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No me llames

Viviendo en Madrid

Septiembre en La Galería

Septiembre en La Galería Septiembre es un mes de resurrección para Madrid. Parece que acabe de despertarse de un sueño que creía definitivo y esté de fiesta. Lo compruebo el sábado, cuando me encuentro con S para volver a nuestras incursiones mano a mano en los restaurantes y locales del centro. La noche empieza bien: S me da una idea para el último cuento que reaviva mi ilusión. Conversando con ella avanzo tanto en la trama y en el perfil de los personajes, que salgo contenta de la cena en el Pakistani de Santo Domingo a pesar de la clavada que supone la cuenta.

La siguiente parada es en La Galería (Calle del Prado, 13), ese lugar donde José, el dueño, se interesa por nuestras vacaciones, nos recibe con mi canción favorita, La sopa fría, y nos invita a chupitos de crema catalana. Perfecto. La Galería me sirve para ratificar mi teoría sobre las similitudes entre Madrid y Albacete: siempre la misma gente.

Le cuento a S que, durante la semana, he coincidido en tres ocasiones con Ingrid Rubio: la primera fue en la librería, donde me preguntó por un libro de Gide que no teníamos; la segunda, en el metro, cuando me dirigía a casa de Vituperio; y la tercera, en la tele: haciendo zapping di con ella en un reportaje de Miradas acerca del próximo estreno de la película sobre Salvador Puig Antic. No importa la extensión de la ciudad, a veces pienso que nuestros recorridos son como circuitos cerrados, donde cada ausencia y cada encuentro están prescritos.

En La Galería nos reencontramos con Chus una vez más; ese ser. La clase de personaje que se engomina el pelo y se pone una camiseta con los colores de la selección brasileña para acudir al Carnaval de Carlinhos Brown... se sabe guapo, es el alma de la fiesta; conocido de prácticamente todos los parroquianos del bar (incluidas nosotras, que una noche tuvimos con él y uno de sus amigos una especie de acercamiento surreal).

Chus... su presencia dinámica me reconforta. Ha vuelto con septiembre tan guapo y sonriente, tan de Pozuelo de Alarcón, como le dejamos en julio... empieza el curso, chicos. A ver si el otoño nos trae suerte.

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¿Me votas? Concurso 20Blogs del 20 Minutos

Iglesia de la Cienciología

Iglesia de la Cienciología La Iglesia de la Cienciología tiene relaciones públicas que se confunden con los contratados por los bares de Huertas para atraer gente a su local. Ayer, a la una y media de la noche, me despedí de S para volver a casa. Habíamos estado tomando una copa en La Ofrenda (C/ Infante, 3), escuchando música de los 80 y macerando mi ansia de sexo con Pequeño friki, que se ha ido cuatro días a Barcelona y me ha dejado con un abrazo a la salida del metro que supo a poco. Ya volverá.

S se fue hacia la Latina; yo me recorrí la calle del Prado en dirección a las Cortes con la intención de coger un taxi. Al final de la calle, anunciada por una banderola cuya longitud equivale prácticamente a la altura del edificio en el que se ubica, la Iglesia de la Cienciología no esconde nada y deja ver sus instalaciones a través de unos ventanales inmensos que llegan al suelo. Para mi sorpresa, estaba abierta. Tres o cuatro hombres jóvenes, peinadísimos y sonrientes, vestidos con pantalón oscuro y camisa marrón, pululaban entre los grupos de gente que, en su trayecto de garito a garito, pasaban por delante de la sede. Les invitaban a entrar.

Increíble, me fijé en el interior y vi a un par de crías con minifalda y zapatos de punta muertas de la risa, paseándose por el vestíbulo iluminadísimo, detrás de uno de esos seres neutros, dedicado a informar de las virtudes y ventajas de ser ¿cienciólogo?... las chicas sin duda se habían tomado dos o tres cubatas y la Cienciología había hecho acto de presencia en su vida cuando se dirigían a tomar el cuarto. Visto así, palió su sed de alcohol, aunque quizás la visita incluía copa gratis...

A mí ni se me acercaron. ¿Por qué nadie intenta captarme? ¿Acaso ya no tengo pinta de adolescente o, en general, de perdida de la vida? ¿Acaso no necesito que me orienten? ¿No soy interesante, en definitiva? Estuve a punto de "exigir" la visita guiada, pero me contuve. Ellos se lo pierden.

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Vótame. Concurso 20Blogs del 20 Minutos.

El plátano que cayó del cielo

El plátano que cayó del cielo Todo es posible. El domingo por la tarde -no serían más de las cuatro y media- mi hermana, S, V y yo volvíamos a casa paseando, después de comernos un Kebab rematado con un "heladito" de dos sabores en el Giangrossi de Velázquez con Hermosilla, cuando asistimos a la sucesión de los siguientes y extraordinarios acontecimientos:

1. Misteriosamente nos invadió la necesidad imperiosa de canturrear "nada, nada de esto, nada de esto fue un error"; y así lo hicimos: a voz en grito y con el correspondiente baile absurdo y descoordinado de turno.

2. A la altura de Hermosilla con Príncipe de Vergara, con una temperatura que rondaba los 35 grados,¡atención!, cual rayo de San Pablo, una monda de plátano me cayó del cielo. Sin duda fue una señal. La piel viscosa de la fruta que más odio se estampó contra el suelo no sin antes rozar mi empeine izquierdo, desprotegido por culpa de la escueta sandalia que llevaba puesta.

3. Treinta segundos después, en un cruce solitario, nos encontramos con Eduardo Mendicutti, que llevaba gafas de sol.

Tal vez la providencia puso a Mendicutti (teruliano de María Teresa Campos y, por lo tanto, intelectual) en mi camino para que le interrogara acerca del significado cósmico del ataque platanil, pero por desgracia no le reconocimos. Sólo mi hermana le identificó como "alguien famoso del programa de Mari Tere". Yo necesité un par de horas más para dar con su nombre y apellidos. Demasiado tarde.

Próximamente tendré que hablar de Vituperio.

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Un voto al día te da alegría.

Tortugas

Tortugas Hay tortugas en el jardín de Atocha. He ido a verlas esta tarde con Teresa. Ahora estoy escuchando a Antonio Vega y el recuerdo de las tortugas me pone triste. Son mi animal fetiche. Me identifico con ellas. No sé si eso significará algo. Una vez tuve una Tortuga Leopardo. Se llamaba Alfredo y mi padre le hablaba en Valenciano mientras le daba de comer en su despacho. No sé si Alfredo le entendía, pero lo importante es que él creía que sí.

A Pequeño friki nunca le he mencionado a las tortugas. Todavía es pronto.

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¿Votillo?

La Vaguada. Sábado idílico

Sábado por la mañana, hora punta. Después de dejarnos la lista de la compra en casa, S y yo dirigimos nuestros pasos hacia el Alcampo de la Vaguada. Cuando entramos en el centro comercial perdemos toda particularidad, pasamos automática e inevitablemente a formar parte de la marea humana que, como sebo, lubrica escaleras mecánicas, tiendas y galerías. Conseguimos un poco de aire acondicionado a cambio de renunciar a toda diferencia.

En el hipermercado la gente llena con ansia cestas y carros. Por su avidez, se diría que va a estallar una guerra y se avecina la falta de alimentos. Nosotras compramos con calma: dos aguacates, un paquete de langostinos pelados y cocidos, vino blanco, cuscús... no más de lo necesario para la cena étnica que tenemos en mente. S sabe dónde está cada cosa, así que terminamos deprisa y, ya en las cajas, elegimos una cola. Allí se produce la tragedia.

Delante de nosotras, con una cesta roja repleta de víveres, un hombre cuarentón en bañador espera su turno. Al principio no le prestamos atención, pero eso cambia cuando, de pronto, quién sabe si víctima de una alucinación transitoria que le hace pensar que se encuentra en el sofá de su casa, el ser en cuestíón empieza a rascarse sus partes con presteza y brío. Más feliz que una lombriz, sin importarle la reacción de los que le rodean. Si cierro los ojos vuelvo a verlo: rasca que te rasca... un poco más y se mete la mano por el camal.

Nuestra primera reacción es de asombro. Nos reímos. A los pocos minutos, mientras saca de su cartera un billete de 20 euros para pagar (con la misma mano con la que segundos antes se frotaba sus huevitos), empezamos a hacer un repaso de los chicos que conocemos y concluimos que el 99 por ciento de ellos debe hacer lo mismo.

Patético.

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Votito

Sexo en Nueva York

Sexo en Nueva York Pequeño friki me recomienda "Sexo en Nueva York". No es el primero que lo hace. Desde que la serie apareció en nuestras vidas, codificada en Canal +, son muchas las veces que me he quedado fuera de alguna conversación por no haber visto ni un solo episodio.

Por fin ayer sucedió. No lo planifiqué, lo prometo; no me puse a buscar su hora de emisión como una histérica con la intención de tener algo de que hablar con Pequeño friki. Fue el fluir surreal de mi libre albedrío lo que me llevo hasta ella. Pasada la una de la madrugada, después de memorizar los nombres de las nominadas de OT (Idaira y Trizia) y ver unos minutitos de la Apocalipsis de Crónicas Marcianas, llegué hasta Antena 3 por casualidad y me encontré con Sara Jessica Parker transmutada en Carrie, una columnista que escribe sus artículos a costa de las vidas privadas de sus amiguitas salidas y de la suya propia. O sea, no muy diferente de mí, ¿o sí?

Las comparaciones son odiosas pero ineludibles. Allá vamos:
* Sexo en Nueva York; sexo en Madrid (yo no lo veo por ninguna parte).

* Carrie es autosuficiente gracias a su columna; yo trabajo de librera y no llego a fin de mes.

* Pone un pie en la calle y se encuentra con un hombre atractivo; me meto en el metro y, como mucho, me encuentro con Pequeño friki.

* Cuando se deprime se compra unos Manolos; yo me muerdo las uñas corroida por el remordimiento al comprarme una falda de 9 euros.

* Su ex le sigue gustando aunque pasa de los 40 años; ¡vaya por Dios!

Definitivamente, el Sexo en Madrid, desde mi humilde perspectiva, no se parece mucho al Sexo en Nueva York, e incluso es posible que el Sexo en Nueva York no se parezca mucho tampoco a "Sexo en Nueva York". Menos mal que Ana Obregón amenaza con protagonizar la versión española de la serie. Me quedo mucho más tranquila... será como mirarme al espejo. Seguro.

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Deja tu votito

Lo contrario

Lo contrario Hace un par de semanas fui a ver "La última primavera" con A; una película que, entre muchas otras cosas, profundiza en el comportamiento de las mujeres. Cuando salimos del cine, A me llevó a casa y, ya en la puerta, me preguntó cómo pensamos nosotras. En concreto dijo: ¿Cómo piensas tú y cómo actuas? Quería descubrir cuál era el puente entre lo que me pasa por la cabeza y la acción inmediata. Paradójicamente le dije la verdad: con frecuencia hago o digo lo contrario de lo que quiero.

No creo que mi actitud sea extrapolable al resto de la población femenina, pero sí a un porcentaje elevado. Así nos va...

Quart de Poblet

El sábado por la noche dirigí mis pasos hasta el piso de un amigo que daba una fiesta para celebrar la llegada del Verano. A sólo un par de calles de distancia, inserta en el barrio de Salamanca, en casa de G no conocía a nadie excepto al anfitrión.

Estaba sentada en el suelo de la salita, sobre un almohadon estampado de lunas y estrellas, con un vaso de vino en la mano izquierda y otro de horchata en la derecha (surreal, ya lo sé), cuando una mujer de unos 50 años, camisa grande a rayas y rostro lleno de pliegues, se sentó en el almohadon de al lado. Era argentina, habitante de la Sierra y desprendía una afabilidad cálida.

Empezamos a hablar. Saltamos de banalidad en banalidad y acabamos remitiéndonos a nuestros lugares de origen. Me recomendó Buenos Aires, por supuesto; y yo le hablé de Valencia. Entonces se dejó ver una conjunción cósmica de consecuencias insospechadas: uno de sus lugares favoritos del mundo, me explicó, era un pueblo valenciano llamado Quart de Poblet.

Mi padre nació en Quart de Poblet, una localidad cercana al Aeropuerto de Manises, al lado de Mislata. Yo viví allí cuando era muy pequeña. Después me hice mayor para acabar hablando del pueblo con una argentina, una noche agradable del mes julio, en Madrid.

Es difícil no tener nada en común con el otro y, aunque podemos pasarnos toda la vida intentando dar con ello, otras veces sale a flote solo, en medio de una conversación carente de objetivo. El caso es que, lo sepamos o no, deberíamos tener en cuenta al relacionarnos que esos lazos a menudo invisibles están ahí.

Lo pienso mientras vuelvo a casa a las tres de la madrugada, después de dar por terminada la fiesta. Cruzo Ortega y Gasset en rojo, no pasa ningun coche, y recorro el tramo de Conde de Peñalver que me separa del portal.

Noche interesante.

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Vota este blog para los premios 20 Minutos.

Villa de París

Menos de 24 horas para saber si nos traemos las Olimpiadas a casa. Sabiendo que Gallardón, Raúl, Pau Gasol, Santana, etc., etc., se hallan fuera del país me siento desamparada. Ansío que vuelvan, el sentimiento preolímpico consigue que los vea como de la familia... ¿Y si perdemos?... hasta puede suceder que gane Moscú, ciudad que tal vez ni siquiera ha mandado representación (esto permitiría que Gallardón subiera igualmente al escenario como encargado de recoger el premio... pobrecillo). Pero, bueno, a mí los Juegos Olímpicos me dan igual, a pesar de que mañana me dejaré sugestionar por la alegría colectiva si ganamos.

Ayer estuve con Diego en la Plaza Villa de París, enmarcada entre la Calle Genova, el paseo de Recoletos y Alonso Martínez. La Plaza tiene un aparcamiento que lleva su nombre. Se llega a él por unas escaleritas tipo entrada al metro sobre las que un cartel anuncia: "Entrada Villa de París". Me pareció curioso. Imaginé por un momento que bajando una veintena de peldaños podía aparecer en otra ciudad. La gente salía y entraba del garaje y yo pensaba que regresaban o se dirigían a Francia. ¡Qué extraño! La plaza está en pleno centro y sin embargo es muy tranquila. Todavía no se había hecho de noche y, en un banco cerca del nuestro, una pareja de ancianos se dedicaba a lo mismo que Diego y yo, a no hacer nada. Ella tenía al lado una silla de ruedas y parecía ausente. Él estaba triste.

Mientras, vivo inmersa en mi cruzada personal: el concurso de blogs de 20 minutos. Estaría bien que me dierais un votito.

Chueca city

Chueca city Tengo prisa: se me ha estropeado la lavadora y he quedado para comer fideuà en casa de una amiga valenciana que también vive en Madrid; para colmo tengo resaca y un montón de ropa mojada por enjuagar en el plato de la ducha... estupenda mañana de domingo. No se puede pedir más. Sin embargo es la noche de ayer la que me perturba.

He llegado a la conclusión de que todos llevamos un dominguero dentro, de lo contrario soy incapaz de explicarme qué hacia ayer, entre la una y las dos de la madrugada, viendo como mi compañero de trabajo liaba un porro en la calle San Marcos, al lado de la plaza de Chueca, formando parte de una especie de embutido humano hecho de Dracs, chinos empeñados en vendernos tallarines y cubalitros de calimocho, gays con el torso sudado y descubierto, y heteros "guays", comprometidos con la causa del matrimonio y la adopción. La consigna para futuras situaciones similares será la siguiente: Huir.

Noche rara.

Un señor barrigudo

¿La gente no se marcha de vacaciones? Pues no. Si me tengo que guiar por el flujo de visitantes que cada tarde desborda la librería, puedo concluir que, muy lejos de estar a finales de junio, aún vamos por febrero.

Esta semana trabajo de tres a nueve y el paréntesis de 18.00 a 20.30 es mortal. Ayer me convertí en la víctima del señor barrigudo, un ser con indumentaría playera -bermudas azul marino y camiseta blanca, manchada de marrón-, voz de carajillero, halitosis y acento andaluz. Fascinante. El señor barrigudo eligió dos libros de la sección de Ciencias Humanas (yo creo que al azar y, por supuesto, sin ninguna intención de comprarlos) y empezó a perseguirme con uno en cada mano preguntándome a gritos cuál de ellos me parecía mejor.

Antes de venir a por mí, había llevado a cabo la misma operación de acoso con todos mis compañeros, más veteranos que yo y entrenados para eludir a personajes como el señor barrigudo. Sin detenerse ni un segundo, hablando en marcha, le contestaban: "ese es mejor"; y, ¡puf!, echaban a correr para desaparecer entre la multitud, como si nunca hubieran existido. Pero yo no pude. Me cazó en uno de los ordenadores y tuve que resolver su duda existencial fingiendo que me importaba aunque fuera un poquito. Había que decidir entre una biografía de bolsillo de los Borbones y un ensayo sobre los abusos de EE.UU en Guantánamo. Le dije: "Mejor el de EE.UU"; y el formuló la pregunta terrible: "¿Por qué?"

- Yo creo que será más interesante.
- ¿Por qué?
- Es más actual.
- ¿Por qué?

¡Rediós! ¡¿Cómo que por qué?! Mis compañeros me explicaron más tarde que todos los señores barrigudos sufren una regresión a la primera infancia que les lleva a interesarse con insistencia por el porqué de las cosas, por eso si ves que alguno se te acerca es mejor huir. Me invitaron a una caña y se me pasó un poco la paranoia, aunque me diijeron que probablemente, en los próximos días, tendré alguna pesadilla.

Plazas

Plazas Tengo un amigo que me prohibe sacar a la conversación el tema de la Felicidad. Dice que se me pone cara de idiota, porque cuando hablamos sobre ella tiendo a considerarme una persona feliz. "¡No digas eso!, se pensarán que eres tonta"; me recomienda A. Probablemente tenga razón, pero qué vamos a hacerle.

Mi felicidad, es cierto, alcanza cotas insospechadas gracias a circunstancias en apariencia bastante bobas. Las plazas son un ejemplo. Me gustan las plazas de Madrid. No lo puedo evitar. Si una tarde como estas, de verano, quedo con alguien para tomar algo en la mesa de una terraza o en un bar, y da la casualidad de que el local está en una plaza... FELICIDAD al canto. Rara es la vez que no me descubro a mí misma contándole a mi interlocutor lo bonita que está la ciudad y la suerte que tenemos de estar sentados delante de una caña, al sol, cual octogenarios de vuelta de todo... ahora me rio, pero es la verdad.

Ranking de Plazas: La plaza del Carmen, donde me tomé el otro día con M una tónica mientras ella me contaba la historia de "El bajito"; la plaza de Santa Ana, la de San Ildefonso, donde un local cuyo nombre ahora no me viene a la cabeza tiene los cafés a un precio más que decente... y mi favorita, la plaza de los Cubos, con los cines Princesa y un montón de establecimientos de comida basura alrededor. Me gusta sentarme a leer en los escalones de esa plaza mientras espero a alguien o hago cola para entrar a ver alguna película.

Sobre avestruces y argentinos

Sobre avestruces y argentinos Es un hecho: en Usera hay, al menos, un avestruz. No sabría nombrar el lugar exacto en el que se encuentra, pero lo he visto. Aproximadamente a unos 20 minutos del metro, en una espcie de centro cultural al que acudí ayer con Sonia para ver "Teatra cabaret", una obra puesta en escena por Teatra Teatrae, el grupo amateur de un colega suyo. El avestruz se pasea por la entrada, un poco cansado, como marchito, probablemente harto de preguntarse qué coño hace en un lugar como Usera, tan distinto de su habitat original... no, qué va, lo mejor es que el avestruz no se pregunta nada. Sólo yo me lo pregunto, haciéndome pajas mentales ya no sólo con mis numerosas e ínsipidas tribulaciones, sino también con las suyas.

Nadie lo mira, a nadie le sorprende después de tanto tiempo en el barrio. Se han acostumbrado a él y únicamente los que llegamos a Usera como quien llega a una isla desierta de forma accidental nos sorprendemos con la presencia un tanto surreal del avestruz.

Cuando a las diez emprendemos el regreso, me pregunto si volveré a verlo. Sonia me dice que sí, que siempre volveré a Usera porque nuestra amiga K vive allí y el barrio va a cabar por convertirse en un lugar al que acudir con relativa frecuencia... pero por lo pronto nos vamos. Cenamos en el japonés donde, sin haber reservado mesa, tenemos que conformarnos con asientos en lo que la camarera llama el "sushibar". Después tomamos el enésimo Beefeater con limón, esta vez en el argentino (C/ Garcilaso 5, metro Bilbao), un local donde los argentinos que viven en Madrid se reunen para confirmar que no están solos ni demasiado lejos de casa... reflexiono sobre eso mientras Sonia me deja para ir al baño y concluyo que se sienten un poco como avestruces en Usera. Semejante chorrada me confirma que vuelvo a estar un poco borrachuza.

Ya en casa, me alegro de que la luz del portal siempre esté encendida. A las tres me duermo.

Los carteles de Spielberg y Benedicto

Salgo del metro en Sol a las nueve menos cuarto de la mañana y me encuentro con el cartel que cubre una de las fachadas del centro, Benedicto XVI gigante, consagrando la Ostia, subrayado por una frase que se le atribuye a él mismo: "Dios no quita nada y lo da todo". Pues muy bien.

Avanzo hacia la Fnac con paso rápido y me acuerdo de que, apenas unos metros más lejos, en Callao, otro cartel de dimensiones desproporcionadas cuelga de un edificio cercano al cine Capitol anunciándole al mundo que quedan menos de 30 días para que se estrene "La guerra de los mundos" de Steven Spielberg, ese "peliculón" con Tom C. y Dakota Fanning, mi actriz favorita del momento (esto último lo digo en serio; me gustó en "El escondite" y en "Yo soy Sam").

Pero, actrices favoritas aparte, ¿qué hace la Iglesia promocionándose cual superproducción de Hollywood? La primera vez que vi al Gran benedicto en Sol fue el sábado pasado, mientras volvía a casa en un taxi con Sonia, Natalia y un par de copas en el cuerpo. Recuerdo que entonces pensé que, a veces, hay cosas que consiguen hacernos sentir como extraterrestres en nuestro propio planeta; por ejemplo, esa, colgar un póster tremendo en el corazón de una ciudad para promocionar al Papa... contemplar una imagen semejante me hizo sentir extraña. Aún no me puedo creer que una idea así haya podido salir de una mente humana.

Feria del libro

Feria del libro La Feria del Libro empieza el próximo 27 de mayo, como siempre, en el Retiro. Y te echo de menos. No quiero contenerme, ni escribir más, porque cada letra resta fuerza a lo que me está aplastando con un peso tremendo, como el de toneladas de metal.

Esta mañana, sola, he terminado otra novela, "El librero Vollard", del francés Pierre Peju; un relato en el que palabras como Vómito, Sangre y Orinar se repiten de una forma sorprendentemente efectiva. He pensado que me estoy volviendo un poco Vollard, con mi nuevo empleo, mi adicción a la literatura y mi tendencia a pasar las horas delante del ordenador, escribiendo o deambulando sonámbula por páginas y páginas de basura; triste.

Ayer N me preguntó por ti mientras cenábamos en Casa Cirilo, y me di cuenta de que ya no te nombro. También hablamos de M, aunque de él nunca hablaremos de verdad, pero eso fue después, en un local de la calle Alcalá donde el camareró insistio en haber leído El Quijote cuando tenía 16 años. Fue también allí donde conocimos a una norteamericana con dos perras, Paca y Alba. Nos contó que estaba casada con un italiano y vivía entre Mallorca y Madrid. Se presentó, aunque ya no recuerdo como se llama.

A las dos nos echaron del bar. Tenían que cerrar. Volví a casa sin sueño y ahora, varias horas más tarde, estoy aquí urgando en la mierda para no llorar; tratando de escribir cosas bonitas a partir de sentimientos podrídos, que apestan y son pasto de las cucarachas. El cursor debería ir hacia atrás. borrar esta a; borrarla.

Nada de particular

Me levanto a las once y, después de hacer café y hablar con mi madre, enciendo el ordenador; una enumeración patética. Esta semana no ha pasado nada, aunque ese nada no equivale al vacío universal, sino a la sucesión de acontecimientos rutinarios y sospechosamente poco estimulantes que han llenado mi tiempo, la NORMALIDAD: bromas y visitas en el trabajo, llamada de A, cena con Diego, algo de Buenafuente y mucha lectura (terminada "Una mujer, una casa, una novela", empiezo "Azul casi transparente", de Ryu Murakami, el Welsh oriental).

La realidad no dice nada. Esa es la conclusión más interesante a la que llego. El lunes por la mañana escribo "Paréntesis" (véase post anterior) y lo llevo a la Fnac para que lo lean Helios y Pedro. Es lo primero que les dejo y el martes, cuando nos volvemos a encontrar en el cambio de turno, Helios me dice que no le ha gustado: "No me ha gustado", esa es su declaración literal; a continuación se ríe y empieza a darme un montón de razones bien fundadas por las que el texto le parece pobre, manido, poco original. Y a mí me toca defenderme.

En el "fragor" de la discusión, se me ocurre que el relato es un experimento, una especie de desafío literario (a pretenciosa no me gana nadie), un estudio frío de la realidad. La realidad no habla, es muda, se limita a transcurrir. Lo que hacemos cuando escribimos (o pintamos, o componemos...) es rascar en su superficie hasta sangrarla. No nos basta con su apariencia, que consideramos engañosa, y la trinchamos sin piedad abriéndonos paso por lo que narramos como si se tratara de una selva frondosa e intrasitable. Quizás no debería ser así.

Partamos de la base de que "Paréntesis" es malo. De acuerdo, sin embargo lo salvo por su intención. Es un relato que SÓLO mira, prescinde de explicar.

¿Y si me miro al ombligo? Puedo verme escuchando a Antonio Vega en la penumbra de un viernes por la mañana, después de haber trasnochado por rutina y sin demasiadas cosas que contar. A dice que quienes se reconocen felices o piensan y hablan de alcanzar la felicidad pecan de tontos...

Vuelvo a poner "Cómo hablar".

Fuera de tiempo

No hay relojes ni tampoco ventanas, así no hay posibilidad de controlar el paso de las horas y el cliente pierde la noción del tiempo. Hasta que me lo explicaron ayer, nunca me había dado cuenta.

Las escaleras mecánicas suben y bajan en direcciones opuestas a las del metro y no hay ningún cartel que indique con una flecha como encontrar la salida. Entrar es fácil, salir no. Se pretende que el comprador en potencia recorra el mayor espacio posible y vea más mercancía... la tentación está por todas partes y la gente cae en la trampa y compra sin pensar.

Llevamos aproximadamente cuatro horas de visita formativa por el centro comercial, con la espalda hecha polvo y dolor en las piernas, cuando subimos con nuestro guía a la séptima planta, el almacén, las tripas de la tienda, como lo llamó A en su último correo. El techo es alto y el mobiliario, estanterias interminables llenas de libros y CD's, es gris. Hay un halo de humedad y refugio, y hace frío. Dos chicas trabajan a destajo llenando cajas con productos defectuosos para devolver al distribuidor. Nos explican en qué consiste su tarea y nosotras las escuchamos como bobas, fascinadas por lo que estamos viendo a la luz dura de un neón.

Cuando salimos, mientras esperamos el ascensor, descubrimos una ventana del tamaño de una almena desde la que se ve Madrid arañado por unas cuantas golondrinas. Está oscureciendo.

Idiomas por señas

"Se hablan idiomas por señas", eso es lo que pone en un cartel (trozo de cartón arrancado de una caja de embalar) que cuelga entre los periódicos de uno de los quiosco-chiringuitos de Callao, concretamente del que está enfrente del Palacio de La Prensa. Lo mejor es que "Se hablan idiomas por señas" está escrito en español, con lo cual los turistas extranjeros, erasmus y demás fauna no hispanoparlante de paso por la Madrid no se enteran de que el quiosquero ofrece semejante posibilidad de comunicación... caos.

Ha sido una semana dura. ¡Dios! Me he sometido a un PROCESO DE SELECCIÓN y estoy exhausta, pero ya escribiré sobre ello cuando sepa los resultados. Por ahora, lo único que quiero apuntar es que, aunque la vacante sea de charcutera (no tengo nada en su contra -no sea cosa que me demanden-), conseguir un trabajo hoy en día es una de las cosas más complicadas del universo: psicotécnicos, dinámicas de grupo, entrevistas personales... estoy cansada, ¿lo he dicho ya?

El caso es que en los trayectos hacia mi potencial nuevo curro, he pasado varias veces por el quiosco políglota y lo he descubierto. Me gustaría haber sacado una fotografía, pero aún no tengo un móvil con camarita, así que tendréis que confiar en mí o, en su defecto, daros un paseo por Callao y confirmar lo que os cuento.

Es viernes por la tarde y tengo un virus en mi portátil, estoy escribiendo desde la oficina. El lunes vuelvo.

El mar

El mar "Conocí a un hombre en otra ciudad, una vez". Quiero empezar así mi próximo cuento, aún no sé qué pasará ni, por supuesto, cuál será el final, pero sé que lo quiero empezar así. Se me ocurrió ayer, mientras agotaba el tiempo que me queda en Valencia.

Convencí a Rafa para que me acompañara a la Malvarrosa. No hacía frío, pero tampoco había sol ni demasiada gente. Quería ver el mar. Antes no tenía necesidad de verlo, pero llevo algunos meses descubriéndome nostalgias de la playa, por eso viajé a Portugal en octubre, con un ansia repentina de encontrarme con el Atlántico y las olas.

Mañana vuelvo a Madrid. Una de las mejores novelas que he leído se llama "El mar, el mar", de Iris Murdoch, publicada por Lumen. Aquí os dejo la imagen de la portada, por si os interesa.

Nos sentamos en un chiringuito cerca de la arena y pedimos unas bravas y un par de cañas. Hablamos.