No quedan días de verano
Y es que sigo sin llorar. Ahora mismo, para variar, tengo un tazón de café con leche a mi izquierda y música ambiente. Escucho No quedan días de verano y pienso que es verdad. El verano se ha ido y con él he terminado una historia. Eso es mejor que nada. Lo hablo el sábado por la tarde con el 50 por ciento de T&T mientras esperamos que el semáforo de Colón se ponga verde para llegar a Goya. Hace calor y T me hace reír cada vez que pronuncia "Pequeño friki" con acento alemán. Hay chavales delante de los edificios de oficinas intentando bailar break dance y haciendo Skate. A T le gusta el Skate, no lo sabía. A cambio de semejante revelación, me pregunta si fumo. Ocasionalmente lo hago, lo que me convierte, supongo, en una especie de bohemia solitaria y tópica, con la casa llena de polvo, el pelo sin lavar y la expresión cincelada a golpe de vicios perseguidos por Mercedes Milá... ¿Sí?
No. Quiero ser dura, pero estoy sufriendo. A lo mejor no lloro, pero escribo más y me conmuevo con la ciudad, que me habla y resurge como una amiga incombustible para hacerme ver que sigue aquí, fiel, a pesar de que a mí se me olvide cuando me pierdo en aventurillas adolescentes.
Ayer por la noche, en el cruce de Príncipe de Vergara -desierto ya tan tarde- se me ocurrió que Madrid no va a dejarme y me acordé de C. Cuando salía con él, a menudo dormíamos juntos en el piso que él compartía en Embajadores. Era un séptimo, y desde su habitación, una ventana minúscula dejaba participar en nuestras noches de sexo a las azoteas del casco antiguo. Con Pequeño friki no ha sido así. A mi bajo interior no llegan los tejados ni las antenas, sólo el mate de un patio de luces minúsculo en el que retumba la actividad de mis vecinos. Nos hemos querido a ciegas, como topos; utilizando el lenguaje parco de los inexpertos y los refugiados de guerra... elecciones demoledoras para un amor de verano. El mío.
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¿Votas?
3 comentarios
Ana Mari -
Eli -
Ana Mari -