Tetralogía II. La línea amarilla
Me largo. Sólo es la una y media de la madrugada cuando abandono la fiesta y asumo que estoy borracha... pienso en llamar a mi último rollo, pero me digo a mí misma que al hacerlo le daría una prueba más de mi debilidad, de que estoy triste, y me rechazaría. Mejor no, mejor ponerse a escribir aunque mi capacidad de pensar funcione entrecortada, igual que la voz al otro lado del teléfono en un día de tormenta.
Escribo:
Nadie sabe como la noche llega hasta el andén. Es allí donde salvo a mi vida del naufragio y le permito alcanzar la playa desierta de una espera construida con letras mal dibujadas, que saltan al papel mientras me tambaleo con la fe de que pronto aparecerá el metro.
He leído a Anaïs Nin. No sé por qué, pero quiero decir que la he leído, que he reído, que he practicado el sexo... y que, aún así, feliz, lo que se dice feliz, no he sido. Pienso en lo fácil que sería cruzar la línea amarilla de seguridad y saltar, dejarse arrollar por el tren lanzando al aire este cuaderno de páginas rojas en el que guardo mil historias de deseo que me mantienen despierta, pero no lo haré. Me quedaré un rato más vagando por esta madrugada misteriosa, con la textura de un sueño, hecha para los que escriben borrachos y se columpian al borde de la línea amarilla pensando en morir.
Morir; una palabra absurda. ¿Morir para qué? No hay razón, han existido demasiados malditos antes que yo.
Escribo:
Nadie sabe como la noche llega hasta el andén. Es allí donde salvo a mi vida del naufragio y le permito alcanzar la playa desierta de una espera construida con letras mal dibujadas, que saltan al papel mientras me tambaleo con la fe de que pronto aparecerá el metro.
He leído a Anaïs Nin. No sé por qué, pero quiero decir que la he leído, que he reído, que he practicado el sexo... y que, aún así, feliz, lo que se dice feliz, no he sido. Pienso en lo fácil que sería cruzar la línea amarilla de seguridad y saltar, dejarse arrollar por el tren lanzando al aire este cuaderno de páginas rojas en el que guardo mil historias de deseo que me mantienen despierta, pero no lo haré. Me quedaré un rato más vagando por esta madrugada misteriosa, con la textura de un sueño, hecha para los que escriben borrachos y se columpian al borde de la línea amarilla pensando en morir.
Morir; una palabra absurda. ¿Morir para qué? No hay razón, han existido demasiados malditos antes que yo.
2 comentarios
T -
Gracias por tus palabras, tu sonrisa, tu compañia...
lu -