Unas zapatillas rojas
Pequeño friki me pide a la salida del trabajo que le acompañe a comprar unas zapatillas rojas; y yo, desoyendo los consejos de T, de S, de mi madre... desoyendo los berridos de mi rabia, voy y le acompaño como una tonta. Se prueba un par amarillo, uno azul marino y el rojo finalmente. El número del escaparate es tan pequeño que en su pie parece una zapatilla de ballet. Se lo digo mientras se mira los pies en el espejo y se ríe. Se ríe como siempre, pero de repente no me besa ni me toca, algo ha perdido el brillo entre nosotros.
Aún no son las cuatro cuando salimos a la calle del Carmen con la compra hecha. Me sugiere que piquemos algo y vuelvo a aceptar. Acabamos en un Cañas y Tapas con una sartén de huevos rotos, una coca cola y una cerveza. Hablamos del trabajo, del eclipse, de mis cuentos; pasan los minutos y el día, que es gris y tiene el cielo color ceniza, se estrecha con la intención de aplastarme. Esa sensación se acentúa en el metro donde, uno al lado del otro, continuamos hablando del tiempo. Sigo el hilo de las tonterías que dice, sin embargo no pienso en ellas, sino en lo bien que hubiera estado darle plantón y dejarle sin cañas ni zapatillas. Definitivamente, soy débil.
Nos despedimos en la esquina de Goya con Conde de Peñalver. Me dice: "hasta mañana, cariño", y se pira. Así, tan tranquilo, sin más.
Estoy leyendo El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. El principio es impactante: Molina le cuenta a su compañero de celda, Valentín, una película sobre una mujer que teme convertirse en pantera y descuartizar al hombre que ama.
Me voy a volver loca.
***
Vótame en el concurso 20blogs del 20 Minutos. ¡¡¡Gracias!!!
Aún no son las cuatro cuando salimos a la calle del Carmen con la compra hecha. Me sugiere que piquemos algo y vuelvo a aceptar. Acabamos en un Cañas y Tapas con una sartén de huevos rotos, una coca cola y una cerveza. Hablamos del trabajo, del eclipse, de mis cuentos; pasan los minutos y el día, que es gris y tiene el cielo color ceniza, se estrecha con la intención de aplastarme. Esa sensación se acentúa en el metro donde, uno al lado del otro, continuamos hablando del tiempo. Sigo el hilo de las tonterías que dice, sin embargo no pienso en ellas, sino en lo bien que hubiera estado darle plantón y dejarle sin cañas ni zapatillas. Definitivamente, soy débil.
Nos despedimos en la esquina de Goya con Conde de Peñalver. Me dice: "hasta mañana, cariño", y se pira. Así, tan tranquilo, sin más.
Estoy leyendo El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. El principio es impactante: Molina le cuenta a su compañero de celda, Valentín, una película sobre una mujer que teme convertirse en pantera y descuartizar al hombre que ama.
Me voy a volver loca.
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4 comentarios
V -
Y es cierto q no se merecía ni zapatillas ni cañas ni, por supuesto, a una chica comó tú. No sabe lo q se ha perdido. 1Besazo.
Eli -
¡¡Me estáis animando un montón!! Mil gracias.
mari -
galgata -