Rafa y el contrato social
"Rafa comiendo arroz caldoso", así he titulado el archivo con la fotografía que le he hecho a mi hermano esta mañana en la cocina, mientras comía viendo a María Teresa Campos en la televisión. Todavía llevaba el pijama, eran las dos y acababa de levantarse. Mi madre dice que esa se ha convertido en su rutina diaria: no ir a la universidad, dormirse bien entrada la madrugada y pasarse la noche en vela viendo películas y leyendo.
Estoy pasando una semana en Valencia con mi familia, me he tomado unas vacaciones para alejarme un poco de Madrid. Siempre me pasa lo mismo, cuando estoy allí no me quiero marchar; cuando estoy aquí, paeándome por la casa tan grande y escribiendo en el ordenador nuevo, con pantalla plana y silla ergonómica, no quiero volver. Pero voy a dejar de adentrarme en lo que amenaza con convertirse en un post tipo "Bridget Jones", no sea cosa que localice mi blog Borjamari y me ponga a parir (de hecho, creo que la expresión "poner a parir" ya le daría suficientes motivos para defenestrarme en la red). Llegué hasta su bitácora a partir de la de Nacho Escolar y la idea de que analizara la mía alguna vez me puso los pelos como escarpias, aunque probablemente este temor tan claro sólo esconde el deseo de que encuentre "No me llames" y haga una crítica. En fin... ¡Al grano!
La otra noche, antes de acostarme visité el despacho de mi padre en busca de alguna novela que me distrajera un poco. No me decidí por ninguna pero, lejos de rendirme, amplié mi búsqueda a los dominios de mi hermano y me metí en su habitación. Olía a tardoadolescencia y a pies. La persiana de la ventana que da a la calle estaba bajada y la única luz que funcionaba era la del flexo. La cama no estaba hecha. Sobre la mesa de estudio, todo estaba revuelto; papeles con apuntes, hojas en blanco, un par de libros de arquitectura abiertos... en la mesita de noche, mi ejemplar de bolsillo de "La lista de Schindler", y en las estanterías un montón de títulos tan variados como inadjudicables a lo que de mi hermano se podría esperar: "Fausto", varios volúmenes con los cuentos de Borges, ficción en catalán... y, entre todos, con una señal probablemente reciente entre sus páginas, una edición nada despreciable de "El contrato social", de Rousseau, publicado en 1762.
Habréis adivinado que el que aparece al lado de este texto no es mi hermano, sino Rouseau caricaturizado. He intentado colgar la foto de Rafa comiendo, pero pesaba demasiado. Vuelvo a mi historia: aprovechando que no estaba, me senté en la cama a "meditar". ¿Qué clase de persona es aquella que con 23 años se acerca a obras como "El contrato social" por interés? ¿Con quién habla luego del tema? ¿Por qué al mismo tiempo se retrae y apenas va a clase? Todas son preguntas propias de una imbécil, que no merece la pena contestar... me llama la atención el universo de Rafa, que no se puede intuir, que no puede imaginar el que se cruza con él en un semáforo o se sienta a su lado en la barra de un bar. Me llevo bien con él. Me decido al cabo de un rato y elijo "El triunfo de la belleza", de Joseph Roth, publicado por El Acantilado. La leó de un tirón antes de dormir. Guardo unas líneas para comentarlas con Rafa en el momento adecuado, que se presenta hoy a mediodía, horas antes de que vayamos juntos al cine a pasar miedo con "El escondite". Roth escribe lo siguiente:
"El plebeyo es ambicioso. El hombre verdaderamente noble es anónimo. En la nobleza innata existe una fuerza, que es mayor que la luz que irradia la fama, mayor que el brillo del éxito, que el poder del que vence. La ambición es, como he dicho, un atributo del plebeyo. Él no tiene tiempo. Él no puede esperar para alcanzar el honor, el poder, el prestigio, la fama. Sin embargo, el hombre noble tiene tiempo para esperar, sí, incluso para quedarse rezagado."
Cuando lo comentó con Rafa, no está de acuerdo. Supongo que no hay excusas que justifiquen a nuestros propios ojos el quedarnos atras. Nunca.
Estoy pasando una semana en Valencia con mi familia, me he tomado unas vacaciones para alejarme un poco de Madrid. Siempre me pasa lo mismo, cuando estoy allí no me quiero marchar; cuando estoy aquí, paeándome por la casa tan grande y escribiendo en el ordenador nuevo, con pantalla plana y silla ergonómica, no quiero volver. Pero voy a dejar de adentrarme en lo que amenaza con convertirse en un post tipo "Bridget Jones", no sea cosa que localice mi blog Borjamari y me ponga a parir (de hecho, creo que la expresión "poner a parir" ya le daría suficientes motivos para defenestrarme en la red). Llegué hasta su bitácora a partir de la de Nacho Escolar y la idea de que analizara la mía alguna vez me puso los pelos como escarpias, aunque probablemente este temor tan claro sólo esconde el deseo de que encuentre "No me llames" y haga una crítica. En fin... ¡Al grano!
La otra noche, antes de acostarme visité el despacho de mi padre en busca de alguna novela que me distrajera un poco. No me decidí por ninguna pero, lejos de rendirme, amplié mi búsqueda a los dominios de mi hermano y me metí en su habitación. Olía a tardoadolescencia y a pies. La persiana de la ventana que da a la calle estaba bajada y la única luz que funcionaba era la del flexo. La cama no estaba hecha. Sobre la mesa de estudio, todo estaba revuelto; papeles con apuntes, hojas en blanco, un par de libros de arquitectura abiertos... en la mesita de noche, mi ejemplar de bolsillo de "La lista de Schindler", y en las estanterías un montón de títulos tan variados como inadjudicables a lo que de mi hermano se podría esperar: "Fausto", varios volúmenes con los cuentos de Borges, ficción en catalán... y, entre todos, con una señal probablemente reciente entre sus páginas, una edición nada despreciable de "El contrato social", de Rousseau, publicado en 1762.
Habréis adivinado que el que aparece al lado de este texto no es mi hermano, sino Rouseau caricaturizado. He intentado colgar la foto de Rafa comiendo, pero pesaba demasiado. Vuelvo a mi historia: aprovechando que no estaba, me senté en la cama a "meditar". ¿Qué clase de persona es aquella que con 23 años se acerca a obras como "El contrato social" por interés? ¿Con quién habla luego del tema? ¿Por qué al mismo tiempo se retrae y apenas va a clase? Todas son preguntas propias de una imbécil, que no merece la pena contestar... me llama la atención el universo de Rafa, que no se puede intuir, que no puede imaginar el que se cruza con él en un semáforo o se sienta a su lado en la barra de un bar. Me llevo bien con él. Me decido al cabo de un rato y elijo "El triunfo de la belleza", de Joseph Roth, publicado por El Acantilado. La leó de un tirón antes de dormir. Guardo unas líneas para comentarlas con Rafa en el momento adecuado, que se presenta hoy a mediodía, horas antes de que vayamos juntos al cine a pasar miedo con "El escondite". Roth escribe lo siguiente:
"El plebeyo es ambicioso. El hombre verdaderamente noble es anónimo. En la nobleza innata existe una fuerza, que es mayor que la luz que irradia la fama, mayor que el brillo del éxito, que el poder del que vence. La ambición es, como he dicho, un atributo del plebeyo. Él no tiene tiempo. Él no puede esperar para alcanzar el honor, el poder, el prestigio, la fama. Sin embargo, el hombre noble tiene tiempo para esperar, sí, incluso para quedarse rezagado."
Cuando lo comentó con Rafa, no está de acuerdo. Supongo que no hay excusas que justifiquen a nuestros propios ojos el quedarnos atras. Nunca.
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