Rewind
Estoy sentada con T en el Hollywood de Alcalá con Jorge Juan. Son algo más de las seis y media, y la tarde del domingo agoniza al otro lado del cristal. Las tiendas están abiertas (primer domingo de mes) y T se ha comprado un suéter, un monedero y unas medias. Yo, con 300 euros en la cuenta para pasar febrero, me he probado ropa en todos y cada uno de los sitios a los que hemos entrado, pero gracias a la providencia divina nada me ha gustado lo suficiente como para gastar y alcanzar el estado de satisfacción transitoria que produce en mí la adquisición de prendas innecesarias, del tipo "pantalón pirata, bombacho, con estampado militar y cordones de esparto rematando los camales"; una pena que no hubiera de mi talla.
Frustrado mi espíritu consumista, después de llegar casi hasta el Retiro en busca de una cafetería donde reponer fuerzas, decidimos volver sobre nuestros pasos y meternos en el Hollywood "a merendar". T pide un poleo y un Brownie; yo, un café con leche y tarta de queso. El porqué de mi elección radica en evitar la ingesta excesiva de chocolate: he desayunado café con galletas de chocolate y he tomado de postre un Magnum de chocolate almendrado. El colesterol me habla, así que, precavida cuanto más, opto por el "Alabama Cheese Cake", que al final se presenta delante de mí coronado por una bola de helado de vainilla y un par de cucharadas soperas de chocolate fundido. Error fatal. No me queda más remedio que comérmelo, teniendo en cuenta que es la representación física de una sexagésima parte de mi presupuesto mensual.
T y yo hablamos de mi noche de sábado y PF, ese ser prohibido, sale a la conversación. Es un hecho -le digo a T y también a ¿p? cuando, convaleciente de su gripe, me llama por teléfono- no me va a quedar más remedio que casarme con él. Lo he deducido a partir de un par de sensaciones contradictorias provocadas por su cercana presencia la noche anterior:
1.- Para trasladarse por Malasaña PF se pone un gorro en la cabeza con el que me recuerda a un pesacador de atunes. Pienso: "Horror, se parece a un pescador de atunes"; y al mismo tiempo, mientras avanza al lado de A con las manos en los bolsillos de su anorak gris y el dobladillo de los vaqueros ajustado a más no poder, un estremecimiento parecido al que me produce la visión de George Clooney en el anuncio del Corte Inglés me recorre por dentro.
2.- Después de pasar por El Rey Lagarto, local en el que PF destaca por ser el único individuo con camisa (el atuendo mayoritario consistía en vaqueros elásticos y camiseta sudada con tirantes desbocados), hacemos un alto en la entrada del segundo bar para que D y Naoko lien un porro. PF se situa delante de mí, apoyándose en un coche. No le hablo, pero continuo observándole desde el silencio, lo que me permite descubrir que tiene una berruga negra y pequeñita en el cuello. Esta vez pienso más o menos: "¡Madre mía! ¡Qué asco! Tiene una berruga", sin embargo le quiero igual.
Sueño con tirarle a la calva el diccionario Panhispánico de dudas y, sin embargo, le quiero igual. Me imagino dejándole plano cual dibujo animado después de aplastarlo una y mil veces con un rol de Atlas Maior y, sin embargo, le quiero igual. No le hablo y apenas le miro si coincidimos en grupo, pero le quiero igual... la Vida D.P. es un fraude. En mi interior PF colea más fresco que una rosa, consciente de que no le resultaría nada difícil conseguir que volviera a caer en la tentación.
T escucha mi confesión con paciencia y compara mi situación con el fragmento de una película repetido sin cesar gracias a la opción "Rewind" del vídeo. A mi alrededor pasan cosas pero yo, con la visión coartada de un caballo enganchado a una calesa, consagro mi existencia al bucle de acercamiento-sexo-separación que me brinda PF.
Me pregunto si tendra alguna foto en un puerto, con el gorro puesto, una caña en la mano izquierda y un atún gigante en la derecha. Sonriendo.