Blogia
No me llames

Olvídate de mí

Olvídate de mí Mucho tiempo sin escribir. La culpa, la patética infraestructura informática que me rodea y las actividades imprevistas, que me van llenando los días sin previo aviso, no dejándome un momento para nada. En fin... más vale tarde que nunca, dicho popular (en Portugal hay uno que dice: "Quien buena cama hace, en buena se acostará". N lo compartió con nosotros en una de las comidas falleras y creo que si lo vuelco aquí conseguiré recordarlo).

Pero, al grano. Esta semana ha venido marcada por la consecución de lo que ya se había convertido casi en un sueño: ver "Olvídate de mí", una película cuyo nombre original, "Eternal sunshine of the spotless mind", resulta prácticamente impronunciable. Basada en un guión de Charlie Kaufman, que este año se ha llevado el Óscar, y dirigida por Michel Gondry, la historia que protagonizan Jim Carrey y Kate Winslet supone una curiosa reflexión sobre la memoria, la determinación y la importancia de los recuerdos. Sin embargo no os la voy a contar, para eso ya están las carteleras y las guías del ocio. Voy a limitarme a destacar la inteligencia de sus creadores, autores de "Cómo ser John Malkovich", "Human nature" o "Adaptation", a la hora de hacer que el personaje de Winslet, Clementine, tenga la costumbre de cambiarse el color del pelo dependiendo de su estado de ánimo. Cuando Carrey la conoce, Clementine lleva un tinte que se llama Ruina azul...

Di con "Olvídate de mí" gracias a una compañera de trabajo que vive con su novio y en sus ratos libres se dedica a grabar todos los CD's (de nuevo el apóstrofe infernal) que caen en sus manos. Me la llevó el lunes por la mañana a la oficina y me hizo feliz, aunque mi portátil se encargó de paliar mi orgasmo existencial estropeándose "un poquito" y obligándome a ver la película a cámara lenta y con las voces algo distorsionadas. Aún así, la vi. ¡A joderse el ordenador! Me quedé delante del monitor durante horas, dos tardes seguidas y, a pesar de que no ha sido hasta hoy domingo cuando, al verla en la casa de mis padres a su velocidad de reproducción normal y con buen sonido, la he asimilado más o menos al cien por cien, conseguí tragármela completa y me encantó.

Hay que quedarse con los recuerdos. Aunque al principio nos puedan doler, si tenemos paciencia acabamos llegando a una especie de oasis que aparece después del dolor, en el que se nos permite ver nuestro pasado vacío de amargura.

Ya no echo de menos a R. Puedo acordarme de él y valorar nuestra historia. Ayer por la noche, en La Galería (C/ del Prado), tomando unas copas con mi hermana y con S., pensé en él. Me gusta la música de ese bar: El canto del loco, M-clan, Melendi, Estopa, etc. Antes de ir para allá, en un café de Huertas, La Piola (C/ del León), les conté que creo que me gusta E, uno de los informáticos de mi trabajo, con el que no he compartido más que un par de anécdotas tontas, una sobre los chivatos y otra sobre la apostasía, la acción y efecto de apostatar (o sea, más o menos, desbautizarse).

Tengo una semana de vacaciones por delante. En ella puedo olvidarme de E o alimentar la ilusión, como si se tratara de una caldera a la que alimentar con carbón en la sala de máquinas de un trasatlántico en medio del océano. Aún no sé lo que haré. Por otra parte, me ilusiona esto del blog y me he propuesto dedicarle tiempo, completar los artículos con imágenes, enlaces y todo eso... también quería hablar de mi incursión con N en Lavapiés y nuestra compra de Curry y arroz largo, que culminó conmigo en la cocina inventándome un plato: Arroz al curry con galletas. Pero me parece que ya está bien por hoy. Lo haré a la próxima.

0 comentarios