La extraña influencia de Los Goonies
Nada podía hacer prever a Richard Donner, director, y a Steven Spielberg, en este caso guionista, que su película Los Goonies (1985) se iba a convertir veinte años después de su estreno en el telón de fondo ideal para que el tímido y apocado Pequeño friki se atreviera por fin, en el transcurso de una calurosa noche de sábado, a tocarme una teta (la izquierda, concretamente). Pero fue así, y no pudimos hacer nada por evitarlo. Sin embargo, antes de que semejante acontecimiento adoptara la consistencia pastosa de la realidad y horas después se convirtiera en la principal de mis tribulaciones, compartimos una casta noche de pizzas y cintas de vídeo en el apartamento de A, un bajo de Lavapiés próximo a la Filmoteca.
Vimos primero Golpe en la Pequeña China (1987), que no provocó en Pequeño friki más que la iniciativa adolescente de pasarme el brazo por la espalda y acariciarme ocasionalmente los hombros mientras repetía en voz alta los diálogos de Kurt Russell y Kim Catrall, aprendidos a fuerza de visionar la cinta aproximadamente cien veces. Por lo que a mí respecta, respondí devolviéndole con discreción las caricias.
A Golpe en la Pequeña China le siguió Requiem por un sueño (2000); y Pequeño friki, aunque reconoció a posteriori que se trataba de una quasi obra maestra, permaneció medio dormido durante la hora y media larga que duró la película. Eso sí, sentado a mi lado en el sofá rojo y tocándome con la excusa de servirme de almohada humana... uhmmmm...
Por último pusimos Los Goonies y Pequeño friki retomó con ímpetu la sesión de caricias, aventurándose por lugares poco transitados: mi ombligo, mi clavícula, mi esternón... ¡¡¡Mi teta izquierda!!! Quién sabe qué influencia ejerció sobre él el pequeño Sean Astin, ajeno en su época Goonie a su futura transformación en hobbit, para que Pequeño friki osara profanar mi anatomía arriesgándose a ser visto por A, su gata en celo y un par de compañeras de trabajo medio inconscientes dada la hora y la sobredosis cinematográfica. En fin...
El caso es que hasta ayer Los Goonies me traía recuerdos familiares de adolescencia: imágenes de domingos por la tarde en que la peli aparecía por sorpresa programada por algún canal privado y nos enganchaba a mis hermanos y a mí, que acabábamos llorando con la música de Cindy Lauper, convencidos de la bondad intrínseca del mundo en general. Ahora ya no: de repente Goonies equivale a lascivia torpe y remordimiento de conciencia. Esto no se arregla.
***
Un votito bonito.
Vimos primero Golpe en la Pequeña China (1987), que no provocó en Pequeño friki más que la iniciativa adolescente de pasarme el brazo por la espalda y acariciarme ocasionalmente los hombros mientras repetía en voz alta los diálogos de Kurt Russell y Kim Catrall, aprendidos a fuerza de visionar la cinta aproximadamente cien veces. Por lo que a mí respecta, respondí devolviéndole con discreción las caricias.
A Golpe en la Pequeña China le siguió Requiem por un sueño (2000); y Pequeño friki, aunque reconoció a posteriori que se trataba de una quasi obra maestra, permaneció medio dormido durante la hora y media larga que duró la película. Eso sí, sentado a mi lado en el sofá rojo y tocándome con la excusa de servirme de almohada humana... uhmmmm...
Por último pusimos Los Goonies y Pequeño friki retomó con ímpetu la sesión de caricias, aventurándose por lugares poco transitados: mi ombligo, mi clavícula, mi esternón... ¡¡¡Mi teta izquierda!!! Quién sabe qué influencia ejerció sobre él el pequeño Sean Astin, ajeno en su época Goonie a su futura transformación en hobbit, para que Pequeño friki osara profanar mi anatomía arriesgándose a ser visto por A, su gata en celo y un par de compañeras de trabajo medio inconscientes dada la hora y la sobredosis cinematográfica. En fin...
El caso es que hasta ayer Los Goonies me traía recuerdos familiares de adolescencia: imágenes de domingos por la tarde en que la peli aparecía por sorpresa programada por algún canal privado y nos enganchaba a mis hermanos y a mí, que acabábamos llorando con la música de Cindy Lauper, convencidos de la bondad intrínseca del mundo en general. Ahora ya no: de repente Goonies equivale a lascivia torpe y remordimiento de conciencia. Esto no se arregla.
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Un votito bonito.
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