La historia más bonita
Podría no contarlo todo.
Jueves. Me despierto a las nueve en casa de Sh, las dos despatarradas en su cama gigantesca después de una noche de charla turbia. Hemos maldormido tres horas. A las seis de la mañana aún estábamos en su sofá, tapadas con sendas mantas, bebiendo vozka con naranja y arreglando el mundo.
Podría no contarlo todo.
Sh tiene dos trabajos, así que a remolque de sus responsabilidades a las nueve y veinte de la mañana me encuentro en el corazón peatonal de Huertas sin nada que hacer, con la conciencia de no haber cambiado de día y un agotamiento creciente que distorsiona la realidad. La luz es de cobre. Conozco las calles por las que paso, sé los nombres de las tiendas. Vivía antes allí. Al bajar hacia Sevilla a un ritmo innecesariamente rápido decido que no voy a tomarme un café. Puedo masticar mi aliento por culpa del alcohol y no me apetece estimularlo con otro aromita fuerte y rotundo. Finalmente termino en la mesa redonda de un Starbucks con un zumo de naranja y una botella de agua de medio litro. Me siento extraña.
Podría no contarlo todo.
Hace 24 horas que no voy a casa, pero nadie me espera. A mi alrededor algunos ejecutivos están empezando el día; fuera, un Vip's, un Nebraska, el teatro Alcázar, los coches, un andamio disimulado con publicidad y la boca del metro. No hace frío, aunque el día ya tiene el color del invierno. Un par de policías con cazadoras fluorescentes controlan el tráfico. Una furgoneta de Fedex y gente; gente que cae con el peso del hielo en un vaso. Autobuses. Sonidos.
Intuyo que Sh está enamorada de A, pero esa no es mi historia. Tampoco la de P y C, la historia más bonita: P me cuenta a última hora de la tarde del lunes, mientras ordenamos Bolsillo, que se enamoró de C por su risa. Escuchaba su risa proveniente de algún rincón de la tienda y se iba enamorando poco a poco. C es la mujer de su vida; eso me dice mirándola sin que ella se de cuenta. Es verdad, C se ríe siempre. Y yo podría no contarlo todo, porque cada vez estoy más convencida de que la verdad es silenciosa, hierve a mi alrededor sin hacer ningún ruido pero está ahí, a dos pasos de mis tribulaciones que, como un antifaz, se empeñan en velar el mar.
Acabo el zumo y me voy a dormir. Por la noche ceno con Vituperio en un bar de Chueca. Que nada se detenga.
***
Un votito, vale?
Jueves. Me despierto a las nueve en casa de Sh, las dos despatarradas en su cama gigantesca después de una noche de charla turbia. Hemos maldormido tres horas. A las seis de la mañana aún estábamos en su sofá, tapadas con sendas mantas, bebiendo vozka con naranja y arreglando el mundo.
Podría no contarlo todo.
Sh tiene dos trabajos, así que a remolque de sus responsabilidades a las nueve y veinte de la mañana me encuentro en el corazón peatonal de Huertas sin nada que hacer, con la conciencia de no haber cambiado de día y un agotamiento creciente que distorsiona la realidad. La luz es de cobre. Conozco las calles por las que paso, sé los nombres de las tiendas. Vivía antes allí. Al bajar hacia Sevilla a un ritmo innecesariamente rápido decido que no voy a tomarme un café. Puedo masticar mi aliento por culpa del alcohol y no me apetece estimularlo con otro aromita fuerte y rotundo. Finalmente termino en la mesa redonda de un Starbucks con un zumo de naranja y una botella de agua de medio litro. Me siento extraña.
Podría no contarlo todo.
Hace 24 horas que no voy a casa, pero nadie me espera. A mi alrededor algunos ejecutivos están empezando el día; fuera, un Vip's, un Nebraska, el teatro Alcázar, los coches, un andamio disimulado con publicidad y la boca del metro. No hace frío, aunque el día ya tiene el color del invierno. Un par de policías con cazadoras fluorescentes controlan el tráfico. Una furgoneta de Fedex y gente; gente que cae con el peso del hielo en un vaso. Autobuses. Sonidos.
Intuyo que Sh está enamorada de A, pero esa no es mi historia. Tampoco la de P y C, la historia más bonita: P me cuenta a última hora de la tarde del lunes, mientras ordenamos Bolsillo, que se enamoró de C por su risa. Escuchaba su risa proveniente de algún rincón de la tienda y se iba enamorando poco a poco. C es la mujer de su vida; eso me dice mirándola sin que ella se de cuenta. Es verdad, C se ríe siempre. Y yo podría no contarlo todo, porque cada vez estoy más convencida de que la verdad es silenciosa, hierve a mi alrededor sin hacer ningún ruido pero está ahí, a dos pasos de mis tribulaciones que, como un antifaz, se empeñan en velar el mar.
Acabo el zumo y me voy a dormir. Por la noche ceno con Vituperio en un bar de Chueca. Que nada se detenga.
***
Un votito, vale?
4 comentarios
Eli -
Para mí la cena de anoche también fue una revelación. Lo pasé fenomenal, me reí mucho e intuí que sé, que podríamos llegar a congeniar tu y yo; eso sí, no me hagas demasiado caso, que suelo tener cada idea de bombero... un abrazo, guapa.
natural pero muy digna -
Cerraré esta jornada con el recuerdo de un buen dia: buena cena (Puerto Rico sorprendente eh?)buena conversación y buenas amigas o por lo menos proyecto de ello.Sólo una cosa mas: Gracias!, seguiré buceando a ver si no me ahogo en mi propia rabia...
mari -
Ana Mari -