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No me llames

Lamela 1954 - 2005

Madrid entra en la primavera. Hay algo de seco en la imagen, de piel seca: brazos secos, dedos secos. Podría lamer el aire y me sangraría la lengua... no, no, no es para tanto. Está bonita la ciudad. Ayer fue una tarde de reencuentro, rara e imprevista, una tarde de dejarse llevar, de esas en que lo mejor que se puede hacer es darse por vencido y andar a la deriva confiando en que no nos toca ahogarnos.

Salió bien. S y yo habíamos quedado para encontrarnos a las seis y media en el andén de la línea 6, metro Moncloa, dirección Cuatro Caminos. Queríamos ir a ver "El Hundimiento" a un cine de Bravo Murillo. Yo salía de trabajar a las cinco, así que tenía tiempo de sobra (me prometía un café en el Starbucks de la Plaza de los Cubos leyendo sin prisas "Plataforma", la novela en la que Houellebecq afirma que el mundo entero se está impregnando del ambiente aséptico de las zonas de espera de los aeropuertos). Sin embargo algo nos obligó a cambiar los planes: a las 16.30 sonó mi móvil. Era la madre de N. Llamaba desde Sines, un pueblo costero al sur de Portugal, preocupada porque N había desaparecido.

Hace meses que no habló con N. No nos llamamos, hemos dejado de vernos. Temo encontrarle. Nunca nos hemos acostado N y yo, pero todos los que nos conocen, aunque no lo dicen, creen que lo hemos hecho. Lo curioso es que nosotros dos nunca nos hemos entretenido en desmentirlo y hemos dejado que la sospecha cuaje y se extienda hasta cubrirnos por completo.

Me compretí con la madre de N. Le dije que le buscaría, así que localice a C por teléfono y al salir de la oficina me dirigí al piso que N comparte (compartía) con C y dos chicas en Tirso de Molina.

En la sala, con las ventanas hasta el suelo abiertas de par en par, delante de la televisión encendida sin voz, C me cuenta que han echado a N de la casa después de varias discusiones. Me confiesa que en la última llegaron a las manos y N llamó al SAMUR y a la policía. C es fuerte, tiene la caja torácica más grande que he visto en la vida. En la pelea le dio a N un par de puñetazos de los que se arrepiente. N se marchó. Le dijo a su madre la última vez que la llamó que iba a dormir en el coche hasta que encontrara un lugar donde quedarse; C me asegura que es mentira. Me habla de unos amigos portugueses con los que cree que N se aloja. Los llamamos, uno de ellos nos lo confirma. N está sano y salvo y yo llego tarde a mi cita con "El hundimiento". Me despido de C en el rellano de la escalera prometiéndole volver cuando termine el libro que me ha prestado, "Delirio", de su compatriota Laura Restrepo.

Mientras voy por la calle Toledo hacia la Plaza Mayor pienso que C estaría más que dispuesto a liarse conmigo. Me gusta pensarlo, pero sé que yo no sería capaz. Si lo fuera, después me arrepentiría. Hace sol. S y yo nos encontramos y, a pesar de que no nos queda tiempo, subimos al metro y bajamos en Cuatro Caminos cuando la película ya ha empezado. Paseamos. S lleva dos coletas y un sueter rojo que le sienta bien. Estoy a gusto. La tarde empieza a declinar, se vuelve gris. Charlando llegamos hasta el Windsor, cada vez más pequeño y paulatinamente menos fotografiado. S me propone visitar la exposición del arquitecto Lamela en Nuevos Ministerios. Acepto.

"Lamela 1954-2005" no es una muestra excepcional. Descubro que el arquitecto en cuestión es autor de la ampliación del Santiago Bernabeu y el aeropuerto de Barajas. Ha construido edificios de viviendas en la calle O'Donell y en Torremolinos... es el autor de las Torres de Colón y tiene hasta una teoría del cosmos. La sala está en penumbra y los escasos visitantes pululan en silencio entre las maquetas y las fotografías... S, a falta del proyecto para ser arquitecta, me explica algunas cosas. La escucho atenta.

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