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No me llames

Pequeño friki y Cía

Pequeño friki RIP

Pequeño friki RIP

Toda paciencia tiene un límite... hasta la mía. Sin comentarios.

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Fiesta

Fiesta

Una de las obras póstumas de Hemingway, Paris era una fiesta, descansa en el cuartito de pedidos de la librería. Es para mí, me la he reservado después de que mi compañero D me comentara que la considera una de las piezas más características del escritor. Cuando estaba en la universidad, leí Por quién doblan las campanas y me gustó muchísimo, pero acerca de ella D opina que no se trata más que de una novela con una estructura y una trama excepcionales. París era una fiesta, sin embargo, es mucho más, "es Hemingway", me dice. Ardo en deseos de comprobarlo.

Nunca seré Hemingway, y ESO suena pretencioso. Porque el hecho de negarlo implica que lo he llegado a imaginar; hasta puede que lo haya considerado. Aberración. ESO significa que nunca ganaré el Nobel, ni el Pulitzer, y también, ¡menos mal!, que nunca me suicidaré. Estoy destinada a llevar una vida tibia, con todas las connotaciones de mediocridad y cenizas que eso conlleva. A veces pienso que los que tendemos a escribir tenemos las historias menos interesantes, tan lentas, tan mediocres, que nos dejan el suficiente tiempo libre para sentarnos delante de la pantalla del ordenador y reflexionar sobre, ¡Oh, Dios!, lo que nos está pasando. Probablemente los que se callan son los que viven, los que no cuentan, y la Historia de la Literatura está constituida por una panda de aburridos.

La RAE, entre muchas otras acepciones, definde "Fiesta" así: "Regocijo dispuesto para que el pueblo se recree; reunión de gente para celebrar algún suceso, o simplemente para divertirse."

El miércoles pasado fui a una. En esta ocasión el "regocijo" lo había dispuesto la empresa y el "pueblo" se reducía a su personal en Madrid, al que se le concedió la inestimable oportunidad de dar la bienvenida a la Navidad en noviembre. Fue en el Florida Park, en el Retiro. Se sirvieron canapés y, hasta la una y media, hubo barra libre. Algunos compañeros, a la una y veinte, se acodaron a la barra para pedir los cubatas de dos en dos... a otros -a mí en concreto- nos sacaron fotos impresentables, bailando como auténticos energúmenos, en las que parecemos monstruos berreando a camara lenta (la realidad transcurre a velocidad normal, afortunadamente). Hubo un cantautor invitado que, tocando la guitarrita, entonó Cuando tú no estás me masturbo e, ignorantes del contenido social de la letra, Al, Sprima y yo bailamos la canción con la misma hilaridad con que, minutos después, saltamos con la música propia de la discoteca.

Sobre las doce Pequeño friki me cogió por la cintura. Yo, para qué nos vamos a engañar, le había estado observando de reojo, con cierto recelo, en su ir y venir de "cuántos amigos tengo" por la pista. Estuvimos así un ratito y después me dio la mano. Un calambrazo me recorrió por dentro. Pequeño friki no tiene una imagen que se preste al romanticismo. Algo que él mismo ha aceptado con un estóico "¡Qué le vamos a hacer!". Esta es la razón por la que voy a obviar la descripción de una serie de detalles que, si bien con Jude Law como galán merecerían ser minuciosamente descritos, con él piden a gritos quedarse en el tintero. A las dos sugirió que nos fuéramos. Me acompañó paseando por Menéndez Pelayo y Alcalá. En el trayecto hablamos de nuestros regalos navideños y, ya en mi casa, ¡por fin!, volvió a llenarme de besos.

Ese fue el día en que conocí a Umbral y Naoko, en su regreso al hogar, como si cumpliera a pies juntillas el postulado de una profecia, se cayó tres veces en medio de la madrugada madrileña y acabó haciéndose un esguince. Antes del percance estuve con ella en La Canela hablando de hombres, para variar; y para variar concluimos que ellos son los histéricos (aunque etimológicamente sea imposible), los retorcidos, los no lógicos.

A ver lo que me espera.

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¿Un votito bonito?

Lógica aplastante

Lógica aplastante

La LÓGICA FEMENINA es sin duda un desafío para la ciencia. Mucho más compleja que la teoría de la relatividad, aplicarla a rajatabla puede llevarnos a conclusiones insospechadas y en apariencia catastróficas, pero nada más lejos de la realidad. Gracias a ella he alcanzado la paz interior. Es un hecho.

Pongamos un ejemplo sencillito en el que a C le llamaremos C y a Pequeño friki, Pequeño friki.

CUALIDADES DE C:
- Tiene 24 años y es muy muy atractivo.
- Tiene una personalidad interesante y coincide conmigo en gustos y aficiones (lee cosas raras y le gusta el cine de autor)
- Vive solo en Madrid y quiere sexo.

CUALIDADES DE PEQUEÑO FRIKI:
- Roza los 30 y muy atractivo, muy atractivo -para qué nos vamos a engañar- no es.
- Le gusta jugar al fútbol; le gusta ver el fútbol; le gusta la televisión hasta el punto de jugar a batir su propio récord de horas frente a la pantalla y cantar los éxitos de Eurovisión; le gusta la videoconsola.
- Vive con su madre y no quiere sexo.
- Tiene una personalidad.

Pues bien, atención a la sorprendente resolución del problema: dada esta relación de características y ciñéndome a las incontestables reglas de la LÓGICA FEMENINA, voy yo y elijo a Pequeño friki, ese ser. Si alguien me lee, probablemente en este momento se estará llevando las manos a la cabeza; que no lo haga. Mi elección ha sido la acertada y me hallo a punto de levitar.

El domingo, mi día libre, fui con Vitu a la tienda para comprar Retorno 201, el libro de relatos que ha escrito Guillermo Arriaga, el guionista de Amores perros y 21 gramos, y me encontré con Pequeño friki. Volvimos a casa juntos y acabamos tomando un café en el bar del barrio al que vamos siempre que queremos prolongar nuestra conversación más allá del metro. Allí le conté que había rechazado a C, lo que a él, aparte de sorprenderle, no pareció importarle mucho... supongo que a mí no me importa que no le importe, porque esta no es su historia, es la mía. Y ya está.

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¿Votas?

Objetivo: Pequeño friki

Objetivo: Pequeño friki

Pequeño friki viene a verme a Bolsillo. Es sábado, poco antes de las tres de la tarde. Él esta a punto de entrar; yo a punto de salir. Mientras ordeno la mesa de Ciencia ficción y Fantástica, hablamos y nos reímos. Me cuenta que el próximo lunes y también el martes trabajará por la noche. Son tantos los libros acumulados en la tercera planta que hace falta alguien que no duerma para colocarlos. Le ha tocado a él. Puedo imaginármelo solo en la tienda, con su perfil de gnomo gigante, contemplando los roles con resignación en medio del silencio.

Ocultando lo mucho que me fastidia la idea de no verlo durante dos días y pensando en que le identifica un olor muy característico, le digo que, si no está, no sé a quién le contaré mis tribulaciones -pobrecillo, ignora que él es prácticamente mi única tribulación-. Así que acordamos encontrarnos el lunes a las nueve y media, cuando nosotros hayamos acabado y a él le queden poco más de dos horas para empezar. Vendrá a buscarnos a la puerta del trabajo y nos tomaremos unas cañas en el Mareas Vivas... siempre lo mismo, El día de la marmota.

Todo lo que acabo de escribir lo comento con Sprima minutos después delante de un par de claras. Sprima se ríe, lleva dos coletas, una cazadora roja y un suéter naranja. Yo me río con ella. Me dice: "Pequeño friki... tenemos que conseguirlo... ¡LO VAMOS A CONSEGUIR!", le basta con ese comentario para convertir en objetivo común mi tediosa y desafortunada gesta personal.

Estamos cansadas. Llevamos seis horas y media colocando libros en estanterias, podiums, cabeceras y panoplias; sorteando a la gente que disfruta de su tradicional mañana de sábado preguntándonos por títulos desconocidos; cargando y descargando cajas de mercancía... sin embargo aún nos quedan fuerzas para charlar apoyadas en la barra del Mareas, atestado a esas horas de seres hambrientos, prematuramente de copas.

Mientras hablamos se pasa el tiempo. La tarde de otoño cuenta con un sol agradable, transcurre extrañamente tranquila al ritmo de nuestros pasos por la Plaza de las Descalzas. Antes de despedirnos en una esquina de la calle Arenal, Sprima me da un abrazo de ánimo. Me confiesa que no entiende como puede atraerme Pequeño friki, como el resto de la humanidad opina que no tenemos nada en común, pero está dispuesta a defenderlo y a que luchemos por él. Hemos concluido que lo mejor sería encarar la situación y decirle la verdad, o sea, decirle más o menos: "Pequeño friki, vamos a ver, ¿tú quieres que estemos juntos y volvamos a tener sexo? ¡Yo sí, yo sí!"

Lo que pasa es que, cada vez que me quedo sola con él y tengo la oportunidad de sincerarme, me posee mi otro yo y lo único que soy capaz de exteriorizar son unos exabruptos muy raros, equivalentes en asquerosidad verbal al color del vómito de la niña de El exorcista. Por ejemplo, me sale decir: "Me he liado con mi ex" o "He quedado para cenar con A" o "Vete a tu casa". Soy así, ¿qué le vamos a hacer?

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De pintalabios, piercings, lencería y otras cositas

De pintalabios, piercings, lencería y otras cositas ¡Viva la superficialidad!

La última vez que me deprimí me encerré en casa y me leí del tirón "El aroma de tu aliento", la segunda novela de Melissa P. Lo hice con la esperanza de bucear en un buen ejemplo de literarura erótica; error. Creo que es lo más malo que he leído este año. Un puercoespín, por darle bola a la brillante comparación de Rajoy, crearía más imágenes y enriquecería mejor la descripción de sus experiencias sexuales. Tiempo al tiempo. Mientras tanto, cansada de parapetarme detrás de la literatura para no llorar en público, decido cambiar de estrategia.

Lo primero que hago es llevarme el Forever Metallics a la librería para ver qué pasa. Sprima lo esperaba. La tarde anterior había sido ella quien nos había invitado a probar su pintalabios de propóleo a mí y a A. Ante el olor a fruta rara que desprendía, rechacé la invitación. A, sin embargo, no se pintó -es un hombre y estaba en el punto de información, hubiera sido cuanto menos raro-, pero prácticamente se metió el pintalabios por la nariz en su ansia de inhalar su aroma... gran ser.

Forever Metallics no nos defrauda. Nos rayamos el dorso de la mano con timidez y lo impregna de tanta purpurina que consigue transmitirnos con antelación cierto espíritu navideño. Visto lo visto, dejamos los labios para la intimidad y empezamos por fin a trabajar con la esperanza de sumirnos en un mar de intelectualidad, navegado por las novedades literarias de moda: La historiadora, Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos (novela que siempre nos piden pero que nunca está), Harry Potter 6 (novela que siempre nos piden en castellano pero que sólo existe en inglés), La posibilidad de una isla (novela que directamente aún no ha salido), etc, etc. Así hasta que, entre tanta solicitud no satisfecha, dos colegialas con minifalda escocesa nos preguntan si "es aquí dónde se hacen piercings".

- No, aquí no se hacen piercings.
- ¿Cómo que no? Nos lo ha dicho nuestra amiga Manolita -nombre ficticio-.
- Pues aquí no es. -No nos creen. Nos miran con desconfianza, obviamente se fían más de Manolita- Aquí no es.
- ¿Y conocéis algún sitio dónde hagan piercings a menores sin autorización?
- No, ninguno.
- ¿Seguro?
- Seguro que no.
- ¿Y aquí?
- Aquí no se hacen piercings.

Cuando por fin se alejan, me pregunto si no habrá alguien de la plantilla utilizando clandestinamente el montacargas para perforar. Quizás Pequeño friki ejerce de anillador en sus ratos libres... cosas peores se han visto.

La tarde avanza, cae la noche, salgo del trabajo y recibo a Leti, que se queda en casa a dormir. Para cenar he comprado en el Champión, esa misma mañana, pasta fresca rellena de queso blanco y espinacas. Descubro que a Leti las espinacas no le gustan... que nada me perturbe. Al día siguiente, después de ducharnos con su CD de Pasión de Gavilanes sonando en el portátil, me lleva a la sección de lencería de H&M e intenta convencerme de que me compre un tanga de licra, color fuxia, valorado en 3’90 euros. Me niego por diversas razones. En fin... superficialidad, sí, pero la justa.

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¿Votas?

Gente

Gente Me gusta la gente que no se esconde detrás de citas, noticias y estadísticas, y cuenta su historia.

El miércoles, en ausencia de Pequeño friki, que se niega a acompañarnos, me pierdo con Sprima por las calles del centro. No lo planeamos. Salimos a las tres y veinte y acabamos bebiendo vino blanco en un Cañas y Tapas cercano a la calle Arenal, el mismo al que me arrastró Pequeño friki después de comprar sus zapatillas rojas. Las dos solas, sin apenas conocernos, con el trabajo y la edad como único factor común. Sprima tiene los ojos verdes. Es graciosa, morena, a veces colocando los libros se pone histérica. Hay en ella algo de infantil y mucho de verdad.

Mientras me escucha con paciencia, la caida de la luz sangra la tarde detrás de los ventanales del local. Cambian los clientes a nuestro alrededor, por lo general turistas que comen a deshora y no hablan español. Ya casi son las seis cuando, sin dejar el vino, nos decidimos a pedir un par de tostas y una sartén de huevos rotos. Sprima, que tiene dificultad para distinguir los autores vivos de los autores muertos, me habla de su familia, de la época en la que trabajó en el Rastro los domingos; de su vida en Villaverde.

No pasa nada.

Un encuentro en un bar; una charla agradable; otro día entresemana que se cierra como un círculo delante de alguien a quien escuchar y que me escucha. La gente está por todas partes, llena la ciudad, no se detiene ni piensa; no se queda ni un segundo al margen. Nosotras sí. Dentro del Cañas y Tapas, tengo la sensación de estar en un coche que corre a una velocidad sólo perceptible por lo borroso de las imágenes que se suceden rapidísimo al otro lado de la ventanilla. Sprima no consigue terminar El guardián entre el centeno sin embargo, lejos de rendirse y abandonar la lectura, lo lleva con ella a todas partes. Yo continuo con Kitchen. En la página 89 leo: "el miedo hace que las hormigas parezcan elefantes". Conclusión: mejor no tener miedo. Hacer las cosas y no tener miedo.

Esta mañana Pequeño friki ha subido a la cuarta planta para proponerme que nos fuéramos de cañas a la salida. Le he dicho que no. Él me ha acariciado la nuca y, antes de marcharse, sin mirarme, ha dicho: "otro día". Ya no está. Me ha puesto triste. Es la guerra e intuyo que no vamos a rendirnos ninguno de los dos o, lo que es peor, que estoy luchando sola porque, conociendo a Pequeño friki, me parece a mí que mucho mucho no se entera.

Hoy comí con S. Vino a buscarme a la salida con mi regalo de cumpleaños. Delante de un plato de Sushi le confesé que las hormigas están empezando a parecerme elefantes y ellá, eludiendo todas las metáforas, sentenció: "habrá otros hombres". Sé que tiene razón, pero ahora mismo lo que toca es hundirse en la miseria.

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Vótame, vótame, vótame...

Reproducción más o menos fiel de la realidad

Martes 18 de octubre, algún momento después de las doce y antes de la una del mediodía. Empiezan mis quince minutos de descanso en la librería. Entro en la cafetería con un bombón en la boca y veo por primera vez durante la mañana a Pequeño friki. Está en la zona de fumadores hablando con una cajera morena. No me hace mucho caso. Me acerco:

PEQUEÑO FRIKI: Hola.
YO: Hola, ¿qué tal? (pronunciado mientras mastico el bombón, que escondía una almendra dentro. Por lo tanto, CERO ATRACTIVO)
PEQUEÑO FRIKI: Hasta la polla.
YO: Ah... (me trago la almendra de golpe, por un instante pienso que me voy a ahogar). ¿No me felicitas?
PF: ...
YO: Es mi cumpleaños.
PF: Pensaba que era el 22.
YO: Bueno, da igual, pero que sepas que si no me regalas nada te consumirás en el Infierno.
PF: Te lo regalaré el 22.

Ni todo esto ha ocurrido en la sala ni sólo ha ocurrido todo esto, pero es lo básico de las últimas 24 horas. Bienvenidos sean los 28.

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Votadme al menos.

Unas zapatillas rojas

Unas zapatillas rojas Pequeño friki me pide a la salida del trabajo que le acompañe a comprar unas zapatillas rojas; y yo, desoyendo los consejos de T, de S, de mi madre... desoyendo los berridos de mi rabia, voy y le acompaño como una tonta. Se prueba un par amarillo, uno azul marino y el rojo finalmente. El número del escaparate es tan pequeño que en su pie parece una zapatilla de ballet. Se lo digo mientras se mira los pies en el espejo y se ríe. Se ríe como siempre, pero de repente no me besa ni me toca, algo ha perdido el brillo entre nosotros.

Aún no son las cuatro cuando salimos a la calle del Carmen con la compra hecha. Me sugiere que piquemos algo y vuelvo a aceptar. Acabamos en un Cañas y Tapas con una sartén de huevos rotos, una coca cola y una cerveza. Hablamos del trabajo, del eclipse, de mis cuentos; pasan los minutos y el día, que es gris y tiene el cielo color ceniza, se estrecha con la intención de aplastarme. Esa sensación se acentúa en el metro donde, uno al lado del otro, continuamos hablando del tiempo. Sigo el hilo de las tonterías que dice, sin embargo no pienso en ellas, sino en lo bien que hubiera estado darle plantón y dejarle sin cañas ni zapatillas. Definitivamente, soy débil.

Nos despedimos en la esquina de Goya con Conde de Peñalver. Me dice: "hasta mañana, cariño", y se pira. Así, tan tranquilo, sin más.

Estoy leyendo El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. El principio es impactante: Molina le cuenta a su compañero de celda, Valentín, una película sobre una mujer que teme convertirse en pantera y descuartizar al hombre que ama.

Me voy a volver loca.

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Vótame en el concurso 20blogs del 20 Minutos. ¡¡¡Gracias!!!

Del sexo ya hablaremos

Del sexo ya hablaremos Vuelvo a estar aquí; otra tarde delante de la mesa que P se olvidó al marcharse como una especie de testamento mobiliario, escribiendo en el portátil, escuchando a Coti a la luz del flexo que mis padres me compraron en su enésima visita a Madrid... ahora mismo empieza Nada fue un error (Jodorowsky diría que no por casualidad y parafrasearía sin saberlo la canción) y me corre por dentro un cosquilleo muy parecido al que se deben inventar las actrices americanas cuando les toca interpretar papeles de heroínas injustificables en comedias de altísimo presupuesto y malísimo guión.

Estoy triste. Exijo mi derecho a llorar; siempre lloro cuando me dejan, y me dejan siempre, para que nos vamos a engañar. Sin embargo esta semana no he podido. Esta ciudad y los seres que la transitan me lo han puesto difícil. Incluso en el caos de la tragedia, hay algo que permanece porque está bien; un equilibrio invisible que, como un eje, me sostiene de pie y, no sin cierto lamento irónico que me recorre por dentro, me ayuda a reírme todos los días.

No estoy hablando de un premio de consolación, sino de la realidad: las mañanas surreales con mis compañeros en la librería; la cena del martes con Vitu en Palermo viejo -acabamos a las mil borrachos de vino argentino-; el encuentro con A.C. y S del miércoles en mi casa, con pizzas Tarradellas y Haagen-dazs incluidos; las conversaciones telefónicas con T que me llama prácticamente a diario desde su oficina; la improvisada ida al cine de ayer a ver El método (imprescindible) y las cañas en El Ambrosio (C/Bolsa) hablando de la correspondencia eterna entre Henry Miller y Anaïs Nin... ¿clavos ardiendo a los que eferrarse para olvidar con las quemaduras el silencio de Pequeño friki? Puede ser, es más que probable que esté intentando caer en una espiral de actividad frenética para no derrumbarme.

El caso es que hoy, al volver a casa a las cuatro de la tarde, la hija del portero me ha saludado desde su puesto de trabajo en el kiosko de la esquina mientras yo metía la llave en la cerradura del portal y ha roto sin saberlo la cadena de pensamientos negativos que he empezado a trenzar en el metro. Ha sido un día bonito de otoño, con Madrid al otro lado de la puerta, guardándome un montón de secretos y esperando paciente a que me siente a escribir. Supongo que seré capaz de transformar el abandono en Literatura. Ya lo he hecho otras veces. Toca desengancharse de Pequeño firki. Él se lo pierde.

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Vótame, dame ese gustito.

Cápsula

He vivido un amor-cápsula. Me lo tragué con el café con leche del desayuno e hizo rápidamente su efecto, espárciendo sus polvitos milagrosos por todo mi cuerpo en un tiempo aproximado de siete días. Después mi organismo asimiló el producto y mi historia de amor desapareció diluida entre plaquetas, glóbulos blancos y hematíes. Ahora ya no me queda ni rastro en las venas y tengo un poquito de mono, estoy un poquito triste ("poquito", menos mal, porque sólo fue una cápsula). Se me pasará.

Escucho a Coti, gracias Anita, y me preparo para cenar con Vituperio y desgranar mis penas como cuentas de collar. Siempre hay algo.

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El beso

Pequeño friki me besó el viernes por la noche bajo la lluvia. Fuimos a ver Cinderella man al Cid Campeador, un cine antiguo, con sabor a años 40, que sobrevive en Príncipe de Vergara. Cuando salimos nos quedamos un momento en la entrada, como si hubiéramos llegado al final de algún camino.

Bebe sigue sonando y vuelve a ser domingo en Madrid. Ojalá a partir de ahora Pequeño friki me bese, si no todos, casi todos los días.

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Un mísero votito por favor.

Cruasán

Cruasán Cruasán, un tiñoso Piecito de peluche, llegó a nuestras vidas cual bebé abandonado en el torno de un convento el lunes 15 de agosto, día de fiesta nacional, pero no por ello libre para nosotros, que trabajamos ocho horas y media en la librería.

Algún crío olvidó a Cruasán en Infantil y ese fue el principio de una serie de catástroficas desdichas para nuestra nueva mascota que, no se sabe cómo ni por qué, acabó en la caja de libros para retractilar y, cosa surreal, fue retractilado sin que nadie fuera capaz de identificarlo como un No Libro. Así que, cuando Cruasán hizo acto de presencia se encontraba forrado de plástico, prácticamente envasado al vacío y sin poder respirar. Sorprendidos, le desempaquetamos de inmediato y decidimos adoptarlo. Casi al mismo tiempo, una especie de revelación divina nos hizo ver que debíamos llamarle Cruasán. Que no se ahogara fue un milagro por el que todavía estamos dando gracias a Dios.

Han transcurrido 72 horas y Cruasán, al que hemos instalado junto a uno de los ordenadores del punto de información, no ha pronunciado ni una sola palabra todavía. Ñ, un compañero que se ha encariñado mucho con él, opina que puede ser por el trauma o porque no habla nuestro idioma. "Hay que darle tiempo", repite a menudo, y a continuación lo acaricia con un afecto enternecedor.

Ayer, al pasar por delante del punto para subirme al descanso, descubrí a Ñ leyéndole a Cruasán una edición de El Quijote ilustrada por Mingote; hoy, el título elegido, Middlesex, de Eugenides, no ha sido una elección casual: Ñ dice que del sexo de Cruasán no tenemos ni idea y, aunque el nombre que le hemos puesto es claramente masculino, eso no basta para convertirlo en un ejemplar macho, así que es una opción inteligente prepararlo para la aceptación de la ambigüedad.

Ñ tiene toda la razón y Cruasán tiene suerte de haber aterrizado en la librería. Vamos a cuidarle hasta que se recuperé.

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¿Me votas? Concurso 20blogs del 20 Minutos.

Pequeño friki vuelve mañana

Pequeño friki vuelve mañana. El jueves vendrá a casa y se sentará en la butaca más ceracana a la ventana para ver conmigo Operación Triunfo. Cenaremos pasta y nos beberemos el vino que se llevaron mis padres del Museo del Jamón que hay en la calle Alcalá, porque les correspondía con el menú y no llegaron a tomárselo.

Descrito así, el plan no destila romanticismo, pero es lo que hay. Me he comprado un pijama de pantalón mínimo y un camisón más decoroso, de algodón; los dos son negros y con dibujos blancos de Snoopy. Aún no sé cuál me pondré. Lo decidiré en el momento, dependiendo de mi grado de desesperación.

He llegado a la retorcida conclusión de que no me gusta que me guste Pequeño friki. Vitu dice que me ve como a una hermana pero, según él, eso puede cambiar. Creo que me da lo mismo.

Hay algo de experimento y crueldad en escribir esto. Más allá de la dosis de exhibicionismo que todo blogger necesita para sobrevivir, debería estar prohibido autodespellejarse en público.

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¿Me votas para el concurso de Blogs del 20 Minutos?

Vituperio y el Efecto Mariposa

Vituperio y el Efecto Mariposa Vituperio se ha cortado el pelo. De pronto, sin avisar. Se ha dejado una crestita que le hace la cara más alargada y acentúa en su expresión de oráculo la presencia de las gafas nuevas, propias de un contable de los años 60. Definitivamente nos ha sorprendido. Le hemos dicho: "Vituperio, nos has sorprendido: ¡Te has cortado el pelo!"; a lo que él ha respondido: "Ya, ya...", con esa condescendencia tan propia de los seres inteligentes. A continuación nos ha dado por comparar el acontecimiento con el ir y venir de las mariposas.

¿Si una mariposa que aletea en Japón puede desencadenar una sucesión de acontecimientos que culmine con el estallido de un terremoto en Hawai, que no prodrá provocar el corte de pelo de Vituperio?

A lo mejor, para que Pequeño friki me bese, hace falta que Vituperio se rape al cero... Vivimos inmersos en el caos. Forma parte del juego.

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Vótame, vótame, vótame!

Pequeño friki, Eurovisión y el libro de los toreros

Pequeño friki, Eurovisión y el libro de los toreros A Pequeño friki le gusta Eurovisión y, con esa precisión que le caracteriza, conoce al milímetro cada detalle del paso español por el certamen. Lo descubro la noche del martes, como siempre delante de una caña en el Mareas Vivas, cuando se me ocurre tararear "Su canción", el tema con el que participó Betty Misiego en 1979, año de infarto para los fanáticos del festival.

El caso es que Pequeño friki reconoce la melodía al instante y la asocia a Eurovisión. Se abre la caja de Pandora y empezamos a recordar a Masiel, Mocedades, Vicky Larraz, Patricia Kraus... ¡Remedios Amaya! Cada recuerdo ilustrado, por supuesto, con el tarareo de la pertinente canción. El resto de compañeros de mesa deja de hablarnos al instante, da nuestro caso por perdido, sin embargo la marginación no nos afecta en absoluto (si eres friki, así es como debe ser).

Son casi las once cuando emprendemos el regreso. Volvemos canturreando por la Plaza de las Descalzas, Sol y la línea 2. Nos despedimos en la salida de Goya. No he ido a casa desde el sábado y, mientras recorro el tramo que me separa del portal, pienso que la realidad es caprichosa: apenas 48 horas antes del climax eurovisivo con Pequeño friki, estaba en Valencia con mi tía abuela de 80 años esperando a que mi padre terminara la paella. Mi tía, telespectadora habitual del programa taurino de Canal +, me contó que "El código Da Vinci" se ha convertido en el libro de cabecera de la mayoría de los toreros.

Concluyo que no es que Pequeño friki sea friki, sino que la vida es friki en su mismidad. No hay otra forma de asimilar la conjunción de elementos tan dispares como "Eurovisión","tía abuela", "Codigo Da Vinci" y "toreros".

Apunte: a Pequeño friki también le gusta OT. Poco a poco se va perfilando como el hombre perfecto.

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Sexo en Nueva York

Sexo en Nueva York Pequeño friki me recomienda "Sexo en Nueva York". No es el primero que lo hace. Desde que la serie apareció en nuestras vidas, codificada en Canal +, son muchas las veces que me he quedado fuera de alguna conversación por no haber visto ni un solo episodio.

Por fin ayer sucedió. No lo planifiqué, lo prometo; no me puse a buscar su hora de emisión como una histérica con la intención de tener algo de que hablar con Pequeño friki. Fue el fluir surreal de mi libre albedrío lo que me llevo hasta ella. Pasada la una de la madrugada, después de memorizar los nombres de las nominadas de OT (Idaira y Trizia) y ver unos minutitos de la Apocalipsis de Crónicas Marcianas, llegué hasta Antena 3 por casualidad y me encontré con Sara Jessica Parker transmutada en Carrie, una columnista que escribe sus artículos a costa de las vidas privadas de sus amiguitas salidas y de la suya propia. O sea, no muy diferente de mí, ¿o sí?

Las comparaciones son odiosas pero ineludibles. Allá vamos:
* Sexo en Nueva York; sexo en Madrid (yo no lo veo por ninguna parte).

* Carrie es autosuficiente gracias a su columna; yo trabajo de librera y no llego a fin de mes.

* Pone un pie en la calle y se encuentra con un hombre atractivo; me meto en el metro y, como mucho, me encuentro con Pequeño friki.

* Cuando se deprime se compra unos Manolos; yo me muerdo las uñas corroida por el remordimiento al comprarme una falda de 9 euros.

* Su ex le sigue gustando aunque pasa de los 40 años; ¡vaya por Dios!

Definitivamente, el Sexo en Madrid, desde mi humilde perspectiva, no se parece mucho al Sexo en Nueva York, e incluso es posible que el Sexo en Nueva York no se parezca mucho tampoco a "Sexo en Nueva York". Menos mal que Ana Obregón amenaza con protagonizar la versión española de la serie. Me quedo mucho más tranquila... será como mirarme al espejo. Seguro.

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