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No me llames

Gripe

A las 9.45 de la mañana llamo al trabajo y Reponeitor me coge el teléfono. Es la primera persona con la que hablo hoy. Desde la cama, rodeada de papel higiénico y al borde de la asfixia por culpa de la congestión, le digo que no voy a ir. Estoy mala. Reponeitor es amable, me da ánimos, me dice que me cuide, y cuando le cuelgo siento que mi simpatía por él aumenta. Le visualizó solo en la cuarta planta, perdido en una maraña de roles cargados de libros, con el chaleco puesto y cierta desidia intrínseca, esperando sin ganas a mis compañeros, que no le toman demasiado en serio.

Es un hecho: tengo gripe. Estoy infectada por un virus que induce sin duda a la depresión. Llego hasta el baño con la energia de un alma en pena y encuentro una cucarachita minúscula, marrón, recorriendo veloz el borde de la pila. Pienso en matarla, cuestión de una fracción de segundo, sin embargo al final le permito escapar. Es muy pequeña.

Salgo a la calle en busca de un justificante médico y lo veo todo gris, como si la realidad sólo estuviera medio encendida. Aún no son las once cuando en el consultorio con luz de nevera de Doctor Esquerdo, después de darle mis datos a un celador tipo, espero mi turno. Voy detrás de una mujer demacrada, que se apoya lánguida en el hombro de su marido y se levanta un par de veces al baño para vomitar de una forma nada discreta. Los demás escuchamos sus arcadas sentados en las sillas de plástico, mirando al suelo, consultando el móvil, franca e incomprensiblemente incómodos. Está tan mal que la chica que va delante de ella le cede el turno. Me llama mi madre.

El médico que me atiende es canario y me receta un montón de pastillas. Gasto en farmacia: 15 euros; gasto en media docena de cruasans y una napolitana de jamón york y queso: 2,65 euros. No he perdido el apetito. P&C me mandan un sms deseándome que mejore; de Pequeño friki no sé nada. Coti suena sin cesar, acompañante principal de mis horas en vela. Mañana será otro día.

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¿Votito?

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