, aceitunas y tomatitos.
- BARES A LOS QUE HE VUELTO MÁS DE UNA VEZ: Cuatro. El Mareas, La Galería, Candela y Artépolis.
- CAFÉ MÁS VISITADO: Las mil y una sucursales del Starbucks.
- RECAIDAS: Dos. Con mi ex y con las uñas, me las vuelvo a morder.
- RELATOS ESCRITOS: Cuatro y medio.
- BLOGS: Uno
- LIBROS QUE ME HAN DEDICADO: Uno.
- PASEOS NOCTURNOS POR MADRID: Infinitos.
- PLANES PARA 2006: Uff...

¡Feliz año a todos! Espero que sigáis por aquí a partir del día uno y que nos sigamos riendo dentro y fuera de este blog como hasta hoy.

Me he cortado el pelo

Me he cortado el pelo

Ayer cobré. Consecuencia indisociable: hoy me he cortado el pelo. Noté que era necesario cuando en Valencia todos empezaron a murmurar a mis espaldas que las diferencias entre el primo Eso y yo eran más escasas cada vez; así que esta mañana me he levantado como si tuviera un resorte en la rabadilla y, acto seguido, he dirigido mis pasos hacia la peluquería de la acera de enfrente. Me gustan las peluquerías porque están llenas de espejos, lo que permite observar a la gente con detenimiento, sin que se de cuenta.

LLego y me ponen un peinador desechable, de papel, que me iguala automáticamente con el resto de la clientela. Primero hay que lavar. Me conducen hasta el lugar indicado, donde un peluquero gay y una peluquera gordita y pelirroja, con cresta, los dos uniformados de negro, están vapuleando los cueros cabelludos de una anciana y una cuarentona. El único sitio que hay libre está en el centro, entre la una y la otra. Allí aterrizo yo con mi cara de sueño, pálida, legañosa, y mi cabellera leonina... delante, una pared de espejo nos devuelve nuestra imagen surreal. Arropados por el hilo musical, Kiss Fm, formamos un grupo cuanto menos peculiar, que mantiene una animada conversación, de la que yo no participo, acerca del cáncer. Palabras como tumor, mamografía, ovarios, retención de líquidos o tirantez de los puntos se mezclan con el olor a cosmética; se diluyen en la iluminación glacial del local y rebotan contra nuestros reflejos. Por un momento tengo la sensación de haber aterrizado en Marte.

Antes de que me corten, una francesita de seis años y un ejecutivo que apura la treintena pasan por delante de mí. A la niña le divierte verse, se ríe; el ejecutivo tiene una expresión triste, despojado de la americana de su traje, con la corbata algo desorientada y medio calvo, despeinado solo a la altura de la nuca y por detrás de las orejas.

Cuando por fin me llega el turno, le confieso al "profesional" indescriptibe que me corta que ni siquiera tengo secador, soy esa clase de ser, y noto que le escandalizo. Supongo que piensa: "Dios, ¿cómo se puede vivir sin secador?". Para él debo haberme convertido al instante en la carnalización del subdesarrollo.

- ¿No lo echas de menos? -Me pregunta atónito.
- No
- ¡Ah! -Exclama conteniendo un gritito.

He dejado de ser melenuda, para transformarme en quasi calva, o al menos esa es la sensación que me produce verme tan poco pelo en la cabeza después de meses con coletas y cintas... Soy una mujer nueva. Me gusta plantearmelo así. Voy a empezar con el año a tener la clase de vida que tiene una chica de pelo corto: fría, llena de aristas congeladas, sin piedad... castigadora al fin y al cabo. ¿Seré capaz de hacer sufrir?

***

¿Últimos votitos del año?

¡Feliz Navidad!

Feliz Navidad a todos. Vuelvo el 28. Hasta entonces, vacaciones de blog. ¡Saluditos!

Siempre te despiertas

Siempre te despiertas

Vuelvo a ver la primera luz de la ciudad y siento el frío nocturno atravesando afilado mi abrigo cuando salgo del metro. Como un asesino a sueldo, la temperatura bajo cero salta sobre mí en la esquina de Goya con Conde de Peñalver y me recuerda que estoy viva. Las luces de los semáforos y los escaparates de las tiendas cerradas han recuperado el habla para decirme que siempre me despierto.

Una decena de desconocidos se cruzan conmigo en el trayecto de no más de cinco minutos hasta mi portal. Atrincherados en sus bufandas, con las manos dentro de guantes y bolsillos, miran el suelo, hablan por el móvil o no andan solos. Yo sí. Encuentro cierto placer en el mobiliario urbano, muerto; y en el cielo sin estrellas de Madrid. Una complicidad más allá de todo entendimiento, quizás propia de una paranóica, se establece entre el el espacio y yo, entre la distancia de asfalto y mis zancadas masculinas. Todas las historias empiezan y acaban aquí. Una detrás de otra, esperan su turno como en la cola de una carnicería. Hay que destripar la realidad: las tardes de fin de semana en la librería, la visita de Ñ, el abrigo de Naoko, nuevo entre un montón de gente atada a listas interminables de libros por comprar... nada más que sangre y vísceras latentes; un organismo monstruoso, cuyo funcionamiento no se interrumpe y nos conduce sin piedad a la extenuación.

G me dijo un día que cuando estamos alegres no se nos ocurre pensar en que a la vez existe alguien que está triste. Forma parte del juego, supongo.

***

¿Voto ecuménico?

... bip...

Hay una escalera de cuerda con un Papá Noel colgando de un balcón en Goya. Son poco más de las ocho y media de la mañana y un frío siberiano me hace sentir como cristal mientras espero a que el semáforo se ponga verde. La ciudad se despierta. En las fachadas de los edificios y el Corte Inglés ya es Navidad; una Navidad azul, como la luz del cielo de diciembre a primera hora. Alguien me dijo ayer que las cosas que se empiezan han de terminarse. C me dijo lo mismo cuando dejé nuestro polvo a medias y le pedí que se marchara de casa. En una esquina de Madrid, rodeada de la actividad propia del principio del día, con los comercios todavía cerrados y las bocas de metro aspirando gente, pienso por enésima vez que probablemente con las frases hechas y las terciarias de la librería podría ordenarse el mundo. Dentro de las mangas larguísimas de mi abrigo, muevo los dedos de mis manos heladas para entrar en calor.

Vuelve a la vida... bip... bip... bip...

***

¿Me votas?

Lengua bífida

Lengua bífida

A veces pienso que mi cuerpo no me pertenece, que hubo una equivocación y al nacer me adjudicaron el cuerpo de una mente ajena, desalojada por error de su envoltorio de sangre y expulsada a los infiernos para que mi alma pudiera tener cobijo.
Es terrible. A veces pienso que es otro cerebro el que decide sobre los movimientos inmediatos de mis brazos, de mis piernas; sobre las emociones que voy a exteriorizar en forma de lágrimas o rubor en las mejillas. Tiemblo cuando hace calor y tengo la necesidad de quedarme desnuda en medio del frío. Me parto en dos y YO soy lo que queda entre las decisiones temerarias y extremas de lo que pienso y lo que, en contra dirección, llego a sentir; el vértice de una lengua bífida, de serpiente, rosa y húmeda como los pétalos de una flor.

***

¿Votas?

Cuestiones cuánticas

Cuestiones cuánticas

"En el mundo de la física contemplamos una representación de la vida cotidiana en sombras chinescas. La sombra de mi codo descansa sobre la sombra de mi mesa, mientras la sombra de la tinta resbala sobre la sombra del papel... el franco descubrimiento de que la ciencia física se desenvuelve en un mundo de sombras es uno de los avances recientes más significativos."

EDDINGTON, A. Fragmento de The nature of the physical world recogido en Cuestiones Cuánticas, una recopilación de Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo realizada por Ken Wilber.

Sir Arthur Eddington (1882-1944) fue uno de los primeros teóricos en ententender plenamente la teoría de la relatividad y contribuyó de forma más que notable a desentrañar los secretos de la evolución y la constitución interna de los sistemas estelares.

El martes por la mañana, como siempre, hablo con mi madre mientras me tomo el café con leche. Entre una cosa y otra, me dice que escribo bien, pero que soy "monotemática", esa es exactamente la palabra que utiliza. Cuando cuelgo, le doy vueltas a su opinión y concluyo que probablemente está en lo cierto, así que me propongo escribir un post diferente, en el que las relaciones sentimentales no tengan cabida. Me parece un reto fácil.

Cojo el metro a las dos y cuarto y leo a Eddington. Al terminar el párrafo que cito, levanto la vista del libro y miro a mi alrededor. Lo que veo no es una representación de sombras, son sombras simplemente.

En la calle llueve, sigue sin haber otro color que el gris para describir el aire y el frío. No llevo paraguas, ando rápido y llego a la tienda demasiado pronto. La tarde se perfila intrascendente e igual a la anterior y a la que vendrá después: cajas verdes de libros sin colocar y gente, mucha gente con títulos apuntados en post-it y hojitas arrancadas de libretas pequeñas; títulos escritos con una caligrafía indescifrable, que se convierte en el misterio más interesante para resolver de tres a nueve y media.

A las siete descubro en el móvil una llamada perdida de C. Tenemos que vernos. Es peligroso, sin embargo pesa más que cualquiera de las sombras que me persiguen, entre las que me muevo. Marco su número desde el teléfono de la librería y, sin pensar en la cena pendiente con Pequeño friki, quedo con él a la salida.

Es puntual. Me lleva a Lavapies, su mundo. Allí, en la penumbra amarilla del Lola Lola, cenamos un bocadillo de pollo con queso y bebemos vino. Conversamos sobre todo lo que hemos ido acumulando el uno para el otro en los últimos dos años y medio sin vernos, concentrados de pronto en ese local tan decrépito y vacío como un espacio onírico apto para viajeros en el tiempo que llegan desde el pasado para sacudir un presente dormido con el paso de las páginas de las novelas que leo sin cesar.

De la mano de C y de su excéntrico amigo O, que se protege del frío con un abrigo setentero, blanco y lanudo, recorro la madrugada gélida y desierta de Madrid por la calle Salitre y subiendo por la calle del Olivar, donde nos detenemos en Artépolis, Travelling y finalmente, muchas cervezas después, en el Candela. O se despide y nos quedamos solos. Entonces C me besa y las sombras vuelven a acentuarse a mi alrededor, bailando y riéndose chirriantes como óxido.

***

Vótame, por favor.


Los sentidos y la memoria

Los sentidos son capaces de recordar. Tienen una memoria selectiva y durmiente, que nos ataca por sopresa como un drepredador que no atiende a razones. Cuando tocamos, cuando olemos... las partículas invisibles de lo percibido impregnan nuestro cerebro igual que purpurina y se quedan allí, adheridas a las circunvoluciones, esperando el momento oportuno para asaltarnos sin piedad.

El tacto de una manta, el sabor equivocado de algún plato mal preparado en la cocina, el color de las cuentas de unos pendientes... se asoman como fantasmas a objetos y espacios posteriores en el tiempo y nos devuelven por un segundo, con la brevedad de un fogonazo, a otro lugar y a otra piel. Nos descolocan.

Amar físicamente a alguien implica conocer su olor y arriesgarse a identificarlo en el momento menos adecuado. La noche del martes llovía con fuerza sobre Madrid. Habíamos salido y corrimos hacia el metro. La estación de Sol estaba atestada de gente joven que, como nosotros, buscaba protegerse del agua. Había vapor en el ambiente, cabezas mojadas, voces, chubasqueros brillantes y huellas de pisadas en el suelo. Los andenes de la línea 1 parecían la entrada de una discoteca. No teníamos frío.

Pequeño friki, con su chaqueta empapada, me tenía cogida por la cintura cuando llegó el tren. Aunque nos dimos prisa en entrar no conseguimos sentarnos, así que nos quedamos de pie delante de la puerta; el uno delante del otro, con nuestros amigos alrededor, hablando del tiempo. Entonces lo olí. Entre todos, identifiqué su olor, como quien reconoce a alguien que ha cambiado mucho después de muchos años, pero que aún conserva la misma mirada, aquella que una vez vio lo mismo que nosotros vimos.

Hay algo animal en la posibilidad de distinguir por el olor a los hombres con los que se ha estado sin importar que se encuentren perdidos en una multitud huida de la lluvia; algo felino; un fragmento de no humanidad, como una esquirla que abre nuestras heridas y rasga nuestro vestido para desnudarnos delante de desconocidos.

¿No os ha pasado nunca? Pequeño friki no lo entendería.

***

¡Vótame, vótame!

Peces de colores

Peces de colores

"Llamé a Midori por teléfono.

- Quiero hablar contigo -le dije-. Tengo muchas cosas que contarte. Eres lo único que deseo en este mundo. Necesito verte. Quiero empezar una nueva vida a tu lado.

Al otro lado de la línea, Midori enmudeció durante largo tiempo. Aquel silencio recordaba todas las lluvias del mundo cayendo sobre la faz de la tierra. Yo, mientras tanto, permanecí con los ojos cerrados y la frente apoyada en el cristal. Por fin, Midori hablo.

- ¿Dónde estás? -susurró.

¿Dónde estaba? Todavía con el auricular en la mano, levanté la cabeza y miré alrededor de la cabina. ¿Dónde estaba? No logré averiguarlo. No tenía ni la más remota idea de dónde me hallaba. ¿Qué sitio era aquel? Mis pupilas reflejaban las siluetas de la multitud dirigiéndose a ninguna parte. Y yo me encontraba en medio de ninguna parte llamando a Midori."

HARUKI MURAKAMI. Tokio blues


¿Nunca habéis sentido el silencio de alguien como el ruido de todas las tormentas? Yo sí.

Una vez compré dos peces de colores. Ni siquiera vivía en esta casa. Aún compartía un piso con P en el barrio de Huertas y trabajaba como teleoperadora. Aún salía con C. Compré los peces en una pajarería de Chueca, una tarde de invierno en la que el sol rayaba con la fuerza fría del metal la Plaza Vázquez de Mella. Tenía un abrigo de paño negro y muy poco dinero en la cuenta corriente. El termómetro rozaba el bajo cero cuando crucé la Gran Vía con un pez negro y otro naranja en una bolsa de plástico. No había oscurecido.

Ya en casa, sola, llené un tupper con agua del grifo y lo coloqué con cuidado en la mesa de la sala. Aquella casa sin calefacción, inserta en el centro de Madrid, tenía azulejos en la pared y un patio en el que las plantas crecían salvajes porque nosotros no les hacíamos ningún caso. Había comprado también un bote de comida, así que liberé a los peces y les di de comer. Los estuve observando durante minutos. Valoro ahora mi ilusión de entonces y siento lástima. Al día siguiente el pez negro amaneció muerto. Lo descubrí poco antes de las ocho de la mañana. P dormía. Tenía que salir hacia la oficina si no quería llegar tarde. Rescaté el cadáver con un colador y lo tiré a la basura. El pez naranja murió poco después, pero no fue motivo de comentario alguno. No hablamos de ello.

Hace tres años tuve dos peces de colores que murieron y hoy mi propio silencio me atormenta, tiene el sonido de "todas las lluvias del mundo cayendo sobre la faz de la tierra". Vivo en una casa sin mascotas y alejo a Pequeño friki de mí con un rigor que me corta como el filo de una hoja de papel.

No grito.

Nos acostamos juntos y sangré por la nariz. Manché la colcha con una gotita roja, prácticamente imperceptible, que sigue ahí, desafiándome cuando me despierto de la siesta.

***

¿Un voto?

El equilibrio es imposible

El equilibrio es imposible

Escucho a Los Piratas. Son las ocho y dentro de hora y media he quedado con Pequeño friki y compañía para irnos de cañas. Ya ha oscurecido. Leo descansa en la Zarzuela ajena a las opiniones de Ana Mari y V sobre su nariz mientras, a unos cuantos cientos de kilómetros de allí, un hombre gordo, probablemente despeinado, con el torso descubierto y un pantalón de chandal se toma con tranquilidad una copa de vino tinto y unas aceitunas delante de la televisión. Es mi padre.

Acabo de hablar con él por teléfono. Creo que nunca lo había escrito antes, pero por alguna razón que se me escapa, siempre que nos despedimos y colgamos, las pocas veces que mantenemos una conversación telefónica, se queda conmigo su imagen durante un ratito y me asaltan un montón de recuerdos compartidos, nada trascendentales, que me emocionan.

Es la hora de salir del trabajo. Seguro que hay atascos en la M30... hileras de coches pacientes, con los faros encendidos, iluminando la ciudad.

El último año que viví en Valencia, mi padre y yo pasamos una tarde en la Mostra. Vimos una película italiana y otra egipcia. Yo había conseguido entradas gratis porque el novio de una amiga trabajaba de chófer en el certamen, llevando y trayendo del aeropuerto a las celebridades invitadas. Aquel día gris del mes de octubre me lo había encontrado en la Avenida del Oeste conduciendo una limusina. Me animó a subir y me acercó a casa. Al despedirnos me dio dos invitaciones. Volvía de Manises, donde había dejado a Katy Jurado de vuelta a Mexico.

Así fue como compartí la tarde con mi padre, en la negrura de las salas del desaparecido cine Martí y en el interior del coche familiar, recorriendo el centro. Recuerdo que era una tarde lluviosa y que no hablamos mucho. Entonces no se me podía ocurrir la nitidez con la que años más tarde iba a recordar el momento: puedo escuchar el ruido del parabrisas, subiendo y bajando rítmicamente, arrasando el agua; siento el calor artificial y opresivo de la calefacción y recupero los silencios de los semáforos... a menudo la confianza implica silencios. Entre una cosa y otra me preguntó qué tenía previsto hacer con mi vida (por aquel entonces me acababa de licenciar, Madrid aún no existía), y yo le respondí que no lo sabía... aún ahora, con frecuencia, pienso que no tengo ni idea. Como todo comentario, él añadió sin censura: "no tienes prisa"; y consiguió que una tranquilidad extraña me recorriera por dentro. No se lo dije.

Hay muchas cosas que no sabrá nunca... la confianza también implica, supongo, intuiciones. Nunca le he contado que donde me siento mejor es escuchando música en Valencia, sentada en la butaca de la salita que siempre ocupa él, al lado de la ventana que deja ver un poco la placita de la iglesia. Ese es mi lugar al que volver.

Suena El equilibrio es imposible y yo tengo que irme porque llego tarde a mi cita con la noche madrileña. Pequeño friki me espera.

***

¿Me votas?

Forever metallics

Tengo delante de mí un artilugio con forma de pequeña nave espacial. No lo es. Es un "Forever metallics"; el pintalabios que va a terminar con todas mis tribulaciones sentimentales despertando instantáneamente el deseo en mis víctimas. Quienes me vean con él puesto, pintarrajeada como una puerta, me van a empotrar contra la pared y a besarme hasta la tráquea. Todo resuelto. Tiembla, Pequeño friki... tiembla, España... estoy por enviarle uno a la pequeña Leo para que todo aquel que se asome a su cuna caiga, cual súbdito, rendido a sus pies (con ganas de lamerlos hasta el orgasmo, eso sí).

Y es que, por lo visto, el poder de "Forever metallics" es insospechado e inconmensurable. Ha llegado hasta mí al más puro estilo valija diplomática, envuelto en sus normas de uso porque Ana Mari y V, las que me lo han regalado, son por encima de todo ecologistas y van ahorrando papel y energia por los rincones... en fin... las instrucciones dicen lo siguiente:

PINTALABIOS TERAPÉUTICO
El comando Valencia ha vuelto a actuar, esta vez de forma altruista (por los pelos). Aquí tienes tu primer FOREVER METALLICS, metálico a la par que elegante.

Hemos preferido iniciarte con un color discreto, aunque el fuxia putón ha sido una tentación.

No queremos volver a verte sin pintar como una puerta, se acabó el look CARA LAVADA. Desde hoy tus labios sí dejarán huella.

FIRMADO: Las supernenas (Delegación Valencia)
P.D. S también es una supernena.

Sólo tengo que añadir en mi defensa que ayer por la noche, mientras veíamos a Buenafuente, Ana Mari me convenció para probarme el pintalabios y... ¿Quién dijo discreto? A lo mejor el sábado recurriré a él. No respondo de las consecuencias.

La historia más bonita

La historia más bonita Podría no contarlo todo.
Jueves. Me despierto a las nueve en casa de Sh, las dos despatarradas en su cama gigantesca después de una noche de charla turbia. Hemos maldormido tres horas. A las seis de la mañana aún estábamos en su sofá, tapadas con sendas mantas, bebiendo vozka con naranja y arreglando el mundo.

Podría no contarlo todo.
Sh tiene dos trabajos, así que a remolque de sus responsabilidades a las nueve y veinte de la mañana me encuentro en el corazón peatonal de Huertas sin nada que hacer, con la conciencia de no haber cambiado de día y un agotamiento creciente que distorsiona la realidad. La luz es de cobre. Conozco las calles por las que paso, sé los nombres de las tiendas. Vivía antes allí. Al bajar hacia Sevilla a un ritmo innecesariamente rápido decido que no voy a tomarme un café. Puedo masticar mi aliento por culpa del alcohol y no me apetece estimularlo con otro aromita fuerte y rotundo. Finalmente termino en la mesa redonda de un Starbucks con un zumo de naranja y una botella de agua de medio litro. Me siento extraña.

Podría no contarlo todo.
Hace 24 horas que no voy a casa, pero nadie me espera. A mi alrededor algunos ejecutivos están empezando el día; fuera, un Vip's, un Nebraska, el teatro Alcázar, los coches, un andamio disimulado con publicidad y la boca del metro. No hace frío, aunque el día ya tiene el color del invierno. Un par de policías con cazadoras fluorescentes controlan el tráfico. Una furgoneta de Fedex y gente; gente que cae con el peso del hielo en un vaso. Autobuses. Sonidos.

Intuyo que Sh está enamorada de A, pero esa no es mi historia. Tampoco la de P y C, la historia más bonita: P me cuenta a última hora de la tarde del lunes, mientras ordenamos Bolsillo, que se enamoró de C por su risa. Escuchaba su risa proveniente de algún rincón de la tienda y se iba enamorando poco a poco. C es la mujer de su vida; eso me dice mirándola sin que ella se de cuenta. Es verdad, C se ríe siempre. Y yo podría no contarlo todo, porque cada vez estoy más convencida de que la verdad es silenciosa, hierve a mi alrededor sin hacer ningún ruido pero está ahí, a dos pasos de mis tribulaciones que, como un antifaz, se empeñan en velar el mar.

Acabo el zumo y me voy a dormir. Por la noche ceno con Vituperio en un bar de Chueca. Que nada se detenga.

***

Un votito, vale?

A partir de La Vida Secreta de las Palabras

A partir de La Vida Secreta de las Palabras

Mi amiga G, poeta cada vez de más éxito, asistió ayer por la noche al estreno de La vida secreta de las palabras y hoy me ha escrito un correo para contarme que, durante la fiesta posterior a la película, bailó con Tim Robins, ese hombre. Mi amiga G siempre hace cosas y conoce a gente que me hubiera gustado hacer y conocer a mí, sin embargo -extraño- nunca consigue despertar mi envidia.

Ayer, mientras G le hablaba de sus versos a Isabel Coixet, yo cogí la línea nueve, violeta, y llegué hasta la última parada acompañada únicamente por el final de Kitchen. Cuando salí en Herrera Oria la noche había caído por completo y hacía frío, no había demasiada gente y los bloques de edificios, altos e iguales, crecían a un lado de la carretera. Al otro, la zona residencial se intuía oscura, oliendo a un verde húmedo por culpa de los restos de lluvia. No sentí miedo. He recorrido ese trayecto muy a menudo. Cuando trabajaba en Repsol como teleoperadora en catalán, lo hacía todos los días; un paseo de unos quince minutos en el que siempre acababa fascinada por los colores de las hojas que se arremolinaban junto a las aceras. Una vez nevó. Entonces vi las hojas moradas, como de col lombarda, empapadas sobre la nieve blanca y sucia.

En mi ex empleo me encuentro con Leo y Leticia, que cubren solos las dos horas del turno de noche, de ocho a diez. Leo, un uruguayo recién llegado a los cincuenta, acaba de salir ileso de un accidente de avión que le retuvo en Caracas tres días más de los que había previsto al planear sus vacaciones; Leticia está mal porque se ha enamorado en secreto de un compañero que acaba de dejar el trabajo esa misma tarde. Al saludarme, le brillan los ojos. Leo se ríe y, en la plataforma desierta, me cuenta el accidente con pelos y señales. Consigue que Leticia se ría también. Yo les hablo de Pequeño friki y no dudan en tacharme de caso perdido.

A las diez nos vamos a tomar una cerveza y a las once y media Leticia me acerca a Avenida de América en su Seat Ibiza de segunda mano. Normalmente me deja en el metro y sigue su camino, pero hoy no tiene ganas de llegar a casa y decide conducir hasta mi portal. Cogemos la Castellana en dirección a Colón con el CD de grandes éxitos de Alejandro Sanz en marcha. Al otro lado de la ventanilla, contra un cielo nublado, se recorta una de las zonas de oficinas más importantes de la ciudad... Allí donde el Windsor ha desaparecido, avanzamos hablando bajito y explotando la confianza que hay entre nosotras, favorecida por el espacio cerrado del coche. Compartimos nuestras tristezas corrientes y -absurdo cuanto más, lo reconozco- nos consolamos comentando lo bonita que está Madrid inmersa en su noche azul, rasgada por letreros de neon, semáforos en rojo y una llovizna que parece congelarse al pasar por delante de los faros de los coches y las ventanas encendidas.

Aún no he visto La vida secreta de las palabras, pero me parece un título interesante. Supongo que a estas horas Tim ya estará en los brazos de Susan, después de su baile con G en el vestíbulo de algún cine de la Gran Vía. Yo vuelvo a estar delante del ordenador, como siempre en la parra, y me pregunto si realmente las palabras me esconden algo. Para mí son como una droga. Calman mi ánimo.



***

¿Me votas?

Los cien nombres de Alá

Los cien nombres de Alá No avanzo en el relato. Eso está mal. Se supone que son mis cuentos los que van a sacarme de la miseria, a librarme definitivamente de cargar con el adjetivo “mantenida” a mis espaldas que mañana cumplen 28 años. ¡Socorro! La responsabilidad del paso del tiempo cae sobre mí de repente, mientras agonizan mis 27. ¿Se nota que me he quedado sola, no? Después de haber compartido mis 48 metros cuadrados de vivienda con cuatro personas durante 72 horas, vuelvo a pensar mucho en cosas sin importancia ahora que los tengo sólo para mí.

Tonins me abandonó está mañana. Su autobús salía a las 8 de Avenida de América. Se ha marchado a Santander para continuar trabajando en el análisis funcional no arquimediano. En Chile lo hacía “en grado infinito”; aquí lo hará “en grado uno”. Cristina y el profesor Wim, una eminencia holandesa en la materia, lo están esperando en la universidad de semjante provincia. No entendí nada de lo que me explicó ayer delante de un par de Kebabs en Santo Domingo, pero sus objetivos me parecieron tan serios, tan necesarios para la humanidad en comparación con mis tribulaciones sobre Pequeño friki, que consideré más que justificado el que tuviera que dejarme.

Era el último huésped que me quedaba. Me despertó cuando ya tenía las maletas en la puerta y me dio un par de besos de los que no me enteré mucho porque estaba medio dormida. Con su marcha, el fin de semana ha quedado reducido a una estela cada vez más fina. Adiós a Ana Mari, a M. Y a Marti, que habrán pasado esta mañana ya en Valencia, probablemente juntas en la biblioteca del barrio, hojeando catálogos de ropa y tomando cafés en el bar de la esquina; adiós a la madrugada perdida en La Galería bailando canciones no demasiado recomendables y viendo como S jugaba al futbolín... adiós al avestruz de Usera y a la cena en Palermo Viejo... adiós a las profundas y sensatas reflexiones de T&T en el único local de Malasaña donde se molestaron en montar una mesa para nueve sobre la inconveniencia de permanecer cerca de los electrodomésticos... uhmm... igual que entraron, todos han vuelto a salir de un salto de mi rutina. Únicamente me quedo yo, que no puedo escapar. Sólo a mí me corresponde soportar a perpetuidad mis chorradas en torno a Pequeño friki y el agujero negro que es la librería.

Alá tiene cien nombres de los que se desconoce uno; Pequeño friki tiene por lo menos 200 y en este blog nos los sabemos todos. Como si se tratara de una atracción turística, a lo largo del fin de semana uno a uno mis invitados fueron pasando con disimulo por nuestro lugar de trabajo para ver en vivo y en directo a Pequeño friki y a continuación buscarme para dar su opinión. Ajeno a su capacidad de convocatoria, similar a la de Copito de Nieve en su época dorada, Pequeño friki se dejó contemplar cual fiera salvaje, feliz en su habitat: revolcándose por el suelo mientras colocaba libros, rascándose la perilla... en fin, desplegando todo su atractivo. Lo curioso es que a nadie le pareció "tan feo" como honestamente me parece a mí. Eso sí, cada uno se refirió a él de una manera distinta: Frikins, Frikis, Frikito, minifriki, frikiman... little friki... qué lejos está de haberse convertido en alguien tan observado. ¿Quién se lo iba a decir?

La historia tiene gracia, pero también encierra cierta tristeza, una melancolía que sale a flote cuando desde esta tarde pienso en que, a la vez que transcurren los segundos para mí, inmortalizados con las yemas de mis dedos sobre el teclado, a la vez avanzan imparables las vidas de mis amigos en otras ciudades o a algunas calles de distancia... empieza a anochecer antes y caen sobre nosotros un montón de acontecimientos simultáneos e incomunicables con exactitud. Nadie ve a Pequeño friki como yo lo veo, relacionado por un hilo invisible con el análisis funcional no arquimediano y un montón de nombres de vinos argentinos. Y es que lo que nos pasa no se puede contar. Confiar en lo contrario resulta ingenuo.

Todos saltan de nuestro barco menos nosotros. Vuelven al suyo.

***

¿Me votas?

Ana Mari, Tonins y el cumpleaños ecuménico

Ana Mari, Tonins y el cumpleaños ecuménico 12.35 de la mañana. Llueve. Madrid tiene el color del cemento y no porque yo esté más o menos animada, sino porque el otoño ya está aquí y con él la ciudad se vuelve borrosa, tan impenetrable como poco sólida; parece de acuarela, el escenario de la viñeta en blanco y negro de un cómic. Transcurre lenta. Sin embargo, paralela a su lentidud, en el interior de mi bajo escasamente iluminado, la animación se impone cruel sobre todas nuestras tristezas.

Ayer por la noche me despedí de Pequeño friki a la salida del metro y, para variar, el último intercambio de frases graciosillas con él cayó a plomo en mi estómago con la tensión de una bomba de relojería. Llegué a casa y no había nadie. Cuestión de minutos. Me acababa de poner el pijama cuando se abrió la puerta y aparecieron Ana Mari, Marti y S. Venían de Ikea, el nuevo motor de Alcorcón, más felices que lombrices. Todas habían comprado algo: unas perchas de colores; un florero de cristal con su correspondiente cargamento de flores secas; cajas desmontables para encima de los armarios y cinco marcos con sus correspondientes láminas lánguidas y combinables.

Me muerdo las uñas otra vez.

Encargamos una pizza por teléfono y nos disponemos a ver la final de OT. Gran plan. Bebemos cerveza y Coca Cola; comemos papas. Nos reímos. En los intermedios desarrollamos conversaciones absurdas. La que se lleva la palma es una sobre las ciudades sin canción. Madrid, México, Valencia, Sevilla, Roma... tienen canción. ¿Por qué Badajoz no la tiene? ¿Por qué Soria tampoco? O, lo que es peor, ¿por qué si la tienen no la conocemos? Todas las ciudades deberían tener una canción con la que presentarse al mundo. Eso es lo que concluimos.

Ana Mari y Marti llegaron el miércoles desde Valencia. Hoy, desde Valencia también, llegará M. Y a las seis, desde Chile, llegará Tonins, un ex erasmus amigo de mi hermana que aparece de forma intermitente en nuestras vidas. Mañana celebraremos todos juntos mi cumpleaños; el de N, que es argentina; y el de T, que es alemán. Para ello contaremos con la presencia de K y su marido, que hace un par de años cambiaron Perú por Madrid. Espero que mis inevitables 28 años se vean bendecidos por esta especie de festejo ecuménico que se aproxima. Me lo merezco.

***

¿Un voto cumpleañero?

Gripe

A las 9.45 de la mañana llamo al trabajo y Reponeitor me coge el teléfono. Es la primera persona con la que hablo hoy. Desde la cama, rodeada de papel higiénico y al borde de la asfixia por culpa de la congestión, le digo que no voy a ir. Estoy mala. Reponeitor es amable, me da ánimos, me dice que me cuide, y cuando le cuelgo siento que mi simpatía por él aumenta. Le visualizó solo en la cuarta planta, perdido en una maraña de roles cargados de libros, con el chaleco puesto y cierta desidia intrínseca, esperando sin ganas a mis compañeros, que no le toman demasiado en serio.

Es un hecho: tengo gripe. Estoy infectada por un virus que induce sin duda a la depresión. Llego hasta el baño con la energia de un alma en pena y encuentro una cucarachita minúscula, marrón, recorriendo veloz el borde de la pila. Pienso en matarla, cuestión de una fracción de segundo, sin embargo al final le permito escapar. Es muy pequeña.

Salgo a la calle en busca de un justificante médico y lo veo todo gris, como si la realidad sólo estuviera medio encendida. Aún no son las once cuando en el consultorio con luz de nevera de Doctor Esquerdo, después de darle mis datos a un celador tipo, espero mi turno. Voy detrás de una mujer demacrada, que se apoya lánguida en el hombro de su marido y se levanta un par de veces al baño para vomitar de una forma nada discreta. Los demás escuchamos sus arcadas sentados en las sillas de plástico, mirando al suelo, consultando el móvil, franca e incomprensiblemente incómodos. Está tan mal que la chica que va delante de ella le cede el turno. Me llama mi madre.

El médico que me atiende es canario y me receta un montón de pastillas. Gasto en farmacia: 15 euros; gasto en media docena de cruasans y una napolitana de jamón york y queso: 2,65 euros. No he perdido el apetito. P&C me mandan un sms deseándome que mejore; de Pequeño friki no sé nada. Coti suena sin cesar, acompañante principal de mis horas en vela. Mañana será otro día.

***

¿Votito?

Diez cosas pendientes

Diez cosas pendientes 1. La compra en el Champion.
2. Enviar un sms a todos los que se vayan a ver afectados colateralmente por mi gripe.
3. Poner una lavadora de ropa.
4. Terminar El beso de la mujer araña de una vez.
5. Poner una lavadora de sábanas.
6. Limpiar el baño.
7. Acabar el dichoso reportaje de Literatura japonesa.
8. Tratar de animarse.
9. Barrer y fregar el suelo.
10. Dejar de escuchar música que incite a la autocompasión.

Mi casa me espera mientras yo deambulo por ahí, saliendo con unos y con otros, con la sensación de haber perdido algo, pero la sola lectura de la lista me entristece. De manera que, cuando entro por la puerta, cansada de colocar libros y "atender al cliente", las únicas fuerzas que me quedan son para tirarme en la butaca y mirar al techo, a ver qué me dice. Desgraciadamente los techos no hablan. Lo que yo necesito es un oráculo que me garantice un futuro de éxito y sexo... sin embargo en casa no tengo ninguno y estoy demasiado cansada para irme a Delfos a buscarlo.

Ayer B me mandó un mensaje para contarme que mi ex compañero Ñ ha descubierto el blog y lo ha incluido en la lista de enlaces de su revista literaria. Al principio me alegré; luego empecé a pensar que en poco tiempo el resto de mis colegas de trabajo leerán estos post de intenciones dudosas... Pequeño friki me descubrirá... Hoy quería escribir sobre Reponeitor y las monjas. A Reponeitor le falta un diente. Antes escribir eso no implicaba ningún riesgo; ahora si Reponeitor entra en la página tal vez se tome a mal mi descripción.

Me temo que voy a empezar a herir sensibilidades a destajo. No queda más remedio.

***

¿Un voto miserable?

No quedan días de verano

No quedan días de verano En ausencia de Chus, el showman de Pozuelo, La Galería no acaba de arrancar. Para colmo, Josephus no me pone La sopa fría y el Valencia pierde 2-1 contra el Getafe. Menos mal que mi vendedor de música pirata particular, un senegalés probablemente ilegal, aparece en el bar con los Pájaros en la cabeza de Amaral. Lo compro por tres euros y me digo que no todo está perdido. Aún así, cuando S y yo emprendemos el regreso a nuestros respectivos hogares, no encontramos taxi. Después de esperar media hora, ella coge el búho y yo me vuelvo andando por la calle Alcalá, muerta de frío, con los riñones al borde de la congelación. Llego a casa a las cuatro menos cuarto de la madrugada. Me levanto a la una. Una noche más, no demasiado trágica para sorpresa de S, convencida de que iba a tener que levantarme el ánimo y recoger mis lágrimas.

Y es que sigo sin llorar. Ahora mismo, para variar, tengo un tazón de café con leche a mi izquierda y música ambiente. Escucho No quedan días de verano y pienso que es verdad. El verano se ha ido y con él he terminado una historia. Eso es mejor que nada. Lo hablo el sábado por la tarde con el 50 por ciento de T&T mientras esperamos que el semáforo de Colón se ponga verde para llegar a Goya. Hace calor y T me hace reír cada vez que pronuncia "Pequeño friki" con acento alemán. Hay chavales delante de los edificios de oficinas intentando bailar break dance y haciendo Skate. A T le gusta el Skate, no lo sabía. A cambio de semejante revelación, me pregunta si fumo. Ocasionalmente lo hago, lo que me convierte, supongo, en una especie de bohemia solitaria y tópica, con la casa llena de polvo, el pelo sin lavar y la expresión cincelada a golpe de vicios perseguidos por Mercedes Milá... ¿Sí?

No. Quiero ser dura, pero estoy sufriendo. A lo mejor no lloro, pero escribo más y me conmuevo con la ciudad, que me habla y resurge como una amiga incombustible para hacerme ver que sigue aquí, fiel, a pesar de que a mí se me olvide cuando me pierdo en aventurillas adolescentes.

Ayer por la noche, en el cruce de Príncipe de Vergara -desierto ya tan tarde- se me ocurrió que Madrid no va a dejarme y me acordé de C. Cuando salía con él, a menudo dormíamos juntos en el piso que él compartía en Embajadores. Era un séptimo, y desde su habitación, una ventana minúscula dejaba participar en nuestras noches de sexo a las azoteas del casco antiguo. Con Pequeño friki no ha sido así. A mi bajo interior no llegan los tejados ni las antenas, sólo el mate de un patio de luces minúsculo en el que retumba la actividad de mis vecinos. Nos hemos querido a ciegas, como topos; utilizando el lenguaje parco de los inexpertos y los refugiados de guerra... elecciones demoledoras para un amor de verano. El mío.

***

¿Votas?

La prima María José

La prima María José es ecuménica; es una prima universal, la prima del pueblo, que llegó el jueves desde Valencia para visitarme y en apenas 48 horas se puso al corriente de todos los altibajos de mi vida. La prima María José es la eterna excusa para cancelar las citas con el poeta A, una desconocida para el portero de mi respetable edificio barriosalamanqués y un bienvenido inconveniente a la hora de asistir a la cena con mis compañeros de la librería.

Me hacia falta. Pasear con ella por la calle Goya en dirección a la Plaza de Colón me sirvió para resucitar la ciudad. No dejaba de repetir "Cómo me gusta Madrid". Lo dijo en el Paseo del Prado, delante de La Cibeles y por la Calle de Alcalá, también delante de los paisajes de Corot, mientras transcurría la mañana de un viernes prematuramente otoñal, con sol y un poco de fresquito.

Por la noche, japonés carísimo en Ayala y Galería, donde la prima María José bautizó a José como Josephus y una tercera amiga se dio una alegría para el cuerpo... porque esa es otra de las cosas que invariablemente llegan con las visitas de la Prima María José: la aparición de hombres medianamente interesantes en nuestras vidas. Por desgracia, esta vez no fue en la mía... en mi cabeza continua la batalla por deshauciar a Pequeño friki, que se ha convertido en un inquilino que no paga pero tampoco desaloja... tiempo al tiempo.

El sábado a mediodía nos despedimos en Sol. La dejo en el andén de Atocha con la promesa de que volverá pronto... nos conocemos desde que teníamos tres años. Compartimos colegio, amigas y años de adolescencia, primeros y últimos novios, familia... cuando salgo a la calle del Carmen camino del trabajo me siento sola otra vez, cansada, con ganas de irme a dormir. Sin embargo aún me queda el cumpleaños de Vitu y un par de cervezas en el Mareas Vivas. Aguanto hasta poco antes de las once y me vuelvo a casa sola, sin esperar a Pequeño friki. Madrid de noche también me conoce.

Escucho a Bebe.

***

¿Me votas? Concurso 20Blogs del 20 Minutos

Rabia

Ayer por la noche llegué a casa presa de la Rabia. Cuando metí la llave en la cerradura y, al abrir la puerta, me encontré con mi imagen dentro del espejo del recibidor, lo más parecido a mí era una olla exprés a punto de estallar, con todo el vapor a presión, pidiendo a gritos que me "destaparan" para que saliera. Lloraba, sin embargo no porque algo me doliera, sino porque algo necesitaba salir fuera de mí para no reventar. Afortunadamente pude hablar con alguien. De lo contrario, es muy posible que hubiera acabado estampando 2666 contra el espejo provocador o rompiendo el cristal de cualquier ventana con una silla.

Ayer descubrí que la Rabia no entiende ni de libritos ni de canciones. El Arte como paliativo no es lo suyo. Los objetos inanimados no sirven como antídoto a no ser que se esté dispuesto a asumir daños colaterales en un futuro próximo, cuando la Rabia haya pasado dejando a su paso un rastro de destrucción.

***

¿Un votito?