Blogia
No me llames

Putas y poemas

Me paso el día vendiendo por teléfono secadoras automáticas a los cordobeses. Saco en claro que el prefijo teléfonico es el 957 y que el andaluz puede resultar tan incomprensible como el alemán. Acabo a las cinco de la tarde y sólo cuando abandono el edificio recuerdo que estoy en Madrid y que hay vida más allá de los 10 Kg. de ropa para los que tiene capacidad la secadora. Me duele la cabeza.

Cruzo San Bernardo y recorro la Gran Vía hasta La Casa del Libro. Giro a la derecha y llego a la sucursal de AutoRes en el centro. Me compro un billete para el miércoles... ¡Me voy! A veces me posee una necesidad extrema de abandonar y huir. A menudo en mis pensamientos a ese infinitivo de fuga le acompaña el "para siempre", sin embargo no llego a materializarlo nunca y todas las veces acabo volviendo... ¿Quién sabe si algún día eso cambiará?

Con el recuerdo agradable del sábado en la cabeza, el billete de autobús en el bolso naranja y la idea de coger el metro en Sevilla, cruzo la calle Montera y me meto por Caballero de Gracia. Delante de mí, camina un hombre bajito y cuadrado, con las manos en los bolsillos de una cazadora verde bastante sucia; delante de él, una mujer pequeña, embutida en un vaquero elástico y abrigada con un plumas azul celeste, avanza lenta. No sé por qué, observándoles se me ocurre que el hombre quiere robarle el bolso a la mujer. Me equivoco.

Pocos metros más tarde, ella se detiene en un portal. Empuja la puerta, está abierta. Él la sigue dentro y yo comprendo: puta y cliente dispuestos a consumar. Me siento inocente. Llego al final de la calle y me fijo en su nombre porque es entonces cuando decido escribir esto.

Ya en casa, hablo con mi madre y pienso en los hombres que bailan en mi cabeza.

A. me ha enviado uno de sus poemarios por correo electrónico. Me preparo un café con leche y me siento delante del ordenador. Lo descargo y me paseo por él antes de guardarlo en un disco con la sana intención de leerlo a fondo en estos días de descanso que cada vez están más cerca.

En el metro he reconocido a Fernando Marías, el escritor de "El niño de los coroneles". Me digo que vivo en una ciudad donde los escritores se cruzan en mi camino y me produce cierto placer ser capaz de reconocerlos. Me quedó mirando a Marías en la parada de Goya, yo en el andén, él dentro del metro, junto a la puerta, observando. Cuando caigo en la cuenta de quién es, doy un respingo que el percibe. No me atrevo a sonreirle. Se cierran las puertas del tren y la oscuridad del tunel se come a este escritor de hoy. No le he leído.

0 comentarios