Blogia
No me llames

Soledad. Apunte IV

Empalmar la siesta de las cinco con el sueño nocturno de las doce es muy fácil, basta con que hayas madrugado y no tengas a nadie en casa para despertarte. Te acuestas con la ventana abierta, aún es de día fuera, se oyen las voces de los críos que ya no tienen cole por la tarde y los pasos de la gente que entra en el edificio y recorre el pasillo al que da tu puerta. Caes rendido mientras intentas adivinar la clase de calzado que lleva cada uno: esta, tacones; este, zapatillas; sandalias... zzzzzzzzzzz.

Cuando vuelves a abrir los ojos la noche ha caído y sólo se escucha la radio del vecino, que no puede conciliar el sueño sin tener los informativos a toda voz.

Pero esto es sólo un hecho, no algo triste. No añoro que me despierten.

0 comentarios